Mientras menos me gustas (mÁs Te Quiero)

CUATRO

Ron se apresuró a seguirla.

—Permítame acompañarla a su puerta.

Helga me lanzó una mirada intencionada mientras aferraba su brazo al de mi amigo, fingiendo necesitar ayuda, cuando ambas sabíamos que le había visto subirse a caminadoras y resistir más tiempo que yo.

—Jamás rechazaría la ayuda de un hombre tan apuesto —su voz se fue apagando mientras salían de mi apartamento.

Miré otra vez hacia el plan de historia de “La batalla oscura”, la última línea y las palabras de mi vecina burlándose de mí. Darle a Sir Villeneuve un final digno de un enemigo tan importante como lo había sido él.

Yo.

La escritora que se negaba a escribir finales.

La noche era fría.

El fuego ardiendo en la pequeña chimenea en un rincón de la austera habitación hacía poco para desmentir esta afirmación. Habían atravesado noches frías en su camino desde la Capital, acampando en bosques de árboles silenciosos y confidentes, apretando sus cuerpos dentro de una pequeña tienda para obligarse a no ceder ante la muerte helada. Habían vivido noches frías, pero ninguna tan gélida como la de esta noche.

La noche se sentía como una promesa de lo que les esperaba al día siguiente, cuando al fin atravesarían las puertas de Cumbre Escarlata, el hogar ancestral de Sir Villeneuve, donde su enemigo esperaba, ansioso y anhelando, apostaba Lord Tylon, poder llevar a cabo su castigo. El castigo que se había ganado por robar algo que le pertenecía por todas las leyes que regían su sociedad a aquel despreciable hombre.

—Creo que la mujer no entendió su petición de brindarnos dos camas.

Las palabras apenas por encima de un susurro distrajeron a Lord Tylon de sus rencorosos pensamientos. Zara, la esclava de su enemigo, lo miró por debajo de sus oscuras pestañas. Su piel marfil reflejaba todas las llamas que bailaban en la chimenea a unos pasos de donde se había detenido. Su cabello oscuro como la noche misma se hallaba enredado en dos largas trenzas que olían, lo sabía después de horas interminables de respirarlo al cabalgar sobre el mismo caballo, a lavanda y menta. Le tomó otro segundo recordar las palabras de la joven.

—Estos lugares no siempre tienen tal privilegio —su mirada se dirigió hacia el único mobiliario en la pequeña habitación además de una mesa en una esquina donde descansaba un cuenco y una vela gruesa —. Al menos parece lo suficientemente amplia como para que quepamos los dos.

Las mejillas de la joven enrojecieron sutilmente, el contraste con la blancura de su piel a la luz de las llamas fue fascinante.

—Si prefieres puedo preguntar por alguna otra habitación…

—No —dijo rápidamente, el sonrojo esparciéndose hacia su cuello —, eso no será necesario. Quiero decir. Dormimos juntos en la tienda, esto será como eso.

Lord Tylon se limitó a asentir dirigiéndose a la mesa para encender la tosca vela y comenzó a deshacerse de las prendas superiores que serían molestas para dormir; un minuto transcurrió hasta que escuchó a Zara seguir su ejemplo. Minutos después ambos se encontraban bajo la gruesa manta de piel, fingiendo conciliar el sueño, sin atreverse a mencionar la sección de carne de su costado que se tocaba con la suave cadera femenina.

El viento azotó la precaria ventana en un susurro furioso, y Lord Tylon no pudo más que pensar que, efectivamente, esta noche se sentía helada.

Tan helada como la gélida muerte expectante.

Extracto de Juego de Mentiras, de Max Hyde.




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