Mio, Tuyo, Mi Secreto

Donde todo Inicio 00

La música retumbaba suave, una mezcla de risas, copas y luces cálidas que se reflejaban en los cristales del bar.

Clarissa no era de salir mucho, pero aquella noche necesitaba escapar, aunque fuera por unas horas, de la rutina, del cansancio, de la vida que parecía repetirse cada día.

Una amiga la había convencido de asistir a la inauguración de aquel lugar elegante, lleno de desconocidos y promesas vacías.

Sin embargo, bastó una mirada para que todo el ruido del sitio se apagara.

Él estaba allí.

Apoyado en la barra, con una copa en la mano y esa expresión segura que parecía no necesitar de nadie.

Ojos claros, profundos, imposibles de ignorar.

Clarissa no supo si fue el vino, la música o esa chispa inexplicable, pero algo en su pecho dio un vuelco.

—¿Estás bien? —le preguntó su amiga al notar su distracción.

—Sí… solo voy por otra copa —mintió.

No pensó, solo caminó hacia la barra.

Y cuando sus miradas se cruzaron de nuevo, él sonrió apenas, un gesto leve, pero suficiente para hacerla sentir que todo a su alrededor se detenía.

—No pareces del tipo que disfruta de lugares así —dijo él, con voz grave y un acento que le pareció hipnótico.

—¿Y cómo sabes de qué tipo soy? —replicó ella, divertida.

—No lo sé —respondió acercándose un poco—. Pero me gustaría averiguarlo.

Fue una conversación ligera, casi improvisada, pero había algo distinto.

No hablaban como dos desconocidos, sino como si el destino los hubiese empujado hasta ese instante exacto.

Entre risas, copas y miradas, el tiempo se les escapó sin darse cuenta.

Cuando salieron del lugar, la lluvia caía fina, empapando el asfalto y haciéndolo todo más íntimo, más inevitable.

Clarissa dudó unos segundos… pero luego él tomó su mano, y esa pequeña acción bastó para borrar toda cordura.

Aquella noche no hubo promesas, solo piel, suspiros y el eco de dos almas que se encontraron sin buscarse.

Y mientras suspiraba entre sus brazos, creyó que era solo eso: una noche.

Una historia sin mañana.

Lo que no sabía era que de esa noche nacería el secreto más grande de su vida.

Los días en la universidad pasaban entre clases, trabajos y desvelos. Clarissa estaba a un año de graduarse, y su beca lo era todo.

No tenía familia cerca, ni dinero suficiente para sostenerse sin ella. Por eso, cuando empezó a sentirse diferente, trató de ignorarlo.

Cansancio, mareos, náuseas.

“Solo es estrés”, se repetía, aunque en el fondo una idea comenzaba a golpearla con fuerza.

Una tarde, se encerró en el baño del dormitorio con una prueba de embarazo entre las manos, el corazón temblando y las manos frías, decidió enfrentarse a la verdad.

El silencio era tan denso que hasta su respiración sonaba ajena.

Esperó.

Un minuto, dos, tres…

El pequeño plástico entre sus dedos parecía pesar toneladas.

Una simple línea.

Después, otra.

Y cuando vio las dos líneas rosas, sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

—No puede ser… —susurró, con la voz rota.

Se dejó caer al piso, abrazando sus rodillas, mientras una oleada de miedo la invadía por completo.

Recordó aquella noche: la música, la lluvia, su sonrisa, esos ojos que todavía la perseguían en sueños.

No sabía su nombre completo, ni de dónde era, ni si volvería a verlo. Solo recordaba esos ojos, tan imposibles de olvidar como la noche que compartieron. Y sin embargo, de esa noche había nacido una vida.

El miedo la envolvió.

¿Qué haría ahora?

Tenía un trabajo inestable, vivía sola, y su familia no estaba cerca.

Por primera vez, la idea de ser fuerte le pareció demasiado grande.

Pasaron los días entre lágrimas y decisiones.

Una parte de ella pensó en buscarlo, en intentarlo.

Pero ¿cómo buscar a alguien de quien solo recordaba su nombre y su mirada?

Durante semanas trató de ocultarlo, esperando que tal vez fuera un error.

Pero la verdad no se puede esconder por mucho tiempo.

Una tarde, la citaron en la oficina del decano.

El rumor ya había corrido por el campus.

Clarissa espero impaciente mientras los coordinadores y el decano revisaban unos documentos, posiblemente sus créditos, su información y su rendimiento.

—Señorita Aragón sabe ¿por qué está aquí?

Clarissa miró a cada uno de los presentes, sospechaba el porqué pero no estaba segura de ello.

—Señorita Aragón, sabe que su beca depende de mantener una buena conducta —le dijo una de las coordinadoras, con tono severo—. Un embarazo puede interferir con el reglamento de residencia.

Clarissa tragó saliva, sintiendo cómo el miedo se convertía en rabia.

—Su rendimiento académico es admirable señorita Aragón, la pregunta es ¿podrá usted seguir con sus estudios? —dijo otro de los coordinadores.

—No estoy pidiendo caridad —respondió, con la voz temblorosa pero firme—. Solo quiero terminar lo que empecé. No necesito compasión, necesito una oportunidad.

El silencio en la sala fue largo, pesado.

Finalmente, el decano suspiró.

—Bien. Podrá continuar, pero deberá abandonar la residencia. No podemos hacer excepciones.

Clarissa asintió poniéndose de pie.

Esa noche empacó sus cosas con lágrimas silenciosas.

Dejó atrás su pequeño cuarto en el campus y se mudó a un diminuto apartamento no tan lejos de la universidad y consiguió un trabajo de medio tiempo para sobrevivir.

—Vamos a estar bien, ¿sí? —dijo, acariciando su vientre por primera vez.

Y aunque su voz tembló, una pequeña sonrisa se formó en sus labios.

No tenía un plan, pero tenía una razón.

Y ese pequeño motivo que crecía dentro de ella se convirtió en su fuerza, en su propósito, en su secreto más grande.

Cada día era una batalla.

Estudiaba por las mañanas, trabajaba por las tardes y soñaba con un futuro que aún parecía lejano.




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