Mientras dure el verano

Capítulo 20

—¿Parar el qué? —intento bromear yo para aliviar la tensión que crece en mi propio interior—. ¿De mirarme? ¿Tan fea soy?

 

—No, no eres fea. No eres fea en lo absoluto —asegura, y sus palabras salen entrecortadas, como si decirlas supusiera un gran esfuerzo.

 

—Entonces, si no soy un ser horriblemente feo, ¿por qué no quieres mirarme?

 

Debo de empezar a regular mi tendencia de ser terriblemente molesta cuando estoy de los nervios. Hasta yo me pegaría una bofetada a mí misma por esa pregunta. 

 

—Porque, cuanto más te miro… más quiero hacer algo —confiesa, y siento que me atraganto con mi propia saliva.

 

—¿Y qué te impide hacerlo? —refuto, mirándolo. 

 

—No lo sé. El miedo, supongo.

 

—¿Miedo a qué?

 

—A que, si lo hago, lo joderé todo —se lamenta.

 

—Pase lo que pase —le digo yo, intentando conseguir que me mire. Necesito ver sus ojos, aunque sea solo por un segundo, para saber que es lo que está sintiendo. Para saber si siente siquiera una milésima parte de lo que yo estoy sintiendo—, pase lo que pase seguiremos siendo tú y yo —aseguro, tragando grueso—. Siempre. 

 

O al menos eso espero.

 

Con mis palabras consigo que sus ojos se encuentren con los míos, y no es una mirada fugaz o divertida, es una mirada de verdad. Una mirada brillante. Una mirada que oculta promesas y deseos y millones de cosas que me encantaría descubrir aunque fuera solo por esta noche. 

 

—¿Siempre? —repite él, dudoso.

 

—Siempre —aseguro yo, alzando mi mano para acariciar su mejilla. 

 

Cuando atrapa mi mano a mitad de camino y me la baja a la altura de la cintura, yo no sé muy bien que está pasando, simplemente no opongo resistencia. Ni siquiera me inmuto cuando suelta mi mano y desliza su pulgar por la zona de mi cadera, lentamente. Abro la boca como un pez fuera del agua porque no sé muy bien que está haciendo ni por qué, pero se siente muy bien.

 

Y no es hasta que siento su mano libre agarrándome el cuello que me doy cuenta de lo cerca que verdaderamente estamos y de lo fácil que sería acortar la distancia entre nosotros. 

 

Lo miro, con la certeza de que en mis ojos puede ver un libro abierto lleno de posibilidades.

 

—Prométeme que seguiremos igual —pido, casi suplicando, cuando la mano que tiene en mi nuca me tira hacia delante con la suficiente fuerza para acercarme pero dejándome el espacio suficiente para negarme. Para parar esto antes de que comience si así lo deseo.

 

Pero no puedo pararlo. No quiero pararlo. Ya está, esto es todo. Hemos llegado al punto de no retorno, al momento en que cualquier pensamiento coherente que pudiera evitar este suceso se ha ido de vacaciones muy muy lejos y solo quedo yo, la imprudente que toma malas decisiones basadas en su corazón. 

 

—Te lo prometo —asegura, y estampa sus labios contra los mios en un beso feroz que automáticamente da todo de sí. 

 

Siento su presión en mi nuca acercándome más a él y su mano —la que antes paseaba por mi cadera— tomándome de la cintura para acercarme lo más posible, desafiando todas las leyes de la física. Rodeo su cuello con mis dos brazos para profundizar aún más el beso —si eso es siquiera posible— y cuando suelta aire en mi boca de una manera muy sensual, siento que voy a desmayarme. 

 

No sé en qué momento acaba estampandome con la pared. Solo siento el cabezazo, que ha sido amortiguado por su mano, y un golpe en la espalda al que no le doy importancia porque estoy demasiado metida en este momento.

—¿Te he hecho daño? —pregunta, separándose de mí solo por un segundo. No le permito estar separado mucho más, inmediatamente vuelvo a juntar nuestros labios en un beso pasional.

 

—¿Vas a morderme otra vez? —consigo preguntar, en medio del beso, sintiendo como se me forma un nudo en la parte baja de mi vientre. 

 

—¿Te gusta que te muerda? —consulta, y yo asiento, levemente, porque es lo único que puedo hacer en este estado sin convertirme en un flan. Cuando vuelve a juntar nuestros labios y siento que toma mi labio inferior en un toque juguetón no puedo evitar soltar un sonidito muy parecido a un gemido—. ¿Llevas algo debajo? 

 

Me toma más de cinco segundos procesar la pregunta, en parte porque continúa besándome inmediatamente después de hacerla, cosa que me bloquea bastante las neuronas. 

 

—Respóndeme, preciosa —pide, bajando la mano de mi espalda hasta la nalga de mi trasero—. ¿Llevas algo debajo?

 

Niego con la cabeza. Al fin y al cabo, este no era mi plan cuando comenzó la noche, y no iba a acostarme a dormir en la misma cama sin ningún tipo de ropa interior. No me parecía correcto.

 

Antes de que pueda decir algo más, utiliza su mano para hacerme un movimiento que consigue darme un giro de ciento ochenta grados, el cual me deja de espaldas ante él y con la mejilla apoyada en la pared, que está fría.  




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