Capítulo 24. El Mensaje.
ISA
Mis párpados pesan, mi cuerpo entero duele y arde como nunca antes, mi pecho punza y el vacío dentro de él se siente asfixiante y desolador. No tengo idea de cuánto tiempo he estado dormida, solo sé que de nuevo me he sumido en las profundidades de mi mente, donde me siento a salvo rodeada de todos mis buenos recuerdos donde soy feliz y están mis seres queridos.
No quiero despertar.
No quiero despertar y aceptar que todo ha cambiado. No quiero enfrentar la realidad de un nuevo mundo al que creí ser ajena y en el que en realidad siempre he pertenecido.
Una suave caricia húmeda en mi rostro me obliga a despertar, mis párpados comienzan a luchar por levantarse hasta que lo consiguen, mis ojos duelen un poco ante la nueva claridad que los reciben, un quejido se me escapa por lo bajo; siento como si sobre mi cuerpo hubieran miles de toneladas de arena que no me permiten mover un sólo musculo sin tener que hacer un gran esfuerzo. Mi visión es borrosa debido a la luz brillante del sol que se filtra por algún lado, pero puedo ver que estoy en un lugar limpio y la suavidad bajo mi espalda me indica que estoy sobre un colchón suave, aún así no puedo evitar tener un poco de temor al no saber dónde me encuentro exactamente.
De repente escucho una voz dulce y armónica que me transmite calma al instante.
—Tranquila Isabella, estás a salvo.
El toque suave y humedo regresa a mi rostro y me doy cuenta de que se trata de un paño húmedo que se siente muy fresco al tacto. Un leve temblor sacude mi cuerpo y mi piel se eriza por una serie de escalofríos que me recorre de pies a cabeza. Tengo fiebre, mi piel arde y mis huesos parecen estar hechos de cemento. Cuando era niña solía enfermarme y sufrir síntomas similares, pero nunca se sintieron de esta magnitud.
Trago fuerte pero mi boca está seca por lo que mi garganta arde y toso un par de veces.
Quien sea que esté cuidándome se apresura a buscar un vaso con agua y con su ayuda logo levantar un poco mi cabeza para poder beber un poco del líquido refrescante. Soltando un suspiro vuelvo a recostarme y busco la fuerza necesaria para tratar de ver con más detalle mi entorno. Las paredes parecen estar hechas de madera oscura y un par de ventanas se encuentran al lado de la cama donde me encuentro recostada, las largas cortinas se encuentran corridas por lo que la luz del día entra sin dificultad y puedo ver el exterior libremente; lo único que veo afuera son árboles gigantes y naturaleza pura, luce como un cuadro hecho con pinturas vivas y brillantes.
—¿Cómo te sientes?
La dulce voz vuelve a escucharse y al girar mi cabeza me encuentro con una jovencita de cabello rojizo y unos grandes ojos color esmeralda, el verde en ellos es mucho más claro que el verde de los míos, y sus largas pestañas solo los hacen ver mucho más grandes y brillantes, su boca en forma de corazón tiene un color rosa muy natural y su piel es un poco pálida, pero hay algo en ella que me llama mucho la atención... todos sus rasgos, especialmente su sonrisa discreta, me recuerdan a alguien.
—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —murmuro con la voz ronca, desorientada.
—Eso no es importante ahora, princesa. He curado todas tus heridas y golpes, aunque has estado teniendo un poco de fiebre, pero no te preocupes que yo se muy bien como bajarla... uno de mis tíos es doctor y me ha enseñado muchas cosas desde que era pequeña, así que estás en buenas manos —me asegura reprimiendo una risita a la vez que vuelve a poner el paño húmedo sobre mi frente—. Muy pronto vas a recuperarte, la inflamación en tu rostro ya ha bajado mucho.
—¿Dónde está el chico? —le pregunto buscando con la mirada al rubio.
—Keith está afuera enviándole un mensaje a Zed, si todo sale como esperamos estará aquí en uno o dos días máximo.
Eso me tranquiliza mucho más, no hay nada que quiera más en este momento que la idea de tenerlo aquí, de tenerlos a todos aquí.
—Tengo que cambiar las vendas de tu abdomen, tienes dos costillas fracturadas y realmente las necesitan, ¿me dejas? —pregunta un poco cohibida.
—Si.
Ella cambia mis vendas y es hasta entonces que me doy cuenta de que estoy limpia, me han quitado toda la mugre de encima y me han puesto ropa limpia, incluso mi cabello se siente limpio y suave, con un olor muy rico a manzanilla.
—¿Tú me limpiaste? —le pregunto con las mejillas calientes. Afortunadamente ella niega con la cabeza.
—No, fue mi mamá. Ella se encargó de limpiarte, pero tuvo que irse con papá porque tienen algunos asuntos importantes por resolver en casa.
Guardo silencio procesando sus palabras, decido restarle importancia al hecho de que una mujer desconocida me vio desnuda porque realmente me salvaron y cuidaron. Toco mi rostro con mis manos y descubro que ya no está inflamado y ya no duele tanto, hay algunas pequeñas curitas que cubren algunas heridas pero más allá de eso ya no quedan señales del maltrato, aunque seguramente aún tengo moretones. Miro a la chica, ella revuelve algo en una jarra que se encuentra sobre la mesita de luz a un lado de la cama y sirve un líquido verde y humeante en una taza de barro que luego me extiende.
—Este es un té mágico, es para la recuperación de huesos rotos y el dolor, te hará sentir bien —me explica ayudándome a sentarme en la cama—. Usé algunas hiervas especiales para los golpes de tu cara y funcionaron, ya está mucho mejor.
—Te lo agradezco —murmuro vulnerable cuando ella termina de hablar—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Las que quieras, podemos ser mejores amigas si quieres… yo ya tengo una: mi prima Aurora, pero ella no se enojará si somos amigas también.
Reprimo una sonrisa y asiento.
—Me encantaría. ¿Tú y el chico… Keith, son familia?
Ella suelta una risita afirmando con la cabeza eufóricamente.
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Editado: 09.06.2025