Mientras dure el verano

Capítulo 1

No hay nada mejor que despertar y no tener ni idea de dónde estás, qué hiciste la noche anterior o cómo acabaste durmiendo en el sofá. 

 

Y, por si no es evidente, eso es sarcasmo. Digamos que anoche se me fue un poco la mano y lo que solo iban a ser dos cervezas, acabaron siendo varios mojitos. Ni siquiera sé cómo me pude permitir beber tanto si apenas tengo dinero para comprar comidas precocinadas en el supermercado. Mi subsistencia se basa en comer comida de bolsa con pocas bases nutritivas para conseguir llegar a fin de mes. Suena triste, lo sé. Pero mi vida es triste, así que… ¿qué sentido tiene negarlo?

 

Me levanto para ir al baño, donde intento evitar mirarme al espejo. Sé que me veo como una porquería, no necesito que nadie me lo recuerde, ni siquiera mi propio reflejo. Lavo mi cara e intento peinar mi cabello rizado con la mano. Misión imposible. 

 

Vuelvo al sofá, donde busco a tientas mi teléfono. Debe estar por alguna parte, nunca lo dejo demasiado lejos de mí —no porque sea dependiente de mi teléfono móvil, sino por si sucede alguna desgracia mientras duermo y necesitan avisarme—. Está apagado, como es de esperar, así que me dirijo al cuarto a buscar mi cargador. 

 

Me quedo un poco extrañada al ver una nota amarilla —que no recuerdo haber escrito— en el extremo de mi cómoda. Solo tiene anotado un número de teléfono, en una letra algo torpe y que para nada es la mía. Hago una bolita con el papel y lo guardo en mi bolsillo trasero. Si consigo no olvidarme, llamaré más tarde. 

 

Dejé el teléfono cargándose mientras me hacía una más que necesaria taza de café, asegurándome de autocompadecerme en cada sorbo una vez recordé el motivo de mi desenfreno de ayer.

 

Me habían despedido de mi compañía de modelaje por tener demasiadas curvas. Habían alegado que ninguna campaña de prestigio quería a una modelo curvy pudiendo contratar a una joven delgada y rubia, y que lo máximo que podían ofrecerme era reportajes para sesiones de tallas grandes. No tengo nada en contra de dichas sesiones, pero el tono que habían usado me pareció ofensivo, y no pensaba quedarme en una compañía que se sentía con el derecho de criticar mi cuerpo y destruir mi autoestima. 

 

Así que, cuando ya había tomado la decisión en mi cabeza de irme, encaré a mi agente. La critiqué por su trato horrible, su falta de modales y sus horribles extensiones caras. Creo que la comparé con un burro. No estoy segura. Lo que sea que hice, se lo merecía. 

 

Pero claro, no todo es tan fácil. Tras renunciar a la compañía, me he quedado sin una fuente de ingresos fija, y vivir en Los Ángeles no es precisamente barato. Solo para mudarme a vivir aquí tuve que tirar del fondo de ahorros que mis padres tenían abiertos para mis supuestos estudios universitarios. 

 

Además, aún no he pagado la factura de la luz —esperaba poder pagarla con algún reportaje que me surgiera—, así que estoy metida en un buen lío. 

 

Enciendo mi móvil para distraerme de mi más que miserable vida. Seguro que mi mejor amiga, Andy, tiene algo motivador que decirme. Y si no tiene nada motivador que decirme, seguro que se ha enterado de algún chisme interesante. Sí, eso suena bien.

 

Andy: Se puede saber qué cojones has hecho??????

 

Andy: Madre mía, Scarlett. Madre mía. Estoy flipando.

 

Andy: En cuanto veas esto, LLAMAME.

 

Andy: Y me refiero a que me llames INMEDIATAMENTE, no una hora después. ¿Entendido?

 

Observo con el ceño fruncido los mensajes de Andy. Suena algo… desesperada e intensa. Andy es intensa, pero no suele serlo de buena mañana —a no ser que tenga un buen motivo, como aquella vez en que me despertó a las cuatro de la mañana porque acababan de renovar nuestra serie favorita de Netflix—.  La llamaría inmediatamente si no fuera porque me acabo de acordar del número de teléfono guardado en mi bolsillo trasero.

 

La curiosidad aumenta en mi interior a medida que voy tecleando cada dígito. Cuando comienzan a sonar los tonos de establecimiento de llamada, empiezo a arrepentirme de marcar el número. No soy buena hablando por teléfono. Apenas soy buena hablando en persona. Siempre me trabo y acabo diciendo cosas sin sentido por los nervios. Lo mejor sería dejar un mensaje en el buzón de voz…

 

—¿Hola? —contesta una voz, claramente masculina del otro lado de la línea.

 

Mierda, tarde para colgar.

 

—Hola —contesto, mordiéndome el labio. Toca echarle valor—. Buenas… tardes.

 

—Son las nueve de la mañana —contesta, gracioso, del otro lado. 

 

—Ah —intento disimular—. Es que me acabo de despertar.

 

Se forma un silencio del otro lado de la línea. Yo me muerdo el labio, nerviosa, buscando algo inteligente que decir, pero soy incapaz de encontrar palabras para expresarme.

 

—Niall, ¿se puede saber que mierdas haces con mi teléfono? —Una segunda voz, más intimidante y gruesa, pregunta.

 

—No te enfades amigo, te estaban llamando y me pareció de mala educación no atender.




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