Mio, Tuyo, Mi Secreto

Nuestro pequeño mundo

El viernes por la tarde, Clarissa apagó la computadora con un suspiro de alivio.

Había sido una semana agotadora: reuniones, presentaciones y rumores sobre la llegada del nuevo CEO.

Pero ese fin de semana sería solo suyo y de Noah.

Lo recogió en la guardería, y el niño corrió hacia ella con los brazos abiertos.

—¡Mamá! ¡Ganamos la carrera de sacos! —gritó emocionado.

Clarissa rió, levantándolo en brazos.

—¿Ah sí? Entonces esta noche toca celebrar, campeón. ¿Pizza o hamburguesas?

—¡Pizza! Con mucho queso —respondió él sin dudarlo.

El cansancio desapareció al instante.

Bastaba con ver su sonrisa para que todo valiera la pena.

Ya en casa, el aroma del horno llenaba el ambiente mientras Noah revolvía la masa con más entusiasmo que coordinación.

La cocina era un campo de batalla, pero Clarissa no tenía corazón para detenerlo.

—Mamá, cuando sea grande voy a comprarte una casa más grande… y un auto rojo —dijo el niño con total seriedad.

Clarissa lo miró, conmovida.

—¿Ah sí? ¿Y por qué rojo?

—Porque el rojo es fuerte, como tú.

El corazón se le apretó en el pecho.

A veces olvidaba lo mucho que Noah entendía, incluso sin palabras.

Cenaron entre risas, viendo una película animada que terminaron sin ver porque ambos se quedaron dormidos en el sofá, cubiertos con la misma manta.

El sábado amaneció tranquilo.

Clarissa aprovechó para ordenar un poco la casa mientras Noah jugaba con sus bloques de colores.

Luego fueron al parque, su lugar favorito.

El sol bañaba el césped y una suave brisa movía las hojas de los árboles.

Noah corría detrás de su cometa azul mientras Clarissa lo observaba desde una banca, con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Por momentos, se preguntaba si el niño tendría algo de él.

Esa forma de fruncir el ceño cuando se concentraba, la sonrisa ladeada, o los ojos que parecían esconder un mundo.

Pero enseguida apartaba esos pensamientos.

Ese hombre ya no existía en su vida.

No podía.

—¡Mamá, mírame! —gritó Noah, elevando la cometa más alto.

—¡Lo estás haciendo genial! —respondió ella, levantando la mano para saludarlo.

Se quedó observándolo, sintiendo que ese instante era perfecto.

Su pequeño mundo.

Su hogar.

Su razón para todo.

El domingo por la noche, mientras preparaba la ropa de Noah para el lunes, Clarissa encendió la televisión de fondo.

El noticiero local hablaba de movimientos empresariales y nuevos inversionistas internacionales.

No prestó mucha atención, hasta que un nombre resonó entre las voces de los presentadores.

“Oliver Ferlan, heredero del grupo Ferlan Holdings, asumirá el cargo de CEO de una de las filiales más importantes en la ciudad.”

Clarissa se quedó inmóvil.

El cepillo de ropa se le resbaló de la mano.

—Mamá, ¿pasa algo? —preguntó Noah desde la cama.

—No, cariño —respondió rápido, apagando el televisor—. Todo está bien.

Pero su mente ya no lo estaba.

El nombre volvió a golpearla con fuerza.

Oliver Ferlan.

Se llevó una mano al pecho, intentando controlar el ritmo acelerado de su corazón.

Miró por la ventana, donde la luna bañaba la ciudad con su luz plateada.

¿Sería él?

¿Y si lo era… qué haría?

Sacudió la cabeza, como si así pudiera espantar aquel pensamiento.




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