—¿Sabes qué es lo bueno de las celebraciones de jóvenes? —preguntó Helga mientras hacía todo un espectáculo de saborear su bebida ámbar que estaba segura no era la copa de vino que le conseguí una hora atrás —. Que son tan predecibles. Música fuerte, charlas superficiales y, al final, alguien se emborracha y hace el ridículo. ¿Por qué estoy aquí otra vez?
Yo me preguntaba lo mismo con cada minuto que transcurría.
Sí, había tenido la mejor de las primeras impresiones con Finn, pero mi personalidad introvertida no tardó mucho en emerger desde las profundidades de mi alma, enviando al pobre hombre hacia las colinas; o en nuestro caso, hacia una mesa llena de gente más divertida.
O eso es lo que aparentaban desde la distancia.
Los había estado observando desde mi lugar, un oscuro rincón donde el resplandor de las luces cálidas apenas alcanzaba a tocar, con una anciana que estaba dando todo de sí en la misión de embriagarse y un asistente incluso más recluido que yo.
—Puedo acompañarlas a su cabaña en el momento que deseen.
Dixon pareció recordar que era nuestra niñera designada.
Miré otra vez hacia la mesa de los populares, todos eran rostros que conocía de la serie, incluso algunos compañeros del staff que Florence me había presentado más temprano; pero eran Finn y la hermosa mujer de cabello azabache a su lado los que tenían toda mi atención.
Vanessa era la protagonista femenina de la serie, la princesa perdida de un reino lejano, esclavizada por el villano y adorada por el héroe.
Como cabría de esperar, era condenadamente hermosa. Y ni siquiera podía encontrar fuerzas para odiarla porque adoraba su trabajo, no sólo como Zara, sino también su próspera carrera de cantante.
Una de sus canciones era mi jodido tono de llamada, por todos los santos.
Y al parecer Finn también la adoraba porque no paraban de echarse risitas en la última hora.
Moví mi cabeza, como si aquello espantara cualquier mal pensamiento. Sólo para ganarme un disimulado golpe en el brazo por parte de Helga.
—No conseguirás al hombre sentada aquí, niña tonta.
Abrí la boca, mitad indignada, mitad sorprendida por lo perceptiva que era esa mujer. Dixon no ofreció comentario, pero sus mejillas más oscuras bajo la luz casi inexistente me dijeron que había oído cada palabra.
—Ve por él, chica. No tienes nada que perder excepto la dignidad, y créeme, no es tan valiosa como parece.
Odiaba admitirlo, pero la anciana tenía razón.
Me puse de pie y comencé a caminar en esa dirección, bien podría fingir que deseaba conocer a Vanessa, lo que no era del todo una mentira…
—¿A dónde vas tan decidida?
Una figura se interpuso en mi camino, encerrándome en un sutil movimiento entre su cuerpo y la barra. Nadie parecía prestarnos atención, pero no parecía que a Callan le importara de todas formas.
Me tensé. ¿Había notado que me dirigía hacia Finn? ¿Por qué me detuvo?
—Sólo a… conseguir otra bebida.
Su sonrisa me dijo que no me creía ni una palabra.
—¿Segura que es una bebida lo que quieres?
Antes de que pudiera responder, una voz nos interrumpió.
—¡Callan, querido!
Reconocería ese acento ligero en cualquier lugar.
Vanessa se acercó casi bailando, envolviendo el cuello de Callan con un brazo y atrayéndolo en un abrazo lleno de confianza. Su altura casi idéntica me dejó boquiabierta por un momento.
Entonces, como si recordara que no estaban solos, Vanessa se volteó a verme.
—Oh, ¿eres nueva en el staff?
Existen sentimientos que son imposibles de negar. Como el deseo. Como el odio.
Sir Villeneuve los conocía muy bien.
Había saboreado un poco de ambos esa misma noche. Ver a su mayor enemigo bailar con la mujer enmascarada, que sabía no podía ser otra que la esclava que lo había hipnotizado años atrás. Los cuerpos atrayéndose en una danza silenciosa que sólo anticipaba un deseo mayor, un anhelo carnal.
El odio había calentado su sangre, por supuesto. Pero también lo había hecho la anticipación, la euforia por destruir aquella imagen, separar esos cuerpos y arrebatar cualquier partícula de felicidad que pudieran compartir.
Y quedarse con todo.
Ese era un sentimiento con el que Sir Villeneuve estaba más que familiarizado.
El deseo…por destruir.
Extracto de Juego de Mentiras, de Max Hyde.