Mikrocosmos

Capítulo 10: Te voy a extrañar

Eran las 12:36pm.

Ambos iban con las chaquetas en mano y con un suéter delgado puesto. Yony los seguía desde distancia.

— Aló —habló Sus por teléfono—... Si, ya vamos en camino, ¿ya están todos allá? —miró por la ventana—... Ah ok, no se les ocurra comprar fresas con crema sin mí —seguido colgó.

— ¿Quién llamó?

— Camyla.

Ya estaban haciendo la fila para las entradas, avanzaba rápido. Manuel pasó ese tiempo viendo alrededor mientras que ella las compraba.

— Listo, vamos.

— ¿Vamos a subir en eso? —señaló el teleférico.

—Si... pasaremos el resto del día ahí arriba.

— Para eso la chaqueta, ¿hace mucho frio?

— Considerando de donde vienes no sabría qué decirte sobre el frío.

Uno de los trabajadores recibió sus entradas, siguieron a las personas hasta llegar a una especie de cabina donde se subían al teleférico.

— ¿Ustedes dos van juntos? —le preguntó una señora que estaba ahí a Sus y ella asintió—. Ah, pero entonces súbanse con nosotros, yo solo voy con mi hijo y mi esposo.

Yony pasaría a recogerlos cuando volvieran, tenía unos asuntos personales que atender.

Sus lo pensó por un momento, pero su mente se encargó de asustarla...

— No se preocupe, gracias. Aún estamos esperando a unos amigos por el momento, ya vienen —le sonrió amablemente.

— Ah, dale pues —respondió la señora de la misma manera.

Dejó que la familia subiera en la cabina disponible y ellos subieron en la siguiente.

— ¿Me explicas?

— Es que iba a decir que si, pero no los conozco y mi mente se encargó de hacerme una película de lo que hubiera pasado y no terminaba bien —dijo nerviosa.

— Entiendo. ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar arriba?

— Estaremos un rato, no recuerdo cuánto tiempo dura.

Conforme iban agarrando altura podían ver los edificios y demás cosas a lo lejos, al igual que si se asomaban por la ventana podían ver el gran vacío sobre el que estaban pasando, y era muy alto.

— ¿Si te diste cuenta de que si esta cosa se para hasta aquí llegamos? —comentó Susan a maldad.

— ¿¡Qué estáis diciendo?!

— Es que si, si algo pasa mientras estamos aquí ya valimos —volvió a comentar con un aire tranquilo, pero luego rio.

— ¡¡¡Que puto miedo!!! —se rio— ¿esto es seguro verdad? —ahora su expresión era seria.

— Si... —Manu suspiró— pero cualquier cosa puede pasar.

— Sus que mala sois —dijo y ella rio.

— Es jodiendo, Manu, no te asustes, no va a pasar nada...

— ¿Queréis que me dé algo? —dijo y Sus rio.

— Ah, vaina pues. No, no quiero eso —habló mirando por la ventana.

Subían y subían y no Manu no veía que iban llegando.

— Esto es alto, ¿no?

— Sí, pero no tanto. En otro estado llamado Mérida hay uno más alto, con varias paradas, no recuerdo cuántas son, muchos después de las primeras se devuelven porque no soportan el frío —contó.

— ¿En serio?

— Mmmjú, yo he ido, el frío es candela, pero creo que es porque no estamos muy acostumbrados a el que digamos, si hace frio en algunos lados, pero no se compara con otros países, aquí es más que todo un clima que no fastidia. Creo que un canadiense o un ruso o cualquier persona de un país cuya temperatura llegue bajo cero o cerca de cero si podría subir hasta la última estación de ese teleférico y sin problemas.

— Entiendo, entonces yo podría subir.

— España... y vives en USA, no veo por qué no —se encogió de hombros.

Minutos más tarde ya habían llegado a la estación, se bajaron del teleférico.

— ¿Ahora a dónde vamos?

— A recorrer todo esto.

— ¡Susan! —la llamaron y ella volteó— ¡estamos aquí! —era Camyla, estaba en la entrada de la pista de patinaje y ambos amigos caminaron hacia ella.

— Hola —saludó Susan.

— Hola —se dieron un beso en el cachete— y hola, Manu.

— ¿Cómo estás, Camyla?

— Muy bien, gracias ¿y tú?

— Igual.

— Me alegro.

— ¿Todos están dentro? —preguntó Susan.

— Mmmjú —entraron—, la novia de Deiverson quiso venir y lo obligó a que patinara con ella.

— ¿Cuántas veces se ha caído? —preguntó Susan.

— Las suficientes para que todos se rieran a tal punto de que les doliera la barriga —respondió Camyla.

Entrando vieron a los demás ayudando a Deiverson a quitarse los patines en los asientos junto la pista.

— No me jodas, ¿cuántos coñazos te metiste? —le preguntó Sus.

— Sabes que son veinte minutos ahí dentro —habló Ricado mientras le deshacía el nudo al patin de Deiverson.

— Ajá.

— Pues de esos veinte solo duró íe pie un minuto, acumulando todo.

— ¿Tan terrible eres?, y tan sifrino que te la das, mariko —burló Susan.

— Tú eres muy buena, supongo —dijo sarcástico Deiverson.

— Mejor que tú si —habló con una sonrísa.

— Veeeee —corearon todos al unisono y Deiverson se quedó callado.

— Cierto —dijo al ver a Manu—, ahm, para los que no lo conocen, él es Manuel —todos saludaron—. Manu, el gordito que está ahí es Jesús.

Jesús era un chico poco más bajo que Susan, de tez blanca, ojos oscuros, el cabello negro y peinado parecido al de Manu, aparte de que era algo gordito.

— Hola —Jesús le dio la mano ya que estaba cerca— ¿todo fino?

— Hola, un gusto —respondió Manu.

— El que está junto es Albert, el hermano de Jesús —señaló al chico junto a Jesús.

Albert era parecido a Jesús, solo que él si era alto, delgado y algo fornido. Era la versión más guapa de Jesús.

— Hola —él no se levantó.

— Hola —respondió Manu.

— Ella del fondo es Mariana la novia de Deiverson, y la chica junto es Alejandra, que es la hermana de Mariana —habló Susan nuevamente.

— Hola —dijeron ambas al unisono.

— Hola —respondió Manu.

Mariana era de tez clara, semi rubia y de ojos oscuros, era algo alta también, poco más que Susan y con más cuerpo, una belleza, pero sin mucho cerebro. Alejandra, ella era de la misma tez de Camyla, con cabello marrón, ojos marrones claros, poco más baja que Susan y con más cuerpo, una belleza igual que su hermana, pero ella si tenía más cerebro.




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