ESCENA 1: EL BACKSTAGE - 10 MINUTOS ANTES DEL ANUNCIO
El espejo del camerino devuelve una versión perfecta de Blanché Cazafortín que ni ella misma reconoce del todo. Veintitrés años, piel dorada por semanas de preparación solar calculada, cabello caoba cayendo en ondas que costaron tres horas de trabajo profesional. Lleva el vestido de noche que su familia completa contribuyó a pagar: seda color champán que se adhiere a su cuerpo.
Es la quinta vez que revisa su maquillaje en los últimos veinte minutos. No porque necesite corrección —el equipo de producción contrató a los mejores— sino porque necesita algo que hacer con las manos, algo que la ancle a la realidad mientras el resto de su cuerpo amenaza con flotar o desintegrarse.
—¿Nerviosa? —pregunta Valeria, la Miss Región Norte, desde el espejo contiguo. Su tono intenta ser amable pero no puede ocultar el filo de la envidia.
Blanché le sonríe a través del reflejo. Es la sonrisa que ha perfeccionado durante meses: cálida pero no desesperada, segura pero no arrogante, la sonrisa de alguien que merece ganar pero que también sabe perder con gracia.
—Solo emocionada —responde, y es verdad y mentira al mismo tiempo.
Las otras cinco finalistas ocupan el camerino como constelaciones de nervios brillantes. Están hermosas, todas lo están, pero Blanché ha visto las encuestas online, ha leído los comentarios de los expertos en foros especializados, ha notado cómo los fotógrafos siempre encuentran excusas para tomarle más fotos a ella. No es arrogancia. Es información.
Su teléfono vibra sobre la mesa de maquillaje. El mensaje de su madre ilumina la pantalla:
"Ya eres nuestra reina. Sin importar lo que pase esta noche. Tu papá y yo te amamos. Estamos viendo desde casa con toda la familia. Tu tía Gloria hizo tu postre favorito para celebrar."
Blanché siente que algo se contrae en su pecho. Piensa en su apartamento de clase media en la zona este de la ciudad, en la sala pequeña donde seguramente están apretados sus padres, sus dos hermanos menores, su abuela, sus tíos. Piensa en las horas extras que su padre trabajó como maestro de secundaria para pagar las clases de modelaje. Piensa en su madre rehusando comprarse zapatos nuevos durante dos años para poder costear el vestido de la preliminar regional.
No puedo fallarles. No después de todo lo que sacrificaron.
Cierra los ojos y respira como le enseñó su coach: cuatro segundos inhalando, siete sosteniendo, ocho exhalando. Cuando los abre, su reflejo la mira con determinación renovada.
Un flashback la golpea sin permiso:
Ocho años atrás. Quince años. El centro comunitario del barrio.
Una Blanché adolescente con el uniforme de la escuela pública —falda azul marino desteñida por demasiados lavados, blusa blanca con un pequeño zurcido en el puño— está parada frente a un espejo oxidado en el baño del centro comunitario. Acaba de salir de su primera clase de modelaje, una que su madre pagó con el dinero que normalmente usaban para el mercado de la semana.
La instructora, una ex modelo local con más ambición que logros, le dijo: "Tienes algo, niña. No sé qué, pero lo tienes. Si trabajas duro, si aprendes a caminar como si el mundo te perteneciera aunque no tengas dónde caerte muerta, podrías llegar lejos."
Blanché se miró en ese espejo oxidado y susurró las palabras que se convertirían en su mantra secreto: "Esta es mi salida."
No del barrio, necesariamente. Su barrio era ruidoso y caótico pero también lleno de vida, de vecinos que se prestaban azúcar y se cuidaban los hijos mutuamente. No era vergüenza lo que sentía. Era hambre. Hambre de algo más grande que las opciones que le habían asignado al nacer.
De vuelta al presente.
—Cinco minutos, señoritas —anuncia un asistente de producción desde la puerta—. Por favor diríjanse al área de espera lateral.
Las seis finalistas se ponen de pie como una coreografía ensayada. Ajustan vestidos, verifican que no haya lápiz labial en los dientes, rocían una última capa de fijador de maquillaje.
Blanché toma su teléfono, escribe rápidamente:
"Los amo. Nos vemos del otro lado."
No especifica qué lado.
Se mira una última vez al espejo. La mujer que la observa es una versión pulida, perfeccionada, casi irreal de la niña que alguna vez fue. Toca el pequeño crucifijo que su abuela le regaló y que cuelga discreto bajo el escote del vestido.
Susurra, tan bajo que nadie más puede escuchar: "Esta es mi salida."
ESCENA 2: EL ANUNCIO - LA DERROTA EN CÁMARA LENTA
El escenario del Teatro Nacional es una catedral de luces y expectativas. Tres mil personas llenan cada butaca, y según le dijeron durante el ensayo, otros veinte millones están viendo la transmisión en vivo a través de sus pantallas. La orquesta toca un interludio dramático mientras el conductor —un presentador de televisión con dientes demasiado blancos y traje demasiado ajustado— sostiene el sobre dorado con el nombre de la ganadora.
Las seis finalistas están alineadas en el escenario, tomadas de las manos. Blanché está en el centro, posición que no es accidental. Los productores colocan a la favorita siempre en el centro para facilitar el momento de la coronación.
Su corazón late tan fuerte que está segura de que las cámaras deben estar captándolo. Siente la mano sudorosa de Valeria a su izquierda, los dedos temblorosos de Cristina a su derecha. Pero ella mantiene su rostro sereno, su sonrisa firme.
Años de entrenamiento para este momento. No puedes fallar ahora. Sonríe. Respira. Perteneces aquí.
—Han sido meses extraordinarios —dice el conductor, alargando cada sílaba con sadismo televisivo—. Seis mujeres excepcionales. Pero solo una llevará la corona a Miss Universo en representación de nuestro país.
La cámara hace un paneo lento por los seis rostros. Blanché sabe que el suyo está siendo diseccionado en este momento por millones de espectadores. Ha visto suficientes concursos para saber cómo funciona: buscan señales de nerviosismo, de desesperación, de presunción.
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Editado: 16.12.2025