Mientras dure el verano

Capítulo 13

El sueño acabó por traicionarme y dormí como un bebé durante toda la noche. Si Nate no se durmió inmediatamente fue lo suficientemente considerado como para no moverse demasiado. 

 

Sentí su cuerpo antes siquiera de abrir los ojos en cuanto me desperté. Estaba cálido y pequeñas gotas de sudor caían por su torso y se perdían por la línea de sus boxers. Era una vista ciertamente interesante. Tentadora, cuanto menos.

 

En cuanto me despejé un poco me dediqué a observarlo por lo que se sintieron como cinco minutos. Su rostro estaba completamente relajado —pocas veces estaba así de relajado— y tenía los labios entreabiertos a medida que suspiraba fuerte. El muy condenado esta perfecto incluso dormido. 

 

A este ritmo, dudo que haya algún momento de su vida en que no sea como un condenado dios. 

 

Intento levantarme haciendo el menor ruido posible. Cuando mis pies tocan el suelo me muevo lentamente de puntillas hasta la puerta de la habitación. 

 

Nate se remueve un poco en la cama, y yo me quedo observando asustada. Eventualmente parece no importarle lo que sea que ha notado y sigue durmiendo plácidamente, así que suspiro en paz. Entrecierro la puerta en cuanto salgo mientras intento recordar donde dejé mi móvil ayer —no estaba en la mesita de noche, que era donde creía haberlo dejado—. 

 

—Buenos días —pronuncia una voz femenina que me asusta tanto que suelto un pequeño gritito y levanto mis brazos asustada—. Lo siento, lo siento. No pretendía asustarte.

 

Débora está sentada en el sofá aún, pero parece más muerta que viva. Hace el amago de mirarme para pedirme disculpas, pero no es capaz de mantener sus ojos abiertos por más de un segundo. Le sonrío amable, incluso cuando sé que no puede verlo.

 

—Tranquila, no pasa nada. ¿Quieres café? —ofrezco, dirigiéndome a la cocina y abriendo los armarios, rezando por no verme como una completa idiota que no conoce donde estan las cosas de la casa de su supuesto novio. Como novia debería saber donde guarda Nate su puñetero café, ¿no?—. Le iba a hacer un poco a Nate para cuando se despierte.

 

Ni siquiera sé a ciencia cierta si Nate es del tipo de chicos que toma café por las mañanas antes de hacer cualquier cosa. 

 

—Con leche, por favor —pide Débora, y yo asiento.

 

Se forma un silencio mientras yo pongo el café —¡lo he encontrado en el tercer armario!— en la cafetera y preparo la leche de Débora en la taza.

 

—Debo de haberos arruinado la noche —se lamenta.

 

—Que va.

 

—No hace falta que mientas —dice, y yo frunzo el ceño—. Conozco a Nate. Seguro que quería la noche entera contigo y yo os he quitado la mitad.

 

Oh. OH.

 

Cree que nos ha arruinado el sexo de after party. Oh, que alejada está de la verdad. Ni siquiera ha habido sexo. De ningún tipo.

 

—Creéme, no ha sido molestia —le aseguro, marcando un minuto en el microondas—. Nate estaba muy preocupado. Deberías hablar con él cuando se despierte.

 

Me parece que asiente con la cabeza mientras yo le sirvo el café con leche. Me da las gracias cuando se lo llevo y yo asiento, quitándole importancia. 

 

Me siento levemente incómoda cuando tomo asiento en el otro sillón, el que está un poco más apartado.

 

—Debes de pensar que soy una terrible persona —se lamenta. Intento negar con la cabeza, pero ella se me adelanta—. Sé que lo que hice está mal. Joss tiene prometida. Se va a casar en unos meses, por Dios. ¿En qué estaba pensando?

 

Siento que está al borde de las lágrimas por la manera en que su voz se quiebra. Intento buscar las palabras adecuadas a toda prisa.

—No es todo tu culpa —digo—. Él es el que está prometido. Tendría que respetar a su novia.

 

—Y yo tendría que haberle dicho que no cuando me ofreció ir al baño —se lamenta—. Yo también sabía que él tenía prometida. ¿No me convierte en una terrible persona?

 

—Te convierte en una persona humana —corrijo yo—. Todos cometemos errores, y tú por lo menos muestras arrepentimiento. Pensaría que eres la peor persona del mundo si te mostrarás indiferente a lo que hiciste. 

 

Una sola lágrima cae por su mejilla.

 

—¿Lo sabe Nate? 

 

Me quedo callada por un segundo.

 

—No pude ocultarlo. Lo siento. 

 

—Tranquila. No esperaba que se lo ocultarás —admite, algo avergonzada—. Ahora entiendo porque Nate está contigo.

 

—¿Ah, sí? —cuestiono, confundida.

 

—Sí. No sé si te ha hablado de esto, pero en esta industria apenas confiamos los unos en los otros. Cualquier otra persona me hubiera dejado tirada en el baño para morirme del asco o le habría vendido la historia a TMZ a cambio de un buen porcentaje.

 

—Estoy segura de que alguien te hubiera ayudado.




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