Mio, Tuyo, Mi Secreto

La nueva vida

Tres años después.

Tres años.

Eso era lo que había pasado desde que Clarissa recibió aquel diploma con Noah en brazos.

Tres años de esfuerzo, de noches sin dormir, de levantarse con el primer rayo de sol y de prometerse cada día que su hijo tendría la vida que ella nunca tuvo.

Hoy, todo era distinto.

El pequeño apartamento de paredes descascaradas había quedado atrás.

Ahora vivían en una casa modesta, pero cálida y luminosa, en un vecindario tranquilo con árboles y parques cerca.

El aroma a café recién hecho se mezclaba con las risas de Noah, que a sus ya casi cuatro años ya tenía la energía de un huracán y la curiosidad de un sabio.

Después de años de esfuerzo, Clarissa había conseguido un ascenso en la empresa.

Pasó de asistente administrativa a analista, y luego a jefa de departamento de marketing, liderando un equipo completo. Su trabajo no fue fácil: horas extras, reuniones eternas, sacrificios.

Pero cada logro llevaba el nombre de su hijo.

Su reputación crecía, y con ella, su confianza.

Había aprendido a tomar decisiones, a negociar, a hacerse escuchar.

A veces pensaba en lo lejos que había llegado.

Otras, en lo que había dejado atrás.

Nunca lo busco.

Ni mucho menos lo llamó, no tenía ni una pista de él.

El recuerdo de esa noche había quedado guardado en el rincón más profundo de su memoria.

Para ella, lo importante era el presente, y en ese presente, Noah lo era todo.

Esa noche mientras ella preparaba la cena

—¡Mamá! ¡Mira, terminé mi dibujo! —gritó desde la mesa del comedor.

Clarissa sonrió, dejando su taza sobre la encimera y acercándose para ver su obra.

El papel estaba lleno de colores desordenados, pero en el centro había dos figuras tomadas de la mano.

—¿Quiénes son? —preguntó, aunque la respuesta ya la sabía.

—Tú y yo —respondió él, con una sonrisa orgullosa—. Y esa de allá es nuestra casa nueva.

Clarissa lo abrazó, conmovida.

Cada vez que lo veía sonreír, recordaba que todos los sacrificios habían valido la pena.

Después de cenar y ver una serie con su pequeño, ambos fueron a descansar.

Mientras acomodaba a Noha, no pudo evitar acariciar su mejilla.

La piel del niño era suave, cálida, con ese aroma dulce que solo tienen los niños Noha ya dormía9 profundamente.

Se quedó un momento observándolo, en silencio.

Cada respiración tranquila de Noha era un recordatorio de lo mucho que había cambiado su vida, de lo lejos que había llegado desde aquellos días llenos de dudas y miedo.

Le colocó la manta sobre los hombros y le besó la frente.

—Duerme, mi amor —susurró.

Apagó la luz, dejando solo el resplandor tenue que entraba por la ventana.

En la quietud de la habitación, Clarissa sintió una mezcla de gratitud y melancolía.

A veces aún le pesaban las decisiones del pasado, pero mirar a Noha le bastaba para recordar por qué había elegido seguir adelante.

Con una última mirada al pequeño, salió despacio del cuarto.

Esa noche, antes de dormir, se permitió sonreír.

Al día siguiente, el despertador sonó a las seis en punto.

Clarissa estiró la mano sin abrir los ojos, apagó el sonido y respiró hondo antes de levantarse.

La rutina ya no le pesaba.

Había aprendido a amar el caos matutino, las carreras contra el reloj, los desayunos improvisados y las risas de Noah llenando la casa.

—¡Mamáaa, no encuentro mi zapato! —gritó la voz aguda del niño desde su habitación.

Clarissa sonrió.

—Revisa debajo de la cama, campeón. Ahí siempre se esconden los misterios del universo —respondió mientras se preparaba para ir a la oficina.

Miró su reflejo en el espejo. Traje elegante, cabello recogido, mirada segura.

Ya no era la muchacha asustada que suplicó por una beca.

Era una mujer hecha a pulso, con cicatrices invisibles y una fuerza que nadie podía arrebatarle.

En cuestión de minutos, Noah apareció corriendo, con una media de cada color y el cabello despeinado.

—Estoy listo —anunció con una sonrisa traviesa.

Clarissa se inclinó, le acomodó el cuello de la camisa y lo besó en la frente.

—Eres mi desastre favorito.

Salieron de casa entre risas.

El sol apenas despuntaba entre los edificios.

Clarissa llevo al pequeño a la guardería y se dirigió a la empresa.

Cuando llegó a la oficina, fue recibida con saludos y respeto.

Todos sabían que Clarissa Aragón era sinónimo de disciplina, elegancia y resultados.

—Buenos días, jefa —la saludó una de sus asistentes con una sonrisa.

—Buenos días, Lucía. Hoy será un día largo, así que prepárate —respondió mientras revisaba su agenda.

Tenía una reunión importante con los directivos.

Había rumores de cambios grandes en la empresa, pero ella prefería concentrarse en su trabajo.

Pasó la mañana revisando informes y correos.

A la hora del almuerzo, llamó a la guardería para asegurarse de que Noah había comido.

La voz dulce de su hijo al otro lado del teléfono le dio la paz que siempre necesitaba para seguir adelante.

Por la tarde, los rumores se confirmaron.

Una reunión urgente fue convocada por el dueño de la empresa.

—Señores —anunció el director general con tono solemne—, como ya saben, la compañía ha pasado oficialmente a manos del nuevo CEO, Oliver Ferlan, asumirá el cargo a partir del lunes.

Clarissa se quedó inmóvil.

El nombre resonó en su cabeza como un golpe seco.

Oliver.

Por un instante, el aire pareció escapársele del pecho.

Ese nombre… esa voz que creía enterrada en el pasado…

¿Podía ser él?

Sacudió la cabeza, intentando convencerse de que era coincidencia.

Oliver no era un nombre tan raro, ¿verdad?

Además, ¿qué probabilidades había de que el hombre con el que compartió aquella noche fuera el mismo que heredaba una empresa internacional?




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