—¿Cuántas veces tengo que repetir que no vuelvas a acercarte a una caja de tintura?
El regaño suspirado de Florence me sacó de mis pensamientos. Por alguna razón que desconocía, la extrovertida estilista me había secuestrado aquel día apenas había puesto un pie en el set de filmación. Me había ordenado seguirla y eso había hecho, como un patito perdido hipnotizado por su madre.
La extra, que en ese momento se encontraba recibiendo el sermón malhumorado por haber caído en la tentación de realizarse la tintura en casa, sólo me echó una sonrisa rápida y volvió su atención a su móvil ignorándome, y a la disgustada Florence, para seguir disfrutando de algún programa de variedades de idols.
Una risa armoniosa atrajo mi atención, a pocos metros cerca de los establos montados para los caballos que actuaban en la serie, tres figuras charlaban y reían como si la familiaridad que compartían los volvieran intocables.
Callan escuchaba sin interés lo que sea que Finn estuviera diciendo en aquel momento, mientras que una mano enguantada con las oscuras vestimentas de Sir Villeneuve acariciaba cuidadosamente la crin del caballo azabache. La dueña de la melodiosa carcajada no era otra que la misma Vanessa, ya estilizada en el humilde vestuario de la esclava Zara, aunque su indiscutible belleza poco ayudaba a desmejorar aquellas sencillas prendas.
—No es una mala persona.
La silenciosa frase me sorprendió, mis mejillas calentándose al darme cuenta que había sido atrapada husmeando como una rarita.
Florence había terminado con la desobediente extra en algún momento sin que lo notara, y ahora estábamos solas; nuestra atención en el trío que seguía conversando ajenos a nuestro escrutinio.
—Escuché lo que sucedió anoche —continuó Florence cuando no respondí —. Vanessa llegó tarde a la reunión y se perdió tu presentación, es por eso que no sabía quién eras. No tuvo malas intenciones, sólo intentaba presentarse como lo haría con cualquier nuevo miembro.
Lo sabía, incluso después de ese silencio incómodo y humillante, había llegado a la conclusión de que todo había sido un malentendido. Pero la rara sensación de desgaste seguía ahí, a pesar de que Callan había reaccionado rápidamente y nos había presentado como correspondía.
Vanessa se había disculpado, inmediatamente. Ofreciéndome halagos por mi escritura y brindándome sonrisas que se veían sinceras. Entonces, no podía entender por qué ese sentimiento persistía en mí. La sensación de que no podíamos compartir el mismo aire sin que yo me quedara sin respirar.
Los celos eran una cosa fea con la que lidiar.
Intenté sacudirme aquella sensación mientras fingía mi mejor sonrisa para Florence.
—Lo sé. Todo fue un malentendido. No estoy enfadada, ni nada.
Las cejas perfectamente dibujadas se arquearon interrogándome.
—Entonces, ¿qué te tiene con las orejas caídas como un cachorrito que le pide a su dueño un bocadillo antes de su hora de cenar?
Casi alcé mis manos para comprobar mis orejas.
—Estoy nerviosa por la filmación, eso es todo —afortunadamente, eso no era del todo una mentira. Después de todo, esta era la serie del año y en mis manos estaba la vida, bueno la muerte, del villano más odiado y amado por todos.
Florence no pareció creerme mientras volvía a observar el grupo que, gracias a Dios, ya se alejaba para recibir las instrucciones antes del rodaje.
De pronto, sus ojos se abrieron como si una idea hubiera traspasado sus gruesas trenzas y hubiera entrado en su cabeza.
—¿Acaso te gusta…?
El sonido de la armoniosa voz de Vanessa cantando sobre un amor no correspondido interrumpió esa desafortunada pregunta.
—¡Lo siento! ¡Debo contestar!
Sin darle tiempo para responder, me llevé el celular al oído mientras aceptaba la llamada sin verificar.
Huyendo de la mirada sospechosa de la estilista.