Con la factura de la luz frente a mis narices en la mesa, tomo mi móvil para marcar el número que nunca pensé volvería a necesitar.
El número de Nate Mendez.
He tenido una semana completita para pensar su proposición. Una semana en la que mi vida, aunque no ha cambiado mucho ni para bien ni para mal, sí que ha cambiado un poco.
Supongo que era cuestión de tiempo que alguien descubriera quién era la chica que salía en el vídeo, pero no esperaba que fueran tan rápidos en averiguarlo. A los dos días de hacerse viral una chica encontró mi cuenta de Instagram y se encargó de difundirla en su perfil de Twitter para que todo el mundo pudiera, y cito textualmente, cotillear el perfil de la última conquista de Nate Mendez.
Desde entonces he sumado casi diez mil seguidores, y apenas puedo leer los comentarios, que por el momento en su mayoría son amables. Casi todos me dicen que soy guapísima y que les gusta mi pelo rizado, pese a que toda mi vida se han burlado de el en el colegio, lo cual me genera sentimientos contradictorios. Una minoría me dice cosas menos agradables que prefiero no recordar, pero Andy cree firmemente que no eres verdaderamente famoso hasta que no tienes por lo menos un hater apasionado. A juzgar por algunos comentarios, yo ya tengo unos cuantos.
—Pensé que nunca me llamarías —dicen del otro lado del teléfono. Siento que me estremezco al oír su voz de nuevo.
Nate Mendez no solo tiene un vozarrón a la hora de cantar, también tiene un tono de voz que te hace desmayarte de lo grave y varonil que es.
—¿Creíste que no llamaría ni siquiera para decirte que no estoy interesada?
Me hago la indignada, pero sé que si yo fuera él, también lo hubiera creído.
—Ha pasado una semana, preciosa. Pensé que tu silencio era tu manera educada de decirme que me fuera a la mierda.
—Ya. Pues no. De hecho, esta es mi manera educada de decirte que acepto.
Silencio al otro lado de la línea.
—Si aún sigue la oferta en pie —me apresuro a añadir, sorprendentemente nerviosa.
Cuando el silencio del otro lado de la línea continua, siento que mi corazón va a abandonar mi pecho. De repente me siento levemente ridícula por haberle llamado. Él ya lo ha dicho: no estaba esperando mi llamada. Seguramente no esperaba ni que aceptara su propuesta.
—Claro que sigue en pie —asegura, su tono rasposo haciendo que mi corazón se acelere un poco más.
—Vale —respondo, porque sinceramente no se me ocurre nada más para decir—. ¿Ahora qué?
No me había parado a pensar en los detalles concretos de nuestra falsa relación. Al fin y al cabo ya nos habían visto besarnos en un vídeo. ¿Qué más confirmación se necesita?
—Ahora te invito a una cita, querida novia.