—¿Sólo empacaste una bolsa?
Las palabras de Helga me sacaron de mis pensamientos, haciéndome notar cómo Ron ya había cargado el equipaje a su vehículo. Mi bolsa de viaje siendo lo último en colarse dentro del coche, noté el reproche formándose detrás de las gruesas gafas de mi vecina.
—Sólo vamos por una semana o dos —dije defensivamente, mirando intencionalmente a las robustas maletas que ocupaban cada uno de los asientos vacíos —¿no crees que quizás la que exageró un poco fuiste tú?
La mirada de Helga haría temblar al hombre más débil.
—Una dama siempre debe estar preparada.
Abrí la boca para indagar en lo que había empacado realmente esta loca mujer, cuando Ron nos interrumpió.
—Será mejor que nos pongamos en marcha si ambas quieren alcanzar su vuelo.
Helga me lanzó una sonrisita de suficiencia antes de aceptar la ayuda de Ron para ocupar el asiento del acompañante, yo por otro lado tuve que hacerme lugar en los asientos traseros, apretándome entre sus maletas.
Este viaje sólo podía mejorar.
Nos despedimos de Ron cuando anunciaron la salida de nuestro vuelo. Helga apresurándose hacia la zona de abordaje, más de un par de ojos lanzando una segunda mirada hacia su llamativa figura.
—Lamento no poder acompañarlas.
Miré hacia Ron, sus ojos apartándose de Helga para encontrarse con los míos. A decir verdad, Ron había sido mi primer acompañante en mente, pero no había podido escapar de sus responsabilidades como gerente en la empresa constructora de muebles donde trabajaba. No lo culpaba, en su lugar le había ofrecido el lugar a Helga, quien no había dudado en aceptar. Una parte de mí todavía temía viajar con la extrovertida ancianita.
—Está bien —le resté importancia —, sé que lo intentaste.
La voz en los altavoces anunció que era mi última oportunidad de abordar, por lo que me acerqué para un último abrazo, y terminé de despedirme.
Helga ya se encontraba ocupando nuestros asientos en clase ejecutiva, cortesía del show, su mirada astuta recorriendo todo.
—Prometiste comportarte —le reprendí cuando la encontré comiéndose con los ojos a un pobre hombre del otro lado del pasillo. Si el hostigado lo notó, eligió fingir que no estaba al tanto de nada.
Helga me ignoró mientras sacaba un espejo de su bolsa de mano y se dedicaba a retocar su maquillaje.
Fruncí el ceño al ser ignorada, pero decidí que bien podría utilizar estos últimos minutos antes de que el avión despegara para comprobar si no tenía mensajes. Le escribí a los del show para hacerles saber que había abordado el avión sin problemas, recibiendo una rápida respuesta por su parte deseándome un buen viaje y asegurándome que tendrían a alguien esperando por mí al aterrizar. Iba a guardar el móvil nuevamente cuando una notificación de mi página de escritora llamó mi atención. Un nuevo comentario de Búho blanco 101.
“Estoy tan feliz de que hayas conseguido esto. Espero que esta oportunidad de estar cerca de los personajes te demuestre que Sir Villeneuve no es tan malo como intentas retratarlo en tus historias. Mucha suerte.”
Fruncí el ceño, no era la primera vez que recibía uno de esos mensajes, siempre firmado por el mismo usuario. Búho blanco 101. No es que fuera extraño, después de todo incluso los villanos tenían derecho a tener sus admiradores; pero algo en las palabras de esta persona siempre me llamaba la atención, como si hablara de algo que supiera y yo no.
La azafata nos pidió que apagáramos los dispositivos electrónicos y no tuve más opción que olvidarme del comentario de Búho blanco 101, o de la inquietante idea que Sir Villeneuve pudiera ser algo más que el villano de todas mis historias.
Por ahora.