La firma de publicidad GOZZE ha ido escalando puestos y está bien posicionada. La firma ADAN se encuentra en igualdad de condiciones.
Marta Solís, CEO de GOZZE desde sus inicios, ha sacrificado su vida por la empresa, costándole su matrimonio hace ya casi veinte años.
A punto de cumplir los cincuenta años, Marta ya no puede esperar al amor romántico como sí que hacen sus hijos Julián y Melisa. Ella siempre se creyó una romántica empedernida bajo ese compromiso con su empresa y esa fachada de mujer independiente.
Pero desde que el padre de sus hijos falleció dos años después del divorcio, no ha conseguido ninguna cita decente para poder entablar una mera conversación de otra cosa que no fuera el trabajo.
Julián y Melisa también trabajan en la empresa. Mientras él está en la parte de finanzas, ella es quien mueve los hilos para buscar inversores e inversiones. Todo queda en familia.
En un congreso anual del gremio, y al que acude todos los años GOZZE, Marta conoció al CEO de ADAN, un hombre inteligente, divertido y culto llamado Manuel.
Congeniaron enseguida. Y algunos chistes más tarde, ya se habían dado el contacto.
El hijo único de Manuel era el RR.PP. de la empresa y al parecer, había tenido un par de citas con Melisa fuera de los trámites empresariales que no llegaron a cuajar.
Pero la buena relación entre los dos empresarios fue una inspiración para Julián, que le sugirió a su madre algo impensable antes.
—Mamá, piénsalo. —Julián le entregó el tercer balance del día y no tenía nada que ver con los otros dos—. Una cohesión sería mucho más beneficioso que un hermanamiento.
—Julián, acabo de conocer a Manuel —Marta se excusó ante su hijo—, ¿No crees que es un paso precipitado? —gesticuló la obviedad—, aparte de ser demasiado decisivo, claro.
Melisa intervino en la reunión.
—No creo que eso sea algo que haya que ejecutar con urgencia, Julián, el Relaciones Públicas de su empresa prefiere centrarse en buscar clientes antes que inversores —Melisa se cruzó de brazos—; Por eso tienen tantos pequeños clientes, porque su menudeo también acaba transformándose en activos válidos.
Julián puso los codos sobre la mesa, y apoyando la barbilla sobre las manos, miró a su hermana con vehemencia.
—¿Estás quejándote o alabando al susodicho?
—Ambas cosas. —Melisa sonrió con condescendencia—. Te recuerdo que, como homónima suya, puedo ver los beneficios e inconvenientes de cada forma de trabajar. —Se apoyó en el respaldo de su silla—. Siempre puedes preguntar al consejo de accionistas.
—¡Mamá tiene el 55% de los activos de la empresa! —Se quejó Julián—, ¡al menos podría planteárselo de manera informal, sin alegar al consejo!
Melisa le mostró cara de satisfacción a su hermano.
Marta se levantó de la silla que ocupaba y se dirigió a los tres hombres que estaban sentados al otro lado de la mesa.
—Bien, puesto que soy consciente de que ustedes son decisivos a la hora de inclinar mi veredicto hacia una opción u otra, hagamos una votación para el tema que nos atañe.
Los hombres se miraron desconcertados. En reuniones anteriores, los que habían inclinado la decisión de Marta habían sido Julián y Melisa, con su 15% individual.
—Ya que veo el desconcierto en sus caras, les informaré de que mi voto será la abstención. ¡Votemos, pues!
Los tres accionistas minoritarios votaron a favor de Julián y Melisa se abstuvo, como Marta.
Eso cabreó a Julián, que se esperó a salir de la sala para echarle en cara a su hermana el haber obligado una votación si todos estaban de acuerdo.
Cuando Marta salió la última de la sala de juntas, se dirigió a sus hijos y les llamó aparte en su despacho.
—Manuel es un buen hombre al que no quiero importunar con asuntos burocráticos, así que se lo voy a sugerir como opción y no como propuesta, ¿Estamos de acuerdo?
Julián y Melisa se miraron. Esa posición intermedia les gustó a ambos y aceptaron.
Marta siempre era la última en salir de las oficinas de la empresa, y ese día no iba a ser menos. Saludó al guardia de seguridad, como cada tarde, y le deseaba una jornada sin incidencias.
—¿Ya se recoge, doña Marta? ¿Tan pronto?
—Pues no, Fil, pero una copa de vino en un pub, un jueves por la noche, tampoco es salir, ¿No crees?
—¡Entonces la espero mañana, doña Marta, buenas noches!
—¡Buenas noches, Fil!
Marta pasó la puerta giratoria con su rutina habitual que le hacía llevarse la mano al bolso para coger el móvil y revisar los emails.
A esa hora no pasaban muchos coches y una vista fugaz al semáforo le indicó que podía cruzar, así que no se paró y continuó caminando para dirigirse a su coche estacionado en el parking que hay enfrente del edificio.
Al poner el primer pie sobre el asfalto, y sin levantar el otro aún de la acera, un Mercedes dorado oscuro frenó violentamente a medio centímetro de su pierna.
Marta no chilló, no gritó, ni siquiera increpó. Solo hiperventilaba.
El conductor se bajó del coche con la velocidad del rayo y se detuvo ante Marta.
—¿Estás bien, te he hecho daño?
Unos ojos de color chocolate mostraban una empatía desbordante.
—¿Eh? —Marta parpadeó sorprendida y se palmeó la pierna—. ¡No, no me has llegado a rozar!
—No me lo perdonaría si te hubiera pasado algo, disculpa.
Marta observó el coche, al pie de los dos, y observó lo cerca que estaba y al mirar al conductor le dijo:
—Te vales de la buena suspensión que tiene ese modelo.
—¡Qué gusto da encontrarse a una mujer tan hermosa, y que sepa de automóviles!
—No soy ninguna entendida, sencillamente me gusta saber lo que compro. —Marta sonreía sin reparo.
—¿Tienes el mismo modelo?
—El mío es gris ceniza, pero sí, el mismo.
El chico extendió un poco el brazo y ofreció la mano.
—Mario.
Marta le observó detenidamente y le pareció demasiado atractivo; tanto que le costó apartar la vista y volverle a mirar a la cara.
—Marta. —Se presentó y estrecharon la mano.
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Editado: 31.12.2025