Mil veces, tú (libro 2 de Perdido en ti).

Capítulo 4: Síndrome de Cotard.

Bruno

16 de noviembre, 2020.

Entré a casa de mis padres para visitarlos luego de muchos días. No les encontraba en ningún lado, hasta que fui a la cocina y los vi preparando un postre juntos.

—Buenos días ¿Cómo están? —Les di un abrazo a cada uno y me senté en una de las sillas del desayunador.

—Bruno, ¡qué bueno que has venido a vernos! —Mi madre besó mi mejilla— ¿Dónde está mi preciosa Aleska?

—Aleska no vino conmigo porque fue a visitar a Rosé a Corea, ya saben que ella la adora y que no soportaría estar sin verla y disfrutar de su compañía.

—¿Rosé está bien? ¿Le ha sucedido algo? —Mi padre cuestionó.

—Ha tenido un episodio, así que Aleska decidió que lo mejor sería que la acompañe por un par de días.

—Qué bueno que ella haya decidido irse a verla, puede ayudarle mucho. Espero que Rosé siga mejorando con el paso del tiempo, lo deseo de todo corazón. Pobre chica, pobre Rosé.

Rosé

—¿Aquello que me atormenta? —Reí con tristeza —Si le cuento todo eso, seguramente no saldremos de esta sala en horas de horas ¿De verdad quiere escucharlo?

—Estoy aquí para escucharte, y no importa el tiempo que demoremos en conversar sobre todo lo importante. Así que sí, ya puedes contarme acerca de todo aquello que te atormenta.

—Me atormenta las pesadillas que tengo día tras día, recordar las heridas que mis padres me causaron...

—Antes de que sigas, me pregunto cuáles son las heridas que tus padres te han causado para que pienses en ellos cuando te pregunto qué realmente te atormenta —me prestó atención.

—Esa historia es bastante larga —le resté importancia tratando de no llorar, pero, evidentemente no era capaz de lograrlo—En primer lugar, ellos se encargaron de hacer mi vida miserable desde muy pequeñita. Todo empezó cuando yo quería ser cantante y ellos no me lo permitieron y me obligaron a empezar a cursar modelaje alegando que las niñas bonitas tenían que ser modelos sí o sí. Tenía nueve por lo que no había mucho que hacer y me concentré en seguir modelaje, así como mis padres me lo dijeron. Y tuve suerte en ese mundo de las pasarelas debido a que mi familia era muy cercana a los Bosko, quienes eran dueños de una empresa muy rentable de moda y ellos nos dijeron que tenía un gran futuro como modelo y lograron que me convirtiera en la cara de una nueva marca para niños y adolescentes. Estuve allí, siendo la cara de dicha marca, hasta casi los doce. Fue entonces, que conseguí otro contrato para ser la modelo principal de una marca deportiva. Ese contrato duró alrededor de dos años, y entonces empecé a tener empleos un poco más formales y obviamente, con mayores ingresos y beneficios. Una marca importante de maquillaje me pidió que trabajara exclusivamente con ellos y acepté, esto duró hasta que cumplí la mayoría de edad y firmé un contrato exclusivo y sumamente extenso con la empresa de los Bosko y apenas dejé de trabajar allí hace mucho menos de un año.

Solté un suspiro al recordar pequeñas cosas que sucedieron en el pasado, que me trajeron hasta acá.

—Al parecer, les guardas rencor a tus padres porque ellos te obligaron a hacer algo que no querías en lugar de algo que sí deseabas.

—Sí —anuncié—Además, ellos me ocultaron una verdad muy dolorosa y es que apenas me la contaron.

—¿Cuál es esa verdad dolorosa?

—Resulta que yo tenía una hermana gemela, a la cual le encantaba la belleza y las pasarelas. Ella se ahogó un día que fuimos a la playa en familia y fue por eso, que mis padres me obligaron a hacer lo que ella quería para rendirle honor. Claro, si es que podemos decirlo así.

—Eso no fue lo más correcto, y tú también lo sabes. Y te duele, te duele mucho, que ellos te lo hayan ocultado por tanto tiempo.

—Sí...

—Cuéntame que otras cosas pueden atormentarte.

—Filip Bosko —solté sin más.

—¿Bosko? ¿Acaso no pertenece a la familia que era muy cercana a la tuya y la que te ayudó a abrirte paso en el mundo del modelaje?

—Sí, Filip es su hijo mayor. Filip y yo mantuvimos una relación amorosa por prácticamente trece años —me encogí de hombros—Le entregué la mitad de mi vida.

—¿Amabas a Filip? Necesito saber todo lo que sucedido entre ustedes para entender mejor.

—Lo amaba, con mi puta vida —bien, las lágrimas empezaron a salir sin aviso previo. Maldita sea, de una u otra forma ya me estaba tardando en llorar—Pero, nuestro amor jamás fue el mejor.

Me tomé un momento para respirar y despejar mi mente antes de continuar contando esta trágica historia.

—Filip me volvía loca, completamente loca. Yo perdía la cabeza cuando estaba con él —reí recordando aquella época en la que se me ocurrió involucrarme de una forma tan íntima con él— Tenía diecisiete años cuando lo vi de manera diferente, yo era una muchacha un poco famosa por lo que hacía y que adoraba vestir de negro y llevar el cabello rosa. Aun seguíamos visitando a los Bosko, pero, como nosotros ya habíamos crecido solo nos limitamos a sentarnos sin decir nada mientras nos veíamos la cara. Sin embargo, todo dejó de ser lo mismo, un viernes por la noche. Ese día era el aniversario de los padres de Bruno y Filip, así que junto a los míos se habían emborrachado en medio de la sala y tenían un poco de diversión entre ellos. Bruno se fue a la cama antes que nosotros, y me quedé a solas con Filip. Me preguntó cómo estaba y recuerdo perfectamente que le respondí; jodidamente cansada ¿Y es que esta fiesta no se va a terminar nunca? Rió y me dijo que era muy atractiva y que tenía una personalidad genial. Él sin preámbulos, se acercó y tocó mi rostro para luego besarme con fiereza. Ese no fue mi primer beso, quizá fue el quinto o sexto, no obstante,
se sintió como si fuese el primero —es gracioso, o tal vez no lo sea, pero no le he contado esta historia a nadie ni pienso hacerlo— Me fui a casa sola por temor a enfrentarlo después del beso y al día siguiente, fue a buscarme y me dijo que le gustaba y que le encantaría tener un par de citas conmigo y no me negué. Pasó casi dos años en el que éramos novios y la relación iba de maravilla, sin embargo, nosotros cambiamos y con eso, también cambiaron nuestras formas de comportarnos el uno con el otro. Sin que ambos nos diéramos cuenta de lo que realmente sucedía y del rumbo que la relación empezó a tomar, nos vimos envueltos en algo dañino y perverso. Nos dejábamos y volvíamos, nos dejábamos y volvíamos, probablemente una tres veces por mes. Nos tratábamos mal y terminábamos en la cama o nos odiábamos, y luego nos besábamos. No lo detuvimos cuando debíamos hacerlo, por lo que los años pasaron tan drásticamente y continuamos hiriéndonos siendo totalmente conscientes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.