Los publicistas son algo así como… la pesadilla de cualquier persona famosa.
Siempre con sus requerimientos, siempre metiendo las narices en todo para usarlo a favor de su cliente, incluso cuando los clientes en cuestión les han pedido que se mantengan lo más alejados posible. Son los reyes de evitar escándalos o de convertirlos en algo casi positivo. De cierta manera, son incluso admirables… O lo serían, si no dieran tanto miedo. El tipo de miedo que dan los efectos tenebrosos de las películas de terror, solo que peor.
O puede ser que esté exagerando un poquito, pero definitivamente así es como me los imagino.
Y así es también como los ha pintado Nate en los cuatrocientos avisos que me ha dado acerca de la reunión de hoy, así que mi energía está más bien por los suelos.
Cuando Nate llega a mi finca y abre la puerta de su coche —hoy conduce él, no su chófer— para que me siente en el puesto del copiloto estoy básicamente temblando, y no precisamente por el frío. Estoy bastante segura de que hacen unos sólidos veintiocho grados fuera del auto y, sin embargo, yo no puedo dejar de temblar.
—Ey, ey, ey —llama mi atención él, apoyando su mano en mi pierna temblorosa—. ¿No estarás así por la reunión, verdad?
No digo nada, lo cual supongo que indica que sí que estoy así por la reunión. Nate suspira como si estuviera frustrado, y yo me preparo para disculparme y decirle que no tiene nada de lo que preocuparse, que soy capaz de interpretar el papel y que solo son nervios, pero él se me adelanta.
—No tienes nada de lo que estar nerviosa, no pienso permitir que digan nada que te pueda hacer sentir incómoda —Su tono es autoritario y convencido. Tanto que incluso siento que podría ser verdad lo que dice—. Recuerda, preciosa: para ellos y para el mundo, tú eres mi novia, y yo protejo aquello que quiero.
Me quedo callada, asimilando cada palabra. ¿Es posible que alguien suene así de atractivo al decir una tontería tan posesiva? No lo creía posible, pero está claro que Nate lo acaba de hacer. Ha hecho que lo que suena como una amenaza sea incluso sensual.
No creo que haya palabras que añadir en este momento. Simplemente hago un asentimiento y dedico toda mi atención a ponerme el cinturón de seguridad.
No creía necesitar tanto las palabras de Nate, pero ahora que ya he oído su opinión al respecto me siento mucho más tranquila, como si todas mis preocupaciones ya no fueran tan grandes como me imaginaba en un principio.
Supongo que tiene algo que ver con el hecho de sentirte apoyado por alguien, sentir que no estás solo en el mundo, que tienes un paracaídas que está listo para protegerte en caso de que las cosas se tuerzan mínimamente. No soy fan de los deportes de riesgo, ni de las alturas, ni de nada que pueda potencialmente poner un fin temprano a mi existencia, pero, ahora mismo, Nate es mí paracaídas, y yo me siento con confianza para dejarme caer al vacío.
Nate no arranca inmediatamente. Se queda observando cada uno de mis movimientos atentamente, como si hubiera algo sumamente fascinante en ellos. Me siento levemente incómoda sabiendo que toda su atención está puesta en mí, por lo que me retuerzo en el asiento.
—¿A qué esperas? —inquiero yo, señalando la carretera para que arranque.
Falta una hora para que comience la reunión que tenía agendada con sus publicistas y parezco yo más preocupada porque él llegue a tiempo que él mismo. Es tan… su estilo. No preocuparse de nada, quiero decir. Actúa como si nada le importara lo más mínimo, cuando todo lo que estamos haciendo es porque las cosas le importan mucho más de lo que está dispuesto a admitir. Es contradictorio y fascinante a partes iguales. Como un puzzle en que las piezas no parecen encajar a simple vista y, sin embargo, cuando las juntan, combinan a la perfección.
—¿Has desayunado? —pregunta él, aún sin arrancar. Frunzo el ceño, confundida.
¿Y eso qué importa? Hay una reunión en juego en estos momentos, no estamos para andarnos con charlas acerca de mis hábitos alimenticios.
—Sí —respondo, pero él no desvía su atención, así que supongo está esperando a que añada algo más—. Un vaso de leche.
—¿Solo eso? —Ni siquiera cambia los gestos de su cara al preguntar.
—Solo eso.
—¿No deberías comer más? —cuestiona él. Bufaría si no fuera porque una parte de él parece estar verdaderamente interesada.
Soy consciente de la reputación que tiene mi profesión. No es la industria más inclusiva, por decirlo de manera sutil. Más del noventa por ciento de modelos hacen cosas impensables para entrar en el rol que se les impone para un cierto trabajo. Yo no. Soy demasiado cabezota y tengo demasiada poca fuerza de voluntad como para someterme a dietas estrictas o rutinas de ejercicio inhumanas. Intento aceptar mi cuerpo tal cuál es y reflejar que todas podemos ser hermosas en esta industria sin necesidad de llegar a extremos dañinos.
—Siempre desayuno lo mismo.
Intento sonar casual porque no es ninguna mentira. Siempre desayuno lo mismo y nunca me ha importado demasiado. Un vaso de leche es todo lo que necesito para empezar mi día con buen pie. ¿Qué puedo decir? Soy una chica de necesidades básicas.