Míster arrogante✓

9. Una seria conversación

Salimos del área de descanso de personal y ascendimos por las tan famosas escaleras que conducen a su oficina en lo alto del edificio. Y lo digo de ese modo porque todas cuchicheaban sobre ello, y como se da el privilegio de elegir a una de ellas como su favorita para que suba con él.

Sin embargo, estoy segura de que eso no tiene nada que ver con que me haya pedido que fuera con él, y sí, con lo que ocurrió con la llegada de Judah. Solo espero tener la oportunidad de explicarme y que me crea, otra vez.

Llegamos ante su puerta y la abre.

―Entre ―ordena.

―¿Es necesario? ―pregunto y él entorna la mirada como si yo hubiera cometido una insurrección. Largo un suspiro―, lo digo porque sé la razón por la que me ha pedido que venga con usted —me explico.

―¿Lo sabe? ―inquiere mostrando una expresión de arrogante sorpresa.

―Si lo sé, se trata de lo ocurrido con la llegada de Judah Catcher, ¿es eso?

―Parece que lo conoce bien, aun así, adentro ―señala y es el primero en cruzar la puerta. Suspiro hondo antes de hacer lo mismo y encontrarme con una espaciosa, elegante y pulcra oficina de ejecutivo en su interior. No sé por qué pensaba encontrar otra cosa―. Cierre la puerta ―agrega espantándome las locas ideas, tomando asiento detrás del escritorio que se ubica en todo el centro, como el punto neurálgico de la amplia habitación.

Cierro la puerta distrayéndome un poco con los ventanales del fondo, detrás de él, y la imagen nocturna de una ciudad que pronto empezará un nuevo día. Voy hasta el frente de su escritorio. No tomo asiento, permanezco de pie observando como coloca encima el regalo que trajo Judah.

Supongo que la prueba del delito.

―Lo trajo para usted ―dice extendiéndolo hacia mí.

Me fijo en que no lo ha abierto. Ahora estaba un poco confundida. No sabe que hay dentro, pero tampoco es que tenga la certeza de lo que sí es, y quisiera estar equivocada.

―¿Cuál es la verdadera razón por la que me hizo venir aquí?

Tiento a mi suerte.

―¿Tiene alguna relación con ese hombre? ―cuestiona de sopetón haciendo que abra mis ojos.

―¿¡Qué!?

De verdad que no esperaba que fuera eso lo primero que me cuestionara.

―Ha escuchado bien lo que he preguntado, no voy a repetirlo.

―¡Por supuesto que no! ―exclamo sintiéndome molesta con la sola idea.

―¿Y por qué le trae regalos?

―No lo sé ―niego vehemente―, o tal vez sí ―agrego aceptando a regañadientes que quizás si lo sé, o lo intuyo.

La verdad, ante todo, siempre lo digo, pero a veces lo odio porque la gente es libre de pensar lo que le da la gana así se la tiren a la cara.

―Explíquese.

―Creo saber que trajo allí ―repongo terminando de atar los cabos.

―¿Tiene o no?

¡Diantres! ¿Acaso es lo único que le interesa saber?

―No tengo ninguna relación con él ―repito―, no que yo desee.

―Va a explicarse de una buena vez.

―No tengo nada que agregar a eso ―deniego otra vez―, sin embargo, mi madre pretende que sí.

Para mi desgracia.

―¿Su, madre?

―Sí, mi madre ―recalco y no me siento mal por echarle la culpa, porque es de ella la idea―, ¿me quiere decir a donde quiere ir con todo esto? ―pregunto y él adopta ahora una postura adusta, pero reflexiva.

―Judah Catcher es un hombre con una muy mala reputación, y es la razón por la que lo eché de mi club, y también será la razón por la que la echaré si tiene alguna relación con él ―expone dejándome boquiabierta y un poco asustada de que eso sea una amenaza―, la prueba de su cercanía es ese regalo ―agrega dándolo por hecho.

—Eso no prueba nada, además no tengo relaciones con él. —Carajos, ¿que acabo de decir?―. ¿Qu-Qué le dijo? ―pregunto algo trémula por mi torpeza y él alza sus cejas mostrándome la dimensión de la estupidez que he dicho y que no ha pasado por alto.

―Dijo que traía eso para usted. 

Pensaba que me reprocharía esa estupidez que más parece una defensa sobre si me he acostado con Judah, o no, pero en cambio solo dice algo razonable.

―¿Dijo algo... más?

―Señorita Fisher, soy el jefe aquí, y el que hace las preguntas. Sí que es insolente ―repone.

Largo un hondo suspiro antes de dejarme caer en una de las sillas.

―He dicho que son deseos de mi madre y no míos, y ahora estoy segura de que él no descansará hasta que crea que puede conseguirme. Ella le ha dado permiso de cortejarme ―digo y él se muestra levemente sorprendido con mis palabras.

Me siento estúpida por usar las palabras de mi madre. Eso de cortejar parece de siglos pasados; sin embargo, para mí no estaría mal si Judah me agradara, pero es todo lo contrario. No me atrae para nada un hombre que cree que una debe caer rendida a sus encantos solo porque le plazca.




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