12:00 Am, 15 de diciembre del 2018. Diez años se han cumplido. Los demonios no pueden ser controlados, los recuerdos no puedo ser guardados y el sufrimiento no puede ser disimulado.
Me levanto de la cama del hotel dirigiéndome a la terraza, admirando las estrellas y buscando salvación en ellas, después de todo; ellas están rotas pero aún siguen siendo hermosas, ellas demuestran que no todo lo roto es apagado, ellas siempre han emitido su propio brillo entre la oscuridad. Me apoyo contra la pared mirando las estrellas y llorando en silencio para no despertar al chico que duerme en el sofá de mi habitación.
Después de un rato demostrando lo débil que soy frente a Hades. Luego de muchas conversaciones e insulto él decidió acompañarme sin mi permiso, lo amenace de todas las formas posible y aún así el idiota decidió seguirme hasta Italia. No le dije la razón de mi huida, tampoco preguntó, aunque se que la curiosidad lo está matando. Sabe que hay algo diferente en mi. Sabe que algo está mal y quiere saber que es, quiere ayudarme, Algo que no dejaré, lo que esta dañado es mejor botarlo que conservarlo, lo roto, roto se queda.
Mis sollozos aumenta y antes de poder taparme la boca con mis manos, unos brazos se cierran alrededor de mi cuerpo.
—No te diré que dejes de llorar, es como pedirle a un enamorado que deje de amar; imposible —susurra cerca de mí odio. Ignoro su clara indirecta y me acurrucó más en sus brazos, demostrándole una ves más lo débil que soy. No debería estar llorando en su pecho. No debería estar en este momento con él.
—No te pediré explicaciones, sabes que puedes decirme lo que sea, cuando quieras. Siempre estaré para ti —espeto acariciando mi cabello y depositando un beso en los mismos.
—Extrañare el helado de este lugar —balbuceo con mi cara escondida en su pecho.
—Nunca cambies pecosa —responde con una risita ante mi pobre excusa, para evadir el tema.
Tome una profunda bocanada de aire y al fin solté: —hoy se cumple diez año de sus muerte.
—Lo siento Brooke.
—No digas eso
—¿Qué cosa?
—Decir eso Hades. No lo sientes, no lo digas, di cualquiera cosa menos esa estupidez —mascullo separándome un poco de él para encontrarme con sus intensos ojos grises.
—Lo… —se callo al percatarse de lo que iba a decir. —¿Qué quieras que te diga entonces?
—No lo se, algo que nunca le has dicho a alguien —espeto recostado mi cabeza en su pecho y enredando mis piernas con las suyas.
—Tengo miedo de despertar una mañana y darme cuenta que nada esta bien, que los años que he pasado esforzándome no valieron la pena —confesó con tanta tranquilidad, como si lo que acabara de decir no fuera grave. No sabía que decirle, ¿Qué podría decirle cuando eso también es uno de mis temores?
—No siempre fue así ¿sabes? —siguió hablando con la mirada en la nada —antes de que él nos abandonara, antes de eso éramos felices.
—¿Y después que paso? —cuestiono con curiosidad. —Digo si quieres decirme no es necesario.
—No te preocupes, no me molesta contarte, después mi madre entró en depresión, al enterarse de las escoria que era su marido. Comenzó a ser una persona fría y calculadora, casi podría compararla con un robot. Se volvió adicta al trabajo, se creyó perfecta y trato de convertirme en los mismo que ella. Mil veces me dijo que primero iba la seguridad y luego la felicidad, comenzó a exigirme, a tratar de moldearme a su antojo, tratando de hacerme perfecto. Hacerme lo que ella no pudo ser.
—Y ¿tu que querías?. — saque mi rostro de su pecho para mirarlo directo a sus ojos. Se encontraba con la mirada perdida en el cielo, al percatarse de mi mirada la bajo lentamente y la centro en mi.
—Yo sólo quería una familia. Sólo quería una madre que me diera amor y riera conmigo. Sólo quería un padre con el cual hablar de la vida y jugar. Sólo quería su amor —contestó sosteniéndome la mirada.
Casi puedo jurar que presencié el momento en el que se rompió, donde la herida que de seguro estaba enterrada en lo más profundo de su corazón volvió a ser abierta, porque esa clase de heridas nunca se cierran por completo. Sin decir otra palabra lo abrace, trate de que en ese abrazo sintiera el “lo siento” que en palabras no se debe decir. Después de todo alguien me entendía, después de todo si podía ser consolada y podía consolar a alguien, después de todo; no era la única que sufría.