Millonario busca esposa.

Capítulo 1

Guillermo Lozano estaba revisando el correo como quien espera que de repente le llegue una herencia sorpresa o, al menos, una factura que no dé ganas de llorar. En vez de eso, levantó una ceja y soltó un resoplido.

—¡Madre mía! —exclamó.

Laura, su mujer, alzó la vista desde el sofá, donde hojeaba una revista de decoración que jamás pensaban aplicar.

—¿Qué pasa ahora? ¿Otra multa del coche?

—Peor. Mira esto —señaló un e-mail que Laura no alcanzaba a ver—. ¡Es de Tomás Valdés!

—¿Tomás? ¿El colega aquel con el que te ibas de botellón en la uni?

—El mismo. ¿Desde cuándo no sé nada de este desgraciado? —sacudió el sobre como si fuera un tesoro escondido—. ¡Quién lo diría! Cuando éramos unos mataos estudiando empresariales, siempre soltaba que iba a ser millonario. Y yo me reía, claro. Teníamos más ganas que talento. Yo tiré por lo legal y acabé en banca, y él… se fue a los dieciocho a hacer no sé qué con tecnología. Míralo ahora: forrado.

—¿Y qué te dice? —preguntó Laura, sin mucha emoción, hojeando sin leer.

—Todavía no lo he abierto, mujer.

—Pues ábrelo ya. Si me vuelves a contar la historia del "Tomás el visionario", me pido la eutanasia voluntaria.

—Es que era mi mejor amigo, Laura. Pocos como él. Era un bruto, sí, pero tenía un corazón que no le cabía en el pecho —dijo, haciendo el gesto exagerado de abrazar el aire—. Después de que se fue, nunca tuve otro amigo igual. Él acabó millonario, yo… bueno, yo tengo una hipoteca. Más o menos lo mismo.

Laura soltó una carcajada.

—Venga ya, Guillermo. A ti también te gustaban las copas y las chicas. No te hagas el monje.

—¡Bah! Vamos a ver qué quiere este ahora…

Abrió el e-mail con gesto dramático y empezó a leer. Al cabo de unos segundos, soltó un bufido, luego una carcajada seca.

—¡Laura, por favor! Esto es una locura. ¡Escucha esto! Solo a Tomás se le puede ocurrir semejante burrada…

De: tomasvaldes@techvaldes.com
Para: guillermolozano@finanzaslozano.es
Asunto: Se me ha ido la olla (pero necesito un favor)

Ey, Guille:

¿A que no esperabas un mail mío después de... qué, ¿diez años? ¿Quince? En fin, no me digas que te has olvidado de mí. Tú me acompañaste aquella mañana a la estación cuando me largué a lo loco a Nueva York con una mochila, veinte euros y un diccionario de inglés. Pues mira, no sé cómo, pero la jugada me salió bien. Muy bien. Ahora tengo una casa en Benicasim más grande que el instituto donde estudiábamos, y una cuenta bancaria que asusta hasta a los bancos.

A lo que voy, que me lío.

Necesito un favor. Uno de esos gordos, de los de "solo un amigo de verdad haría esto por mí sin denunciarme".

Quiero casarme.
Sí, sí, deja de poner esa cara de susto. Quiero una esposa. Pero paso de Tinder, de apps de ligue, de influencers y de que me sigan chicas veinteañeras con hambre de yate. Prefiero ir a lo práctico. Quiero que tú me consigas una.

Sí, Guillermo, tú.

Estás casado, feliz (o eso dices), así que supongo que algo sabrás del tema. Búscame una mujer. Española, por supuesto. Nada de divorcidas con trauma. Treinta años está bien. A esa edad ya no te lanzan el bolso por la ventana porque les contestas un WhatsApp tarde.

Requisitos:

  • Morena.

  • Alta.

  • Arrogante (sí, como lo oyes).

  • Con carácter, sin moñerías ni dramas de telenovela.

  • Que no sepa recitar a Nietzsche. Ni a Neruda. Ni nada en francés.

No quiero una intensita culta. Quiero a alguien que sepa vivir, que no me suelte charlas filosóficas en la cena y que no me mire como si fuera un ignorante por no saber quién era Simone de Beauvoir.

Cásate con ella por poderes en mi nombre (eso sigue existiendo, ¿no?). Le compro un pedrusco del tamaño de un Ferrero Rocher y tú te encargas de todo. Me mandas un WhatsApp cuando esté todo listo y voy a recogerla como quien va a por una paella encargada.

Te paso por Bizum el dinero para el anillo. Que sea bonito pero no tan caro como para que te den ganas de quedártelo tú.

Un abrazo fuerte. Dale recuerdos a Laura (que seguro es la que manda ahí).

Tomás.

—¿Qué te parece? —preguntó Guillermo, con los ojos brillándole como si le hubieran ofrecido participar en un reality.

—Una tomasada. —Laura soltó sin pestañear, cruzando los brazos.

—Es un hombre excepcional.

—¿Por querer casarse por poderes con una tía que ni ha visto en su vida? ¿Eso ahora se hace o qué?

—Mujer, él no tiene tiempo para ir de cita en cita.

—Pero sí para dejarse rodear por veinteañeras que quieren subir stories en su piscina infinita. No me fastidies, Guille.

—Venga, Laura, no te pongas así. Me ha pedido ayuda. Necesita una mujer. Yo solo tengo que encontrarle una que encaje.

Laura lo miró con expresión de “te has vuelto completamente idiota”.

—¿No me digas que vas en serio?




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