Nunca antes había estado enamorada.
Ni siquiera en la escuela.
Desde pequeña me había aislado en mi propia esfera, casi sin notarlo, huyendo de muchos eventos canónicos que una adolescente debería experimentar. Entre esos, se encontraba la ardiente desesperación de un primer amor.
Quizás fue por ese motivo que no tardé en convencerme que lo que sentía por Finn Hollande era, en efecto, amor.
Era un cálido día de verano durante las vacaciones; mi mejor amiga se había marchado al extranjero por un viaje familiar y Ron comenzaba sus prácticas en la tienda de sus padres. Las circunstancias y mi total falta de interés por crear vínculos me habían dejado sin mis únicas dos amistades para enfrentar las asoleadas y eternas tardes; fue en una de esas tardes que lo vi.
Llámenlo destino, casualidad, o la programación de HBM un domingo por la tarde; pero mientras pasaba canales sin prestar realmente atención a nada, su rostro apareció frente a mí.
Mi mente se reinició después de aquel primer vistazo, después de terminar aquel primer episodio –que en realidad era el episodio cinco de la primera temporada- me dediqué por el resto del verano a indagar en todo lo que una chica de dieciocho años con acceso a internet podía descubrir sobre ese apenas conocido actor, Finn Hollande.
Mi obsesión no se detuvo allí, no.
Entre los lapsos de tiempo que tenía que esperar para una nueva temporada me dediqué en cuerpo y alma a escribir sobre no sólo Finn, sino toda la serie y cómo su personaje era la pieza esencial que hacía funcionar el engranaje del programa. Con el tiempo más personas comenzaron a compartir mi opinión, convirtiéndose en lectores regulares de una historia que nos mantenía entretenidos a la espera de la verdadera historia.
Aquel hueco que había permanecido vacío todo ese tiempo, el que tenía un pequeño cartel sobre la puerta con las palabras “primer amor” grabado en él, pronto se llenó de pequeñas partes de Finn; sus ojos brillantes y siempre traviesos, su voz amable y seductora si la situación lo ameritaba, su rostro al esforzarse con las mejores actuaciones de su carrera.
Él era un rostro bonito, sí. Pero sabía que había mucho más detrás. Y ansiaba descubrir cada pequeño secreto.
Mi boca, que había perfilado con sumo cuidado horas antes, se curvó en lo que esperaba fuera una sensual sonrisa. Una que llamara la atención de este hombre, el hombre al que había encerrado en aquella polvorienta habitación en mi mente y le había otorgado el dudoso honor de ser mi primer amor.
Bajé las pestañas, de la forma en que sólo puede ser resultado de haber ensayado una y otra vez frente a un espejo para comprobar su efecto, justo antes de volver a alzar la mirada para encontrarme con la suya.
Mi performance fue recompensada con una lenta evaluación y la aprobación en forma de sensual sonrisa. Tuve que controlarme a mí misma de saltar sobre sus huesos.
—Finn Hollande —dije desinteresadamente, mientras sentía el cuerpo de un silencioso Callan McEnroe tensarse ante la ronquera en mi voz. Casi había olvidado que se encontraba junto a nosotros, como mudo espectador de una historia a punto de suceder. Sólo para divertirme a su costa, y quizás por oscuros deseos de venganza en lo que no iba a detenerme a indagar, añadí —asumo.
Robando así las palabras del mismísimo Sir Villeneuve.