—¿Adónde vamos? —pregunto, al ver que marca el número ocho en el ascensor, en vez de marcar el de la planta baja.
No contesta inmediatamente. Solo se dedica a mirarme con una sonrisa en su cara.
—¿Qué? —digo yo, dándole un golpecito en el hombro para que me diga algo.
No es bueno para mi salud mental que me mire por tanto tiempo seguido. Puede provocarme un cortocircuito en el mejor de los casos, y un ataque al corazón en el peor.
—Vamos a disfrazarnos —anuncia cuando la puerta se abre.
—¿Disfrazarnos? —repito yo, confusa.
En cuanto pongo un pie fuera del ascensor para seguirlo a través de una puerta de madera lo comprendo. De repente estamos dentro de un armario inmenso lleno de ropa, gafas, gorros y todo tipo de accesorios y ropa.
—No es Halloween —me quejo, a medida que Nate se gira para ponerme un gorro de lana en la cabeza.
—No, no es Halloween —coincide— pero es tarde, así que no me da tiempo a reservar un restaurante para nosotros solos. Habrá que improvisar.
—¿Qué más da? —me quejo, mientras él acompaña el gorro de lana gris sobre mi cabeza con unas gafas de sol con lentes en forma de corazón—. Es de noche, Nate. Vamos a llamar más la atención así.
Mis palabras parecen captar su atención.
—¿Qué más da? Que nos vean juntos es nuestro principal objetivo, ¿no?
Es el motivo por el que él aún está conmigo en toda esta farsa de la relación falsa. El motor de nuestra relación. El interés común.
—Lo sé. Pero, a veces, me gustaría tener un poco de tiempo a solas contigo.
Siento que mi corazón se salta un latido. Me vuelvo muy consciente de lo realmente reducido que es este espacio, y de lo fácil que sería acercarme aún más a él y tener cada centímetro de su cuerpo rozando el mío.
Concentración, Scarlett. Concentración.
—¿A solas? —bromeo, divertida, y él sonríe. Mi corazón vuelve a dar un vuelco—. Lamento decirte que eso es imposible. Vayas a donde vayas siempre vas a ser tú.
—te gustaría más si pudieras tener una cita normal conmigo —se lamenta, y yo niego.
—¡Qué va! —exclamo—. Me encantan las cámaras.
—Ojalá poder decir lo mismo —se vuelve a lamentar, bajando la cabeza.
Dibujo una pequeña sonrisa. Me quito mi gorro de lana y lo posiciono en su cabeza, ajustando los mechones rebeldes de su cabello que quedan por fuera del gorro.
—No cambiaría nada de lo que tenemos —aseguro, y noto que mi mano acaricia su mejilla en el momento en que él apoya su cara contra mi palma. Una corriente recorre mi espina dorsal—. Te pareces a Jughead en Riverdale.
—¿Quién? —cuestiona, confundido.
—Jughead. De Riverdale —digo, como si fuera obvio, pero él sigue viéndose igual de confundido—. Ya sabes, la serie esa en la que se supone unos adolescentes viven en un pueblo tras un asesinato, pero en el que pasan cosas muy raras.
—No me suena.
—¿Es en serio?
—Y tanto.
—Sale Cole Sprouse —digo, como si eso fuera motivo suficiente para que él lo recordara. En mi defensa, Andy y yo hemos invertido más horas de las que estoy dispuesta a admitir viendo capítulos de Riverdale—. Y Lili Reinhart, Camila Mendes, KJ Apa…
—KJ Apa me suena —comenta, y siento que la esperanza crece en mi interior—. Tiene una banda.
Oh, venga.
—Vale, tenemos que hacer un nuevo trato —digo yo, quitándole el gorro de lana para doblarlo y colocarlo en su sitio—. Vamos a pedir un McAuto. Después vamos a cenar en tu casa y vamos a hacer una maratón de capítulos de Riverdale.
—¿Cuántas temporadas tiene la Riverdale esa? —cuestiona.
—Seis. Pero las cosas se ponen raras a partir de la cuarta. Así que vamos a ver lo básico. Es cultura básica juvenil.
—Yo ya no soy un joven.
Y lo dice como si de verdad no tuviera unos escasos veinte años.
—Oh, perdóname, señor de sesenta y siete años con cuatro hijos y dos nietos.
—Y tres perros —añade, divertido.
—Es verdad, los perros —Hago como que me doy un face palm por no haberme acordado—. Aunque seas un abuelo tienes que tener una mínima cultura de series juveniles y películas románticas.
—Capaz tú podrías ayudarme con eso.
—Capaz. Comencemos con Riverdale, y si veo que estás preparado para sumergirte en rom-coms de verdad, la semana que viene me tienes en tu casa con un cubo de palomitas.