El lunes amaneció distinto.
El cielo estaba nublado, como si presintiera lo que venía.
Clarissa se levantó antes que el despertador, con esa inquietud que no sabía explicar.
El fin de semana con Noah había sido perfecto, lleno de risas, juegos y pizza quemada, pero algo dentro de ella no dejaba de dar vueltas desde que escuchó aquel nombre en la televisión.
Oliver Ferlan.
Lo había intentado racionalizar de mil maneras:
seguro era otro hombre, alguien más con ese nombre común en las noticias de negocios.
Pero cada vez que repetía el nombre mentalmente, algo se tensaba en su pecho.
Mientras se arreglaba frente al espejo, observó su reflejo:
blusa marfil, pantalón gris, cabello recogido con precisión.
Todo en su imagen gritaba control, profesionalismo, calma.
Y sin embargo, su corazón no entendía de apariencias.
Pero ¿Y si realmente era él?
No… no podía ser.
Ese hombre debía seguir con su vida, en otro país, en otro mundo.
El que ella conoció era solo un desconocido con quien compartió una noche.
No más.
—Hoy no pasa nada —se dijo a sí misma, respirando hondo—. Solo es otro lunes.
No era miedo, exactamente… era esa sensación que aparece antes de que algo importante suceda.
—¿Estás bien, mamá? —preguntó Noah, con los rizos alborotados y medio dormido.
—Sí, amor —respondió, acariciándole la mejilla—. Hoy mamá tiene un día importante. Estás listo.
—Tengo sueño —Clarissa sonrió.
Lo tomó en brazos y salió de la casa. Lo acomodo en la silla de seguridad, colocó sus cosas a su lado.
Lo llevó a la guardería y se dirigió al trabajo.
El edificio lucía más agitado que de costumbre. Había flores nuevas en el vestíbulo, ejecutivos entrando y saliendo, y un aire de expectativa que se respiraba en cada esquina.
“Hoy llega el nuevo jefe”, murmuraban algunos.
—¿También lo sientes, verdad? —murmuró Lucía, su asistente, al verla entrar.
Clarissa arqueó una ceja.
—¿El qué?
—Esa tensión en el aire. Todos están nerviosos por la llegada del nuevo CEO. Dicen que viene directamente de Europa, que es joven pero implacable. —Lucía hizo una mueca—. Y guapo, según los rumores.
Clarissa soltó una risa suave, aunque por dentro todo le temblaba.
—Los rumores siempre exageran.
—Tal vez, pero dicen que esta empresa es solo una de las tantas que ahora dirige. Que viene a hacer cambios grandes.
La palabra “cambios” la inquietó más de lo que debería.
Pasó la mañana intentando concentrarse en su trabajo, revisando informes que no lograba terminar, corrigiendo errores inexistentes.
Cada vez que alguien mencionaba la palabra director, su cuerpo reaccionaba con un leve sobresalto.
Al mediodía, varios empleados se agruparon cerca del pasillo principal, fingiendo revisar papeles mientras esperaban ver llegar al nuevo jefe.
—Dicen que estará en la reunión de directivos a las tres —comentó uno de los supervisores.
Clarissa sintió un leve mareo.
Tres de la tarde.
Justo la reunión a la que ella debía asistir.
Intentó convencerse de que era solo una coincidencia.
Pero las coincidencias tenían un modo extraño de perseguirla.
A la una, recibió un correo de Recursos Humanos:
“Reunión ejecutiva, sala de conferencias principal.
Presencia obligatoria para jefes de departamento.
Hora: 3:00 p.m.
Tema: presentación oficial del nuevo CEO.”
Leyó el mensaje tres veces.
El cursor titilante parecía burlarse de su nerviosismo.
Cerró los ojos un momento.
Podía sentir cómo el pasado —ese que tanto había intentado enterrar— amenazaba con romper la superficie.
—No puede ser él —susurró, apenas audible.
—¿Decías algo, jefa? —preguntó Lucía desde la puerta.
—Nada, Lucía. Solo… revisa que todo esté listo para la presentación —respondió rápido.
Lucía asintió, pero su expresión era de curiosidad.
A las tres menos cinco, Clarissa subió al piso de reuniones.
El sonido de los tacones contra el suelo de mármol le parecía ensordecedor.
Cada paso era un latido más fuerte en su pecho.
Los demás directivos ya estaban allí, conversando con un nerviosismo disimulado.
El asiento del CEO, en la cabecera de la mesa, permanecía vacío.
Clarissa se sentó, respiró profundo, y fingió revisar sus notas.
De pronto, el murmullo se apagó.
La puerta se abrió.
Y una voz grave, firme, conocida, rompió el silencio:
—Buenos tardes. Espero que todos estén listos para comenzar.
El bolígrafo se le resbaló de entre los dedos.
Clarissa sintió que el mundo se le detenía.
No necesitó mirarlo u escuchar su nombre para saberlo.
Su voz bastó.
Era él.