Mientras menos me gustas (mÁs Te Quiero)

NUEVE

Llegamos al pequeño pueblito rural donde se filmaría parte de los primeros episodios con el crepúsculo. El paisaje montañoso y helado ofrecían la escenografía perfecta para representar el camino distante entre Cumbre Escarlata, hogar del villano; y la Capital, donde se desarrollaba gran parte de la historia.

Habíamos tenido que recorrer parte del viaje en coche, ya que el pueblo no tenía aeroparque, Helga no dejaba de quejarse por esto último. Dixon elegía sabiamente no ofrecer argumentos ante el monólogo despectivo de la anciana.

Miré hacia él mientras nos conducía por el abandonado sendero; Dixon nos había encontrado al bajar del avión, en la ciudad próxima. Presentándose ante nosotros como ayudante de la directora, Celine Farrou, un cartel con mi nombre en sus manos y una mirada nerviosa en su juvenil rostro.

Helga debió pensar lo mismo que yo, porque las palabras que le ofreció en saludo fueron:

—¿Tienes edad suficiente para conducir?

Lo cierto era que el rostro pecoso del pelirrojo no parecía ser mayor que los dieciséis, con suerte. Tampoco ayudaba el hecho de que su figura fuera alta y desgarbada, como un preadolescente todavía en formación.

O sin cuajar, como diría Helga.

Las mejillas avergonzadas del niño sólo enrojecieron más mientras asentía, recordando tardíamente presentarse como Dixon LeBlanc, asistente de la directora y, para alivio de ambas, un pasante de veinte años.

Lo joven que se veía todavía me aturdía.

El coche se detuvo frente a una cabaña austera, el porche de madera pareciendo balancearse al compás del gélido viento que me había obligado a rebuscar entre las maletas de Helga por uno de sus ponchos de lentejuelas, el tono escarlata de la prenda compitiendo con la rojez de mi nariz.

Este lugar era el infierno helado.

Dixon pareció leerme la mente porque se disculpó, nuevamente, mientras abría nuestras puertas y nos ayudaba con el equipaje. Corrí en su ayuda, temiendo que terminara aplastado por una de las maletas de mi vecina.

—La zona es un poco complicada en esta época del año —explicó —debido al clima. Desafortunadamente no hay hospedaje en la zona, por lo que el equipo alquila algunas de las cabañas de los lugareños, ofreciendo paquetes vacacionales de recompensa para mantenerlos alejados durante los periodos de grabación.

Asentí, preguntándome si tendríamos que compartir el baño con algún fantasma olvidado por los dueños, Helga observaba la rudimental estructura como si estuviéramos compartiendo el mismo temor.

—La cabaña está abastecida para su estadía —el pecho de Dixon se hinchó con orgullo, como si tuviera la necesidad de defender las decisiones de sus superiores —y una vez que el hogar esté encendido no notaran la diferencia con cualquier cálida habitación de hotel, se los aseguro.

El viento sopló con rudeza, la madera blanca soltó un quejido en protesta. Sí, lo dudaba.

No se lo dije, sin embargo, optando por asentir y buscar refugio de los vendavales arrolladores en el interior de la vivienda. Sorprendentemente, Dixon estaba en lo cierto. Una vez que las llamas en la chimenea de piedra se avivaron, creciendo y calentando la estancia, el interior fue mucho más agradable de la apariencia que ofrecía el exterior. Aunque los chirridos ocasionales del material siendo azotado por el temporal era algo a lo que me costaría acostumbrarme.

Como plus, ningún alma vengativa nos dio la bienvenida. Había que agradecer las pequeñas cosas.

—Tengo instrucciones de dejarles descansar esta noche —dijo Dixon, ya dirigiéndose a la salida. Huyendo, comprendí al ver a Helga ya envuelta en una acolchonada bata, ¿en qué momento se había cambiado? No tenía idea —. Las recogeré mañana por la mañana para llevarles a la cafetería por el desayuno. Tendrán oportunidad de conocer al resto del equipo entonces.

Le agradecí siguiéndole hasta el porche, aferrando los bordes brillantes de la prenda prestada a mi alrededor, luchando por resistir a la gélida brisa. Dixon lanzó un último saludo nervioso hacia nosotras antes de subir al coche y desaparecer por el solitario camino de tierra.

—¿No sientes que ya has visto este lugar?

Miré hacia Helga, su mirada astuta recorría la extensión inhóspita fuera del porche y las paredes toscas que nos resguardaba. Entonces la mirada brillosa de la anciana se encontró con la mía, había demasiada travesura detrás de esas gruesas gafas.

—¿Qué?

Helga volvió a mirar el interior, como cerciorándose de que seguíamos solas. Tragué.

—Siento que ya vi este lugar —volvió a mirarme —en alguna película de horror.

Esta sería una larga noche.




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