Miénteme (#2 Chilenas)

CAPÍTULO 4

Se devolvió a las páginas en donde estaban los bocetos y le enseñó uno de ellos a su mujer.

- Eres tú ¿verdad?

Eugenia se quedó muda. Jamás había visto esa libreta ni mucho menos tenía conocimiento de que Juan la dibujaba.

- ¡Responde, mujer! – le gritó a todo pulmón mientras sentía su garganta quemarse como si se hubiera tragado un vaso de ácido.

- Sí. Lo soy.

- ¿Me puedes explicar qué significa esto? ¿Acaso me has estado siendo infiel y nada menos que con mi mejor amigo? – Ernesto trató de hablar lo más serenamente posible por temor a cometer una locura.

- Lo siento. – Quena comenzó a llorar. – No quería que las cosas sucedieran así, pero es que no queríamos hacerte daño, Ernesto. Te amamos demasiado y fue ese amor el que nos impidió todo este tiempo herirte.

- ¿Cuánto tiempo? – le dijo con los ojos cerrados. Se negaba a mirar a la mujer que estaba delante de él. Le resultaba una completa desconocida.

- Cinco años.

Ernesto maldijo para sus adentros y no pudo reprimirse. Le dio un bofetón con toda su fuerza a Eugenia. La hizo caerse y azotar su cabeza en una de las sillas. En el acto Ernesto se arrepintió de lo que hizo y corrió a levantarla atormentado y dolido por haber lastimado a su esposa, aunque estaba más dolido aún por la traición.

- ¿Por qué, Quena? ¿Por qué? Lamento haberte golpeado. Jamás debí levantarte la mano y juro que jamás lo volveré hacer. Solo dime por qué, por el amor de Dios.

Eugenia le abrió su corazón y le contó todo aquello que contribuyó a que la relación entre ellos naufragara. Ernesto no podía excusar el actuar de su mujer, pero tampoco la suya. Ella tenía razón en muchas cosas, pero todo podría haber sido distinto si aquellos a quienes tanto quería hubieran sido sinceros con él.

Él también podría haberse echo a un lado si así se lo hubiesen pedido. Podía comprender el desamor de su mujer y se sintió culpable de haberla privado de aquello que tanto quería, hijos. Si tan solo le hubiese hecho caso a Juan cuando éste se lo sugirió…… quizás todo hubiese sido distinto. O tal vez no. Jamás lo sabría, porque si una cosa tenía clara es que su matrimonio había llegado a su fin. No podía seguir atado a una mujer que no lo amaba. No era justo para él, pero tampoco justo para ella.

 

De común acuerdo decidieron tomar caminos separados. El divorcio fue rápido aunque doloroso. Los recuerdos afloraban en sus mentes pero cada uno decidió dejar solo aquellos que traían felicidad.

Ernesto se fue del pueblo para siempre, pero Eugenia continuó allí. Ella no podía dejar atrás todo aquello que la unió a Juan. No aún.

Dejó la casa que compartía junto a Ernesto y se fue a vivir a la casa de Juan. Si él ya no estaba, al menos podría vivir entre sus cosas el resto de su vida, porque sí, Juan la había arruinado para siempre. Jamás podría volver a amar a nadie como lo amaba a él.

Sus días se sucedían siempre de la misma manera. Se levantaba al alba para tomar un café. Uno que compartía junto a una taza humeante frente a ella y que con el pasar de los minutos se iba enfriando irremediablemente sin que nadie la bebiera. Luego caminaba hasta la entrada y abría la puerta por donde se podía divisar el mar y la caleta donde aún estaba aquel bote que no fue capaz de proteger al hombre que amaba.

Fue mientras estaba sentada en la entrada de la que ahora era su casa que lo vio venir. No. No era una visión producto de las ganas locas de volverlo a ver una última vez. ¡En verdad era él!

Venía caminando a paso firme hacia ella, con su sonrisa de siempre y entonces Quena corrió a su encuentro hasta fundirse en un abrazo. Se llenaron de besos y se miraron sin poder decirse nada porque la emoción los embargaba.

La suerte quiso, y tal vez San Pedro también, que durante la tormenta, otra embarcación que pescaba cerca de ellos recogiera a dos de los tres pescadores que habían caído al mar. Rápidamente navegaron hasta una caleta que no pertenecía a su pueblo, sino al pueblo vecino.

Solo Juan sobrevivió, pero estuvo inconsciente por más de dos semanas. Quiso comunicarse con Eugenia, pero temía exponerla a lo que aún suponía nadie sabía. Por lo mismo, mientras se recuperaba en el hospital, decidió guardar silencio y esperar a estar bien antes de ir en su búsqueda.

Eugenia le contó todo lo que había pasado, que Ernesto se había enterado de lo de ellos gracias a su libreta y que aquello los llevó a tomar la decisión de divorciarse.



#1730 en Otros
#393 en Relatos cortos
#4491 en Novela romántica

En el texto hay: traicion, romance, dolor

Editado: 03.05.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.