Terminé de cargar el capítulo del día mientras escuchaba a Danielle moverse en mi pequeña cocina, la que visitaba casi nunca.
—¿Tienes pimienta?
Miré sobre mi hombro para encontrarla parada en el vano de la cocina, su cabello rubio peinado en un moño en lo alto de su cabeza, una mancha de lo que parecía harina en su mejilla.
—No lo sé —dudé, no recordaba cuándo fue la última vez que fui de compras y mucho menos qué había comprado —¿no hay en las alacenas?
Danielle suspiró mientras la puerta principal se abría y la figura empequeñecida de Helga llenaba la entrada, la sombra mucho más alta y ancha de Ron esperando paciente a que la anciana pasara.
—Por supuesto que no tiene pimienta —gruñó Helga, agitando un molinete con la mano que no sostenía el bastón —, eso implicaría que cocinara algo en lugar de siempre envenenarse con esa comida rápida que siempre pide.
—Abuela —suspiró Danielle, lanzándome una mirada de disculpa mientras aceptaba el condimento de su abuela y volvía a la cocina, no sin antes mirar de reojo al divertido Ron que se había instalado bajo el umbral de la puerta todavía abierta. Alcé mis cejas.
—No me ofende. Admito que no soy la mejor cocinera.
Helga me lanzó una mirada suave detrás de sus gruesas gafas.
—¿Qué? —pregunté.
La molesta mujer sólo me ignoró.
Ron finalmente entró, cerrando la puerta y dejándose caer a mi lado, cruzando un brazo sobre mis hombros.
—Creo —comenzó —que llamarte a ti misma cocinera es un poco excesivo.
Un bufido desde el sillón nos dijo que Helga estaba pendiente de nuestro intercambio.
—Lo entiendo —mascullé —no sé cocinar, ¿pueden dejarme en paz?
Danielle volvió a emerger de la cocina, dos platos emanando deliciosos y misteriosos aromas en sus manos.
—Aquí —dijo, entregando uno a su abuela. Helga le lanzó una sonrisa agradecida antes de volver a mirarme petulante; ¿ves? Parecía decir su expresión, esto es cocinar. Acepté el plato con el ceño fruncido —. Espero que esté bien. Tenías algunos ingredientes, pero creo que deberías ir de compras en estos días.
Quise gruñir.
Ron se aguantó la risa mientras probaba un bocado de lo que parecía algún risotto que en mi vida podría recrear. Su murmullo de aprobación fue secundado por el de Helga.
—Está increíble —dijo y no pude objetar mientras yo misma probaba esa delicia —. Muchas gracias por cocinar, Danielle. No tenías que hacerlo.
Las mejillas de Danielle se sonrojaron por el cumplido, Helga miró a su nieta con conocimiento y tuve que esconder mi propia sonrisa. No era un secreto que Danielle estaba perdidamente enamorada de Ron, el por qué éste no hacía nada al respecto era el verdadero misterio. Después de todo, Danielle era hermosa, divertida e inteligente. Estaba en la escuela de leyes, y siempre que tenía algún tiempo libre visitaba a su abuela. La mujer perfecta.
Ron parecía ignorar todo esto, o elegía ignorarlo junto con las miradas de añoranzas que la otra lanzaba cuando pensaba que nadie la estaba mirando. Compartimos una última mirada con Helga antes de llevar nuestra atención hacia el televisor mientras el especial de Juego de Traidores comenzaba. Había enviado mi episodio, luego de la aprobación de Helga, hace tres semanas. Y esta noche anunciarían el ganador en el especial por la última temporada. Sólo podía pensar que si no ganaba todas estas personas me verían llorar desconsoladamente.
Qué incómodo.
Me retorcí en mi lugar, ganándome una mirada interrogativa de Ron, negué suavemente para hacerle saber que todo estaba bien mientras el primer comercial aparecía en la pantalla. No podía imaginar cómo soportaría otros dos comerciales hasta el momento del anuncio.
—Todo irá bien —dijo Danielle, bendita sea.
Incluso Helga había abandonado su expresión altanera para brindarme una sonrisa de apoyo.
El siguiente segmento del programa comenzó y Ron desvió la atención hacia los personajes mientras nos enseñaban los momentos más impactantes de las temporadas anteriores; Helga se unió a él con sus comentarios subidos de tono que nos tenía a su nieta y a mí escandalizadas. La hora transcurrió más fácil después de eso y casi me había olvidado el motivo de nuestra pequeña reunión hasta que el rostro engreído y astuto de Callan McEnroe apareció frente a mí.