El pulso me tiembla en cuanto pongo la mano en el pomo de la puerta para abrirle. Me cuesta dos segundos y varios pestañeos hacerme a la idea de que Nate está verdaderamente allí y no es un producto de mi imaginación.
Lleva unos vaqueros y una chaqueta de cuero negra, tiene el pelo despeinado y sus ojitos clavados en mí, como si fuera lo más sagrado para él.
Me cuesta apartarme de la puerta para dejarlo pasar pero, cuando lo hago, no hago más que seguirlo con la mirada.
Las letras de todas las canciones se repiten en mí cabeza, unas tras otras, ocupando todos mis pensamientos racionales.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —pregunto, desconcertada.
—En avión. He cogido uno de clase turística de última hora. Mis managers estaban un poco cabreados como para coger el jet privado —bromea, y suelta una pequeña risa falsa.
Yo no soy capaz de hacer nada, de decir nada. Solo lo observo, muy atentamente. Casi al punto de ser una acosadora.
—Scarlett —llama él—. ¿Lo has… escuchado? —pregunta, con inseguridad.
Mi cuerpo consigue reaccionar con el margen justo para dibujar una sonrisa.
—Sí. Lo he escuchado —confirmo, y sus ojos se llenan de miles de dudas—. Si querías que lo oyera solo tenías que enviarmelo. No hacía falta que lo filtraras.
—Ya. Era una opción —asegura él, aún nervioso—. Pero me pareció más justo de esta manera.
—¿Por qué? —cuestiono yo, sonriendo.
—Porque… porque he sido injusto contigo. No he sido capaz de ver lo mal que lo estabas pasando por mí culpa.
—¿Qué? —digo, confundida—. Eso no ha sido…
—Ese álbum es mi manera de decirle al mundo… —me interrumpe, bruscamente, y yo le observo. Tiene los ojos brillantes. Muy brillantes. Y me están mirando únicamente a mí— De decirle al mundo que he pasado página, y que he rehecho mi vida, y que tengo a alguien maravilloso en quien no puedo parar de pensar las veinticuatro horas al día. Es mi manera de darte tu lugar en mi vida y decirles a mis fans que lo único que hacen es joder mi relación, porque nada de lo que digan va a cambiar el hecho de que estoy enamorado de ti.
Mi saliva se atraganta a medio camino de mi garganta. Le observo, atónita, mis pulmones hinchándose con esperanza.
—¿Puedes repetir eso último? —pido, mordiendo el labio.
Él duda, y por un momento temo que la burbuja se haya roto y ya no sea capaz de volver a decírmelo con la misma sinceridad en sus ojos. Pero, si me lo ha dicho hace un minuto, no tiene que haber ningún problema para que me lo diga ahora.
—He dicho… —repite, nervioso. Veo como traga grueso—. He dicho que estoy enamorado de ti —Mi corazón se salta un latido—. El álbum entero es sobre ti. Ese álbum y todos los que vengan después van a ser sobre ti, sobre nosotros, si tú me lo permites. No soy bueno expresando lo que siento con palabras frente a otra persona. Me aterra —confiesa, y veo en sus ojos un destello genuino de miedo—, y casi te pierdo por ser incapaz de admitir que… que te quiero. Porque te quiero. Y lo he sabido desde hace mucho, pero no era capaz de decírtelo por miedo a no saber expresarme, a joderlo todo, a que tu no sintieras lo mismo. Pensé que… —se corta a sí mismo, nervioso, y yo deposito una de mis manos en su mejilla. Inmediatamente él dirige su mano al mismo lugar y acaricia mis nudillos—- Pensé que si físicamente te demostraba lo que sentía, entenderías la profundidad de mis sentimientos, pero no fue así, y fuí un cobarde —se lamenta—, porque yo ya sabía que te quería y no te dije nada.
Mis ojos están llenos de lágrimas. Lo miro a través de las lágrimas, intentando no comenzar a sollozar.
—Dime que eso son lágrimas de felicidad, por favor —pide, y veo que le tiembla un poco el labio cuando lo dice, lo cuál acaba rompiendo la poca fortaleza que me quedaba, porque me rompo a llorar.
—Yo también te quiero, Nate —confieso, y él me mira, sorprendido, como si una parte de él se hubiera creído que no se lo iba a decir—. Y no todo ha sido por tu culpa. Yo también he cometido errores. Muchos. El primero fue decirte que quería que nuestro trato terminara, cuando lo único que quería decirte es que quería convertirlo en real.
Se forma un silencio cálido entre nosotros, y antes de que pueda decir nada más, pego nuestras frentes y junto nuestros labios en un beso tierno, lleno de promesas, deseos y anhelos. Un beso real de verdad, que me llena por dentro y hace que mariposas vuelen por mi estómago felices.
Cuando se me escapa una sonrisa en medio de sus labios, Nate suspira.
—¿Significa esto que te ha gustado el álbum? —cuestiona, como un niño pequeño, y yo me río encima de su boca.
—¿Tú qué crees? —cuestiono, volviendo a besarlo en los labios.
Nos besamos un poco más. Él acaba por pedir permiso para introducir su lengua, y yo se lo concedo, ansiosa por sentirlo lo más profundo posible. La cosa escala con bastante velocidad, y rápidamente estoy montada a horcajadas sobre él, sintiendo el miembro de su entrepierna crecer sobre mi muslo.