—De vuelta a un nuevo capítulo de la extraordinaria vida de Aaliayh, ¡hahahaha…! —murmura Mila con su habitual tono irónico, como una sombra sarcástica que no se va.
Pero hoy siento algo diferente, una mezcla entre esperanza y temor, una electricidad que me sacude el alma. Porque parece que, después de tanto esfuerzo, mi momento ha llegado, o al menos eso quiero creer.
Después de años en los que entregué horas, sueños y parte de mí misma a una carrera que a veces se siente como una batalla solitaria, ahora siento que algo comienza a fluir.
—¿Fluir? ¿En serio? —insiste esa voz fastidiosa dentro de mí—. Apenas hace un par de horas llorabas pensando que todo era una mentira.
Hago un esfuerzo por silenciarla. No puedo dejar que me arrastre de nuevo.
Llegar a los treinta es un espejismo que parece prometer estabilidad, éxito, felicidad. Pero yo sigo aquí, sintiendo que las puertas que deberían abrirse se hacen cada vez más pequeñas, más lejanas, como espejos que reflejan lo que no soy.
Un suspiro se escapa, un gesto de aceptación y miedo. Me repito a mí misma, con voz temblorosa: —Todo saldrá bien. Puedes lograr este proyecto.
Porque entrar a ese estudio reconocido fue un pequeño milagro en sí mismo. Un paso hacia esos sueños que tanto he idealizado, aunque, al mirarlos de cerca, se vean empañados por la realidad.
—Claro, hasta que ves tu sueldo cebolla y recuerdas que la realidad no siempre es amable… —murmura Mila, recordándome con crudeza la verdad que quiero ignorar.
—Lo sé, lo sé, —le respondo con una mezcla de ironía y resignación.
Acepté, sí, no sin dudas, porque no podía permitirme dejar pasar esta oportunidad, aunque el salario fuera ridículo para lo que valgo. Arquitectura, patrimonio arquitectónico, mobiliario… todo lo que he estudiado, todo lo que he soñado, parece reducido a un número pequeño en mi cuenta bancaria.
En mi mente resonaba una frase: “Acepta, porque la edad no perdona y no quieres regresar a Boston.”
Creí en esa historia de puertas pequeñas que se abren a otras más grandes, pero la realidad ha sido un golpe sutil y constante.
—Esa fábula la inventaste tú para sentirte mejor, —murmura mi voz interior con la fría certeza de quien sabe que aún hay más batalla por delante.
Un año ha pasado, y aunque he dado todo, luchado, sacrificado, sigo esperando el verdadero cambio.
Y entonces, el instante que parecía mágico:
Anuncian un nuevo proyecto en el estudio, una restauración en el casco histórico de Santo Domingo.
Escucho en mi mente Moonlight Serenade como una banda sonora perfecta para ese momento de ilusión y miedo.
—¿Será esta la oportunidad que transforme mi historia? —me pregunto.
Mila sonríe, un gesto cómplice entre nosotras.
Este proyecto representa la posibilidad de tener control, de dejar una huella, de mostrar lo que puedo crear.
—¿Será el proyecto que deje tu nombre grabado en la historia? —susurra Mila con ironía.
—O tal vez solo un capítulo más en esta novela incierta. —le respondo, aunque quiero creer en la primera opción.
Frente a la pantalla, con el folio en mis manos, imagino la propuesta perfecta.
—Ha llegado tu momento, aunque solo sea un destello en la oscuridad, —me digo.
—Tus sueños siempre han tenido nombre, y eso es parte de tu magia… —susurra Mila, recordándome que incluso en la tormenta, hay belleza.
Las semanas pasan, y la ansiedad crece. Esta tarde presentaré mi moodboard y propuestas.
Estoy nerviosa, emocionada, perdida en un mar de pensamientos.
—No te hagas ilusiones demasiado grandes. Deja que todo fluya. Si caes, la caída dolerá menos y mis sesiones serán solo un eco. Pero si ganas, cantaremos juntas “Promises” a pulmón. —me anima Mila, la voz que sabe cuando necesito coraje.
—Y quizá le pida un favorcito al Padre celestial, —susurro con esperanza.
Entro a la sala del estudio. El blanco frío de las paredes, la luz artificial que no alcanza a calentar, todo parece diseñado para enfriar mi alma.
Pero hay arte, color, pequeños destellos que me recuerdan que el mundo no es solo blanco o negro.
La mesa, los cafés, la espera. Mi corazón golpea con fuerza: “No la cagues. Este es tu momento.”
—Recuerda, este es tu momento, Aaliayh. —me dice Mila, suave y firme.
Entra Úrsula, mi jefa.
Una mujer imponente, perfeccionista hasta el extremo, con un aura que mezcla rigidez y elegancia.
Rumores de su vida privada se mezclan con su presencia: la eterna soltera, la obsesionada con el control, la mujer que no pierde la esperanza.
Su mirada, su voz cálida pero firme, llenan la sala.
—Ha llegado el momento, —dice, y el aire se llena de expectación.
Mi mente se pierde entre recuerdos y dudas, y Mila me grita: —¡Despierta! Imagina la cuenta bancaria con ceros infinitos, como promesas hechas realidad.
—Sí, como dice la Biblia… —recuerdo mi fe, ese refugio silencioso que me sostiene, aunque prefiera no compartirlo ahora.
—No debe saber que la quiero un poco.
Las palabras de Úrsula caen pesadas, el silencio tenso.
—“Pequeños,” nos llama, y tras revisar las propuestas, anuncia la decisión.
La tensión aprieta mi pecho.
Me pierdo en un mar de dudas: “¿Y si no soy yo?”
—¡Aaliayh! —me llama Andrés, sacándome del abismo.
—Has sido seleccionada, me dice.
Mis ojos se abren en sorpresa, incredulidad, alegría.
Úrsula sonríe, me guiña un ojo cómplice.
—Siempre sumergida en tus pensamientos, —dice con voz ligera.
—Y te perdiste tu gran instante, —susurra Mila, riendo sin control.
No puedo creerlo.
—¿Y no escuchaste las tres veces que te llamaron? —se burla Mila.
—Eres cruel. No me despertaste. Verte en Júpiter sería más divertido.
Un mensaje ilumina la pantalla.
—¿Cómo te fue? —es Marie, mi amiga y compañera, mi cable a tierra.
Ella está en la obra, yo en la creatividad.