Se había visto en un espejo del baño después de lavarse la cara y los dientes, como siempre, pero lo que había en sus globos oculares era diferente. En ellos pudo leer cien páginas de vida vacía y la barra intermitente de la acción inacabada, marcando el lugar exacto en que el autor se había quedado escribiendo sobre sus desventuras. Entonces, sintió tanto miedo que cerró los ojos y, al abrirlos nuevamente, notó que era un ejemplar empastado en una librería de Santiago.