—Eso fue…inesperado —el confundido comentario de Dixon finalmente nos liberó a todos del trance. El ayudante miraba todavía por donde el actor había desaparecido, como si todavía pudiera vislumbrar el brillante vehículo y su entretenido conductor.
—¿Quieres decir que no se ofrece normalmente a hacer de guía turístico de escritoras anónimas y ancianitas maleducadas?
Helga me lanzó una mirada obstinada que prometía venganza por mi atrevimiento, la ignoré mientras me concentraba en Dixon. Nos indicó que lo siguiéramos mientras nos dirigíamos hacia la carpa, las personas ya notándonos como forasteras. El aroma de la comida al fin alcanzándome, despertando mi apetito. Podría matar a alguien si no tenía una taza de café en mis manos en los próximos cinco minutos.
—Quiero decir —continuó Dixon, dejándonos pasar. Las personas en las mesas más cercanas nos echaron una mirada curiosa mientras nos refugiábamos de los vientos finalmente, el aroma a café haciéndome salivar como uno de los perros de Pávlov —que el señor McEnroe es muy amable, pero es más bien solitario. No me esperaba esa propuesta de su parte, a decir verdad.
Me obligué a apartar la mirada de las mesas largas que contenían las opciones de desayuno, algunas personas alrededor de ésta ya se encontraban sirviendo sus platos, alzaron la mirada para encontrarme suplicándoles con una expresión hambrienta.
—Quizás no hablaba en serio —dije, recordando que Dixon seguía esperando mi comentario, finalmente nos dirigió hacia el banquete y dos segundos después ya había acumulado una pila de insana de donas en mi plato mientras vaciaba la mitad de mi primera taza de café. Helga sonrió, sabía que probablemente tendría dos tazas más antes de abandonar el recinto, ya sabes, tal vez fue sólo algo que dijo sin sentirlo realmente; sólo para despedirse.
Dixon no parecía convencido, pero lo dejó estar mientras nos dirigíamos con nuestro desayuno hacia una mesa casi vacía, una morena con trenzas de carmesí nos observó desde el otro lado de sus gafas, el delgado marco dorado resaltando sus ojos pardos.
—Buenos días, Florence. Te presento a la escritora Max Hyde, y su amiga, la señora Helga Bates.
Sonreí incómoda, todavía de pie junto a la mesa, la torre de donas peligrosamente cerca de derrumbarse.
La boca de la mujer se alzó, como si le divirtiera mi incomodidad.
—Es un placer conocerlas —dijo roncamente hacia nosotras, intenté descubrir el origen de su acento y fallé —. Por favor, tomen asiento. Muero por conocerte, Max. Todos teníamos una apuesta sobre cómo te verías.
Dios mío. Callan McEnroe no estaba mintiendo.
Miré hacia un Dixon sospechosamente concentrado en su omelete, las cimas de sus mejillas tornándose rojas con cada segundo que mi mirada acusadora persistía en él. Finalmente pareció reunir el coraje para enfrentarme.
—¿Qué apostaste tú? —le reté a contestar. Pude ver su garganta moverse mientras tragaba con nerviosismo antes de responder.
—Yo…yo no formé parte de la apuesta, señorita Hyde. No me parecía correcto.
Miré hacia Florence, la diversión escapaba de ésta última a raudales.
—Dice la verdad —sacó a su amigo de su miseria mientras se encogía de hombros y bebía de su largo vaso. Su desayuno consistía en un batido verde y un plato de avena, miré hacia mis donas azucaradas frunciendo el ceño —nadie es capaz de corromper al bueno de Dixon LeBlanc —se burló.
Miré hacia Dixon, pero no parecía afectado por las palabras de su amiga, supuse que era algo rutinario entre ellos.
—Yo por mi parte —dijo Florence, atrayendo mi atención nuevamente —acabo de ganar un dulce botín, te lo agradezco —alzó su bebida en un brindis hacia mí.
Suspiré mientras aceptaba su brindis y me terminaba mi primera taza de café. Algo me decía que necesitaría una bebida más fuerte para hacerle frente al resto del día.
Salud.