Mis treinta instantes

Instante cuatro - Todo fluye y nada permanece…

Llegó mi día soñado, susurro mientras me detengo ante el espejo cuadrado del baño, el reflejo me devuelve una mirada que busca en el tiempo, a tres meses de mis treinta años, el principio de un camino que, por fin, comienza a desplegarse.

Camino hacia el balcón del pasillo, y el cielo, impasible, se abre ante mí como un lienzo infinito, tan claro y brillante que parece un pacto cósmico de planetas alineados, conspirando para regalarme un día perfecto.

Me despierto maltratada —no por el mar, sino por las olas invisibles de noches en vela, donde mi mente no detiene el vaivén de futuros que se acercan. Bajo a la cocina, y encuentro a las chicas inmersas en sus charlas efímeras. Al verme, Danha me sonríe y dice: “Liayh, mañana hay cena para celebrar tu proyecto.” Mila murmura, advirtiendo silencios…

“¿No hay más motivos?” pregunto con cautela, sintiendo el peso del presagio. Danha niega con una sonrisa cómplice: “Solo que Dante quiere conocerte. Les he hablado de ustedes tanto que quiere pasar la prueba de fuego contigo, después de haber conocido a Marie en el viaje.”

El guiño que me lanza es una invitación y un desafío.

“No soy de salir,” respondo con una mezcla de rechazo y verdad, “prefiero las series coreanas, esas que tiñen de rosa la melancolía, que me hacen llorar como si el mundo fuera un eterno velorio.”

“¿Qué te sucede, hija?”, susurra mi voz interior, suave y profunda.

“Ya estoy vieja,” contesto con un dejo de ironía.

“¿Y tu lema, Aaliayh?”, me reprocha Marie con esa voz que conoce mis secretos.

“El lema de Mila, querrás decir…” replico, permitiendo que una sonrisa se dibuje en mis labios.

“Ese que dice que seremos mujeres a los treinta, caras, ricas, finas y costosas. Ya casi llegamos, y aunque sea, tendremos que fingir que somos sofisticadas comiendo empanadas. Al fin y al cabo, tanto tú como yo amamos comer. Franco también estará.”

Las observo con ternura, una sonrisa leve se escapa y Danha retoma, segura: “Es tu sitio preferido de empanadas colombianas, y estará cerca de casa. Algo simple, entre amigos. Perfecto para celebrar, ¿no?”

Marie, en su tono pícaro, añade: “Danha y Dante no podrán llevar a su primo soltero, ¿verdad?”

“Puede llevarlo, claro, así no te sentirás sola,” insisten, y mi voz interior ruega por un sí.

“¿Quién dijo que me sentiré incómoda por ir sola?” respondo, sabiendo que es inútil resistirme.

Después de todo, hoy será el día más especial de mi vida. ¿Qué podría salir mal?

Me despido y recuerdo a Marie que es hora de irnos. Ella va primero al estudio, y generalmente trabaja en obra, pero cuando llega un proyecto nuevo, se sumerge en planos y charlas con su jefe. Me acompaña en su auto.

“¿Hasta cuándo dejarás el auto en el estacionamiento?” me pregunta con una sonrisa.

“Hasta el próximo apocalipsis zombi,” respondo, y ella solo sonríe, cómplice.

Ella conoció a Franco en la universidad en Boston. Él, elegante y tranquilo, es el perfecto contrapeso de su energía incansable.

“Juraría que Franco…” murmura mi voz interior, más incisiva que nunca.

“¿Por qué lo dices?” pregunto, medio inquieta.

“Señales que tú ignoras y yo veo.”

“¡Ja!”

De vuelta a la realidad, a las doce en punto, Marie susurra: “Esta intensidad… ¿recuerdas a Elisa? Está en mi equipo.”

“¿Y esa chica junto a ella? Pitufina, supongo…”

Nos miramos y reímos.

Saludamos al llegar al edificio. “Hola, Elisa,” dice Marie, y la otra responde con una sonrisa tímida.

“¡Gracias al Señor, no como Elisa!” murmura mi voz interior, y yo solo sacudo la cabeza, intentando desterrar esos pensamientos fugaces.

Elisa nos cuenta que pronto se unirá al equipo. Marie le dice en tono bromista: “Buena suerte, y que el veneno no te asfixie.” La amiga pone cara de espanto, y yo sonrío, siguiéndola hacia la oficina.

Tomo su mano, una costumbre reservada para pocos. Caminamos hacia el despacho.

“¿Sabes?”, dice Marie, “esta cena es la excusa para sacarte de tu letargo. Nuestros padres siempre decían: lo que no se exhibe, no se vende. Eres bella y debes bajar esos muros que te cubren.”

Sus palabras son un bálsamo y un reto.

“Recuerdo cuando en la universidad hablábamos de cómo serían nuestras vidas a los treinta,” digo, perdida en un recuerdo.

“¿Las promesas de derribar esos muros de tu corazón? Quizá debamos vivir el presente, porque el futuro es una sombra incierta,” responde.

“Perturbador,” susurro.

“Pero hemos vivido momentos más intensos. Deja el futuro, vive hoy.”

“¿Y si el amor está justo frente a mí?” dice ella con una sonrisa burlona.

“¿Cómo saber si es el indicado?”

“Nunca lo sabremos, solo debemos arriesgar.”

Ella me mira, profunda, y un torrente de emociones me envuelve.

Así, las horas pasan, y me sumerjo en un día lleno de encuentros y revelaciones, sin saber que mi vida, lentamente, se desdobla ante mis ojos, como un río que encuentra su cauce tras la tormenta.

THIAGO. Siento que es un misterio que no deseo descifrar…

—¡Mila!— susurro, intentando calmar mi mente inquieta.

Camino por el pasillo, hoy más oscuro y frío de lo habitual.

¿Será verdad eso de los espíritus?

—¡Milaaaaa, no empieces con eso!— me reprendo en silencio.

Pero entonces escucho una voz distante, un susurro…

Cierro los ojos y me detengo en medio de ese corredor largo y sombrío.

Al girarme despacio, ahí está él.

—Hola, otra vez —dice con una voz que, a diferencia de hace cinco minutos, ahora me parece más cálida, casi tímida.

—¡Tal vez es tímido!— murmura mi voz interior.

—Hola otra vez —repite—, aquí está el nuevo contrato para trabajar conmigo. No te preocupes, hablé con Úrsula personalmente. Me gustaría que lo revisaras y me digas si algo no te parece, sobre el pago o cualquier otra cosa.

Tomo el papel con manos un poco temblorosas.




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