Miénteme (#2 Chilenas)

CAPÍTULO 3

Juan tenía claro lo que iba a plantearle a Quena. Anotó en una libreta todo lo que iba a decirle, como si se tratara de una carta, para no olvidar nada.

Cuando llegó el momento jamás pensó que sería tan difícil. Estaba nervioso al no saber cómo reaccionaría Eugenia a su petición.

 

- No puedo, Juan. No puedo hacerle esto a Ernesto. A pesar de que ya no lo amo, aún le tengo cariño, fue mi primer amor, mi amor de juventud, y sé que él aún me ama, a su manera, pero lo hace. Lo siento, Juan. Dame tiempo.

Juan apoyó su frente contra la de Eugenia con sus ojos cerrados, su respiración agitada y con una sensación de impotencia que lo torturaba.

- Miénteme una vez…... solo una vez y dime que al despertar estarás aún aquí, a mi lado. Ya no quiero seguir a la sombra de otro amor. Créeme que eso me es difícil de aceptar.

- Lo sé, lo sé, mi amor.

- Dime, por favor, que no tendré que verte otra vez a escondidas, que no te irás al amanecer como cada día.

- Juan, no lo hagas más difícil.

- Quena, por favor, ármate de valor y dile de una vez que me quieres y que estás dispuesta a estar junto a mí. Sabes muy bien que tú eres la mujer que me hace feliz.

- Por supuesto que te quiero, Juan. Pero las cosas no son tan simples.

- Déjame a mí hablar con él. Yo se lo diré. Me duele el alma porque él era mi amigo y lo traicioné.

- Yo también lo traicioné, Juan, por eso me es tan difícil todo esto. – le dijo Quena sin poder evitar llorar.

- Mi amor, no, no te pongas así. Juro que nunca quise enamorarme y al igual que a ti, esto tampoco me tiene bien. Pero confío que con el paso de los años Ernesto lo logre entender y que no me guarde rencor. El amor es así, mi vida. ¿Qué más podemos hacer?

Quena se abrazó a Juan y dejó todo en manos del destino y éste, una vez más, volvió a torcer los caminos de aquellos tres.

Fue una gris madrugada de invierno. Ernesto había bebido hasta muy tarde y no pudo despertarse para salir a pescar a pesar de que los gritos de Juan desde la caleta se escuchaban fuerte y claro.

Juan partió sin él, solo en compañía del resto de los pescadores del bote. El mar estaba embravecido pero aun así comenzaron su viaje mar adentro. Juan estaba ansioso pero a la vez esperanzado. Ese día hablaría con Ernesto y le diría la verdad. Solo necesitaba la fuerza que ese beso siempre le daba y que como siempre, cuando nadie veía, volaba hasta él a través de la ventana.

Se despidió a lo lejos de Eugenia dispuesto a comenzar el resto de su vida junto a ella apenas volviera a su lado. Sabía que perdería a su mejor amigo, pero era un dolor que estaba preparado para sentir hasta el fin de sus días, porque amaba a su amigo Ernesto con toda el alma y lejos hubiera querido ser el causante de provocarle ningún sufrimiento.

El día fue gastando sus horas y el cielo se oscurecía a medida que negros nubarrones auguraban una cruenta tormenta.

Quena comenzó a sentirse nerviosa. Estaba atendiendo en el restaurante cuando se desató la tormenta sin previo aviso. Ella sabía lo que eso significaba para una embarcación pequeña como la de Ernesto y Juan. No temía por Ernesto ya que aquel día no había ido a pescar. Su terror era por su amor, por Juan.

Pidió permiso para retirarse y esperó con ansias el autobús que la llevaría de vuelta a su pueblo. Cuando se bajó de él, corrió sin parar hasta llegar a la caleta en donde ya venía de vuelta el bote que debía traer a Juan. Lo buscó desesperadamente con la mirada y no lo halló. Solo estaba Ernesto, quien al verla, caminó hasta su encuentro con su rostro bañado en lágrimas a comunicarle que Juan había caído por la borda por culpa del oleaje y no había salido a flote al igual que dos pescadores más.

Sacó de su bolsillo el gorro de lana que había sido de Juan y se lo enseñó a su esposa. Ambos se abrazaron y rompieron a llorar desconsolados. Ernesto había perdido a su mejor amigo pero Quena al amor de su vida.

 

Los días pasaron y nada calmaba la pena de aquella pareja que parecía haber perdido todo con la muerte de Juan.

Estaban cenando cuando tocaron a la puerta. Era uno de los pescadores del “bote de la muerte”, como le habían apodado.

- Buenas noches, Ernesto, Quena. Estábamos reparando el bote cuando encontramos la libreta de Juan. Supusimos que querrían tenerla como recuerdo con ustedes.

- Gracias. No sabes lo que significa para nosotros.

El hombre se fue y Ernesto, abrumado y con los ojos aguados, comenzó a voltear las páginas de aquella libreta. Era vieja y le faltaban hojas. Había escrito en ella poemas de amor. Algo que sorprendió a Ernesto porque nunca supo que su amigo tuviera a una mujer escondida por ahí. Luego encontró unos bocetos que supuso eran de aquella mujer que, después de observar detenidamente, le pareció muy familiar. Demasiado familiar para su gusto.

Su corazón comenzó a acelerarse y temía seguir pasando páginas, pero no podía quedarse con la duda ya implantada en su retina, debía seguir. Fue así que llegó hasta la última página escrita en donde él le pedía a aquella misteriosa mujer que no se fuera de su lado en cada amanecer, que ya no quería verla a escondidas y que si era necesario él hablaría con…… “¿él?” ¿Es mi nombre el que está escrito ahí?, pensó.



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En el texto hay: traicion, romance, dolor

Editado: 03.05.2021

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