La noche fue eterna. Y los posibles fantasmas o asesinos enmascarados con motosierras nada tuvieron que ver con eso. La única culpable de mi pobre intento de conciliar el sueño no era otra sino mi compañera.
Íbamos a acostarnos, ambas demasiado exhaustas como para hacer algo más que una rápida cena con los aperitivos de bienvenida que había dejado la producción para nosotras en la pequeña área de cocina, cuando notamos que no había dos habitaciones. Sólo una. Compartiríamos recámara. Afortunadamente habían dispuesto dos camastros individuales con suficiente ropa de cama como para no extrañar la ausencia de una segunda chimenea en la pequeña habitación.
Desafortunadamente mi compañera recordó tardíamente alertarme que no podía descansar sin los sonidos de ballenas cantando para ella.
La combinación de esos sonidos, los fuertes vientos azotando la pequeña cabaña y los propios ronquidos leves de Helga me mantuvieron despierta toda la noche. Algo que podía apreciarse a simple vista en las manchas oscuras bajo mis cansados ojos.
Maldición, se suponía de debía verme radiante en el primer encuentro con Finn Hollande y aquí estaba, sujetando mi apagado cabello en un moño desordenado en la cima de mi cabeza, demasiado exhausta como para hacer algo más.
Helga, por otro lado, no parecía tener el mismo problema mientras emergía del pequeño baño en una nube de perfume importado, su maquillaje perfecto y otro conjunto brillante envolviendo su pequeña figura.
Ignoré la mirada desaprobada que le lanzó a mis sencillos vaqueros y sudadera, buscando entre sus cosas por alguna bufanda. Juraría que había amanecido con diez grados menos que ayer.
—Podría encargarme de tu maquillaje por ti…
El sonido de una bocina fuera de la cabaña me salvó de responder mientras huía de las garras de la anciana y me reunía con Dixon, sus mejillas más enrojecidas que el día anterior.
—Buenos días —saludó, abriendo la puerta para nosotras. Le dediqué una sonrisa, divirtiéndome en silencio cuando las manchas en su pecoso rostro sólo crecieron más.
—Buenos días, cariño —ronroneó Helga, y negué mientras un incómodo Dixon cerraba su puerta y rodeaba el vehículo antes de acomodarse detrás del volante —¿cómo amaneciste en este día tan encantador?
Alcé una ceja, observando las gruesas nubes sobre nosotros. Dixon pareció pensar lo mismo mientras pestañeaba confundido hacia la sonriente Helga.
—Emm, bien —tartamudeó —¿ustedes tuvieron una buena noche?
Antes de que Helga pudiera hacer huir al pobre chico, respondí.
—Lo hicimos —mentí —, muchas gracias por todo lo que haces por nosotras.
Ignoré la mirada burlona de Helga, cambiando de tema rápidamente.
—¿Entonces nos encontraremos con el resto del equipo?
Dixon encaminó el coche por el sendero, mientras asentía hacia mí en el espejo retrovisor, sus ojos verdes apenas encontrándose con los míos.
—Así es. Ya están comenzando a servir el desayuno. Parte del elenco también elije comer con el resto del equipo, algunos prefieren permanecer en sus cabañas hasta que sea el momento de filmar, me temo.
Asentí, no es que pudiera culparlos, este lugar no ofrecía el clima más cordial después de todo.
Helga golpeó su bastón contra la guantera, sorprendiéndonos tanto a Dixon como a mí.
—Danos nombres, niño.
Santa madre.
Dixon boqueó sorprendido por la exigente orden, afortunadamente en ese momento giramos en una curva y nos encontramos frente a una gran carpa blanca montada en el medio del paisaje. El viento luchando contra la estructura de tela; y ésta última resistiendo contra todo pronóstico. Nos bajamos.
—Bueno, como dije, principalmente son miembros del equipo. Maquillaje, camarógrafos, vestuario…pero también hay algunos actores, sobre todo extras, y el señor McEnroe también prefiere las comidas con el equipo…
—Argh —gruñó la anciana, el disgusto ensombreciendo sus facciones mientras golpeaba su bastón dos veces contra la tierra, restos del rocío helado aferrándose al objeto —no nombres a ese desgraciado. No decimos el nombre de ese maldito…
—¡Helga! —interrumpí antes de que alguien pudiera escucharla.
Pero fue demasiado tarde.
Los ojos asustados del ayudante se abrieron desmesuradamente, observando con horror un punto sobre mi hombro, en la entrada de la carpa adiviné. No quería girarme, no quería ver; pero tuve que hacerlo eventualmente.
Callan McEnroe se encontraba allí; su retirada interrumpida por el exabrupto de mi compañera, su rostro hermético en dirección a la furiosa anciana. Entonces su mirada se trasladó hacia mi figura, tan asustada como el propio Dixon, demasiado espantada como para hacer algo más que quedarme allí, petrificada, devolviéndole la mirada a nada más y nada menos que Sir Villeneuve en persona.
—Max Hyde —ronroneó en ese acento tan seductor, una sonrisa peligrosa demasiado similar a la de su personaje apoderándose de su boca —asumo.