Mientras dure el verano

Capítulo 21

Me despierto aún sintiendo el brazo de Nate sobre mi cadera desnuda. Está pegado a mi espalda y me abraza con su brazo —fuertemente— contra su torso. Un sentimiento de protección y felicidad se esparce por mi interior a medida que me doy la vuelta para observarlo dormir —espero que no suene como algo que haría una acosadora, sino como un acto romántico después de una noche de, por fin, hacer lo que llevaba deseando antes siquiera de saber que lo deseaba—. Tiene los ojos entrecerrados, pero está claramente despierto. Lo sé por la manera en que respira.

 

—Sé que estás despierto —digo, sonriendo.

 

Así que esto es lo que se siente cuando conectas en todas las maneras físicamente posibles con la persona a la que quieres. 

 

Felicidad. Relajación. Confianza.

 

Ni siquiera siento vergüenza pensando en mi cuerpo pegajoso, sudoroso y desnudo pegado al suyo. No habría de qué avergonzarse de todos modos, porque Nate se encargó de examinar cada parte hasta el punto de sabersela de memoria.

 

—Me has pillado —dice, con la voz ronca, y sin abrir los ojos del todo aún. Su brazo me aprieta un poco más contra él.

 

—¿Cuánto rato llevas mirándome? —cuestiono, acariciando su mejilla. Cuando mis dedos se apoyan en su mejilla, siento miedo de que me repudie. 

 

A lo mejor no le gusta compartir cama después del sexo, o que alguien le toque después del acto de pasión. Voy a retirar mi mano a toda velocidad, pero soy parada por su propio tacto trazando círculos sobre la parte más baja de mi estómago. 

 

—No sé. Poco. Mucho. Depende de como lo mires —dice, y yo niego con la cabeza—. No quería que despertarás sola, así que me he quedado hasta que te has despertado.

 

Mi corazón se apretuja en mi interior.

 

Él no lo sabe, pero esto significa muchísimo para mí. Anoche tuve la mente demasiado ocupada en… otras cosas —sí, otras cosas—, como para pensar en cómo sería el día siguiente. Pero una vez cerré los ojos, el miedo me invadió. El miedo a haber cruzado una línea que yo misma había puesto, y que capaz las cosas ya no fueran iguales. 

 

Me aterraba despertar sola, y que él hiciera de cuenta que nada había pasado. Eso me hubiera partido el corazón.

 

Y, aunque ahora tampoco está haciendo referencia explícita a nada de lo que ha sucedido entre nosotros —de lo que ha cambiado entre nosotros, porque han cambiado muchas cosas—, sé que le importo lo suficiente como para pensar en mis sentimientos. 

—¿Tienes hambre? 

 

Mi estómago responde rugiendo —muy poco glamuroso, la verdad— y Nate se ríe en mi cuello, divertido.

 

—¿Qué te parece si tú te quedas aquí, en esta cama… —comienza a plantear, sonriente, y yo le miro confundida— y yo bajo a por algo de desayuno?

 

—¿Harías eso por mí? —pregunto, sonriendo.

 

—Haría cualquier cosa por ti. El desayuno es tan solo el comienzo.

 




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