—Ey, tío —llama Niall, entrando por la puerta del estudio con una bolsa de Dorito’s en la mano. Su usual aspecto alegre está perturbado por un sentimiento nada normal en él: la preocupación.
Puedo entender que esté preocupado. Llevo una semana entera —con pausas intermitentes para ducharme— metido en las cuatro paredes de este estudio, autocompadeciéndome. Solo he comido la comida que me han traído, y si fuera por mí, me hubiera muerto de hambre hace rato.
En estas cuatro paredes estoy a salvo. En estas cuatro paredes puedo ignorar lo que ha pasado.
La vida es un chiste bastante deprimente, y estoy enfadado con quien quiera que haya escrito la historia de mi destino, porque yo no quiero esta puta mierda de vida.
Quiero pedir una reclamación. Sí, eso quiero. O, más bien, quiero pedirle a mi estúpido destino que se retracte de lo que ha hecho y me devuelva a Scarlett Byres, porque me ha jodido la vida.
Ella ni siquiera cree en el destino.
Yo sí. O solía creer en el destino hasta que me tuve que separar de ella.
—Tienes que salir de aquí —dice, amable—. Llevas una semana aquí. Tus fans te extrañan.
Que se jodan mis fans.
Por su culpa he perdido lo único que verdaderamente quería en mi vida.
—Tío, esto no es bueno para ti —dice Niall, dándome una palmada en la espalda—. Shane ha hablado con Andy.
Eso capta mi atención inmediatamente, porque Shane hablando con Andy significa una vía directa de contacto con los sucesos de la vida de Scarlett.
—¿Y? —pregunto, impaciente.
—Así que eso sí que te interesa —bromea, indignado.
Yo ni siquiera puedo hacer una mueca para darle el gusto.
En esta semana, he perdido la capacidad de sonreír.
—Está bien, o por lo menos eso dice Andy. Ha aceptado esa pasarela que le ofrecieron en Nueva York.
Esa noticia me alegra mucho por ella. Sé que era su sueño llegar a ser una modelo importante y que la considerarán en su ámbito profesional. Le ha cerrado la boca a todos aquellos que le cerraron las puertas por no entrar en los estándares de belleza femeninos que le imponían. Si hay algo que siempre he admirado de ella es su fortaleza.
Nunca parecía importarle nada de lo que dijeran de ella, a diferencia de a mí, que siempre me importa todo demasiado. Y en el momento que a mí ya no me importaba tanto lo que los demás fueran a decir, cambiamos roles, y ahora era a ella a la que le afectaban los comentarios de los demás y no a mí.
—Tenemos una reunión —me recuerda Niall—. Para pactar las fechas del tour que comenzaremos en otoño y la fecha de lanzamiento del álbum.
No me apetece nada ir, pero ya cancelé la reunión la semana pasada, cuando todo sucedió, y mis amigos llevan dándole largas a nuestro equipo para que me den un poco más de tiempo.
Ellos aún no saben que Scarlett ha roto conmigo incluso antes de comenzar algo. Y creo que ella tampoco le ha dicho nada a su agente, porque ante todo el mundo, seguimos juntos, solo que en una crisis prolongada en el tiempo.
Sé que no puedo ocultarselo a mi equipo por siempre. Estoy seguro de que algo se huelen, pero no quiero que lo sepan. Lo arruinarían todo más de lo que ya está.
Cuando me levanto del suelo para ir con Niall a la reunión, él sonríe con compasión.
—¿De verdad piensas quedarte así? —cuestiona, algo indignado, y yo le miro sin entender.
—¿Así cómo?
—De brazos cruzados. Estás perdiendo a la mujer que amas y tú solo te encierras en el estudio en vez de pelear por ella.
—No puedo, Niall —digo, sintiéndome avergonzado—. No puedo expresar cómo me siento.
—¿Por qué no? Es sencillo. Lo hubiera entendido hace un mes, cuando estabas en fase de negación y no querías aceptar que te gustaba, pero, ahora, ¿cuál es el problema?
Lo he intentado. Muchas veces.
Tengo un problema de comunicación afectiva.
He intentado expresar millones de veces lo que siento por Scarlett. He llegado a tener las palabras Te quiero en la punta de la lengua más veces de las que puedo recordar en su presencia. Pero, cuando llega el momento, me bloqueo.
Son solo dos palabras, dicen por ahí. Pero no son solo dos estúpidas palabras. Son dos palabras llenas de significado, y no es el significado lo que me da miedo, porque yo ya sé que las siento. Es admitirlo. Decirlo en voz alta.
Cuando creces en un ambiente en el que decir “te quiero” parece peor que sufrir la puñetera peste negra, creces con el sentimiento de que decirlo es mucho más complicado de lo que pueden creer otros. Y cuando te animas a decirlo a alguien por primera vez y esa persona te destruye, se hace el doble de difícil volver a decirlo.