Mirage: El Secreto de Zed

XVI

Capítulo 16. Destinados.

ISA

Cuando llegamos a casa cada uno va por diferente camino después de saludar a mi tía Ophelia y desearle buenas noches. Me adentro a mi habitación y lo primero que hago es deshacerme de las coletas y ponerme mi pijama favorito, me lanzo a mi cama con la cabeza llena de miles de pensamientos y el corazón envuelto en un alambre de púas. El recuerdo del primer día que lo vi regresa a mi mente y me hace sentir ahogada. Tener que dejar atrás todo lo que me hizo sentir desde ese día es duro y se siente como si algo muy importante dentro de mi pecho estuviese siendo arrancado y el vacío que deja es inmenso.

Pero es lo mejor para todos, especialmente para mi.

Paso la noche entera repitiéndome eso una y otra vez hasta que creo que ya me ha quedado más que claro.

Una semana más tarde, el lunes, despierto con el olor a pan recién horneado invadiendo mi habitación, y eso solo quiere decir una cosa; está nevando y seguramente mi tía Ophelia ya tiene preparados sus famosos panecillos de vainilla con chispas de chocolate para desayunar con una buena taza de chocolate caliente. Me levanto de la cama de un salto para correr a ver por mi ventana, una pequeña sonrisa adorna mi rostro al confirmar que efectivamente parece haber nevado toda la noche porque las casas en la colonia y el pavimento de las calles están cubiertos de brillante escarcha blanca.

Me apresuro a tomar una rápida ducha caliente para prepararme para un nuevo día de escuela. Justo cuando termino de secar mi cabello con el cepillo secador nuevo que me envió mi hermana Cassie de regalo por mi cumpleaños la semana pasada, mi teléfono comienza a sonar estrepitosamente en mi mesita de luz donde lo dejé cargando antes de meterme al baño. Al tomarlo veo que el nombre de mi padre aparece junto a una videollamada entrante y no dudo en contestar con la emoción de verlos después de tanto tiempo burbujeando en mi pecho.

—¡Hola! —chillo sonriente mirando el rostro de mi padre del otro lado de la pantalla.

A pesar de ya tener cincuenta años mi padre aún se ve bastante joven, su cabello castaño claro siempre va bien peinado hacia un lado y la barba incipiente perfectamente afeitada lo hacen ver muy elegante, los ojos negros, nariz recta y cejas abundantes le dan un atractivo atrapante según mamá. Los trajes que debe usar por su trabajo aportan mucho a su look de empresario serio. Mamá está a su lado, a sus cuarenta y seis años luce como una madre súper joven, su cabello dorado cae sobre su espalda y hombros en perfectas hondas, ni hablar de sus ojos celestes brillantes, es como ver a Cassie de mayor; ambas con una belleza arrasadora. Por mi parte, creo que me parezco más mi abuela paterna, aunque quizá tenga alguno que otro pequeño rasgo físico de mamá, solo que hay que ser muy meticuloso para darse cuenta de ellos.

—Hija, qué alegría verte —menciona mamá con una deslumbrante sonrisa de dientes blancos—. Sigo sin poder procesar que ya eres una joven adulta, luces hermosa, mi amor.

—Tu madre tiene razón, cariño, cada día que pasa te haces más preciosa. Pero no importa los años que cumplas, eh, siempre vas a ser mi pequeña traviesa.

Me río escuchando ese mote con el que siempre me ha llamado, y es que me queda a la perfección pues cuando era niña no había quién pudiese controlar mis ganas de descubrir el mundo, no paraba de darles trabajo duro a los dos, las travesuras eran mi pan de cada día y esa curiosidad que siempre me ha motivado a meterme en problema tras problema era incluso mayor en ese entonces. Me avergüenza un poco admitir que era un pequeño terremoto que desordenaba todo a su paso, pero creo que ahora soy más civilizada. O eso quiero creer.

—Los extraño muchísimo —suspiro después de un rato de charla en la que les conté sobre lo que he hecho los últimos meses, exceptuando algunas cosas claramente—. Desearía que pudieran volver a casa pronto, la tía Ophelia y Dex son geniales y los amo mucho, pero... ustedes me hacen mucha falta, y Cassie también.

—Ay cariño, nosotros también te extrañamos muchísimo. Pero Cassie está en su primer año de universidad y además está al otro lado del país, es un poco complicado que vaya a casa. Y en cuanto a nosotros... los negocios van viento en popa, tu padre está a nada de cerrar un contrato de mucho dinero, si nos vamos ahora de nada habrá servido haber estado tanto tiempo lejos luchando por conseguirlo.

Intento ocultar mi decepción y tristeza, ni siquiera pudieron estar junto a mi en mi cumpleaños, me hicieron una corta llamada y ya, no es justo. No es justo que sacrifiquen momentos especiales en familia por dinero, sé que es necesario para sobrevivir en este mundo que parece funcionar solo con eso, pero a veces desearía poder pasar aunque sea un día entero con ellos sin que tengan que salir corriendo por asuntos de trabajo, un día en el que pueda disfrutarlos y crear recuerdos que atesoraré en el futuro.

—Hija, todo lo que hacemos es por el bien de la familia. Lo sabes, ¿no es así? —asiento hacia mi padre—. Te prometo que llegará el momento en el que no necesite estar tanto tiempo lejos de casa y podremos estar juntos.

Me trago el pensamiento de que quizá cuando ese momento llegue yo ya no estaré en casa, después de todo iré a la universidad en menos de un año y ya no tendré el tiempo que tengo ahora para poder disfrutarlos. No quiero ser negativa ni derrumbar el positivismo de papá, así que devuelvo hacia adentro de mi pecho todos los sentimientos malos que me envuelven.

—Apuesto a que si.

Finjo una sonrisa durante los cinco minutos restantes de la videollamada y cuando finalmente cuelgan suelto un suspiro profundo sintiéndome triste y más sola que nunca. Cuando bajo a la cocina a desayunar, tía Ophelia se da cuenta al instante del aura depresiva que me rodea y no duda en intentar subirme el ánimo con sus postres y esas historias de su juventud que sabe que adoro escuchar.




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