«Tenía que ser él», me digo con rabia, observando como el muy cretino de Allan Woods, se burla de mí frente a todos, porque no creo que a ningún hombre decente se le ocurra hacer bromas como esas.
―¿Acaso ustedes ya se vieron antes? ―pregunta mi madre sacándome de mis pensamientos.
―Algo así querida Alice ―responde el muy desgraciado.
―¡Por supuesto que no! ―chillo espantada y creo que de forma exagerada.
―Cariño, cálmate ―me dice mamá cuando solo quiero ir a darle en la cabeza con el mismo casco que trae ese idiota.
―Es Allan, mamá, ya lo conocen, solo sabe decir tonterías para avergonzar a los demás ―agrego calmándome un poco, porque mientras yo estoy que me reviento, él solo se ríe.
―Silencio, todos ―Roland nos hace callar con su tono autoritario, e inclusive a él que iba a decir alguna otra tontería―, y tú, siéntate de una buena vez, que ya nos hemos retrasado bastante por esperarte.
―Dije que llegaría, pero el tráfico estaba un poco pesado ―se defiende alzando sus anchos hombros.
―Típico de él ―bufa Dariel.
―Dije, silencio, todos ―repite Roland.
Allan me ve haciéndome muecas y yo solo quiero sacarle el dedo medio, al girarme tropiezo mi mirada con la de Dariel quien me sonríe compasivo. Bajo un poco mi rostro cuando Roland empieza a hablar recordándonos la razón de la reunión y de paso el legado de la familia.
A intervalos veo como el muérgano de Allan se muestra aburrido con toda esa parafernalia necesaria para llegar al punto en que estamos situados, y es que debería estar celebrándose un compromiso, pero este por primera vez había sido quebrantado por el futuro novio, y la familia estaba dispuesta a reparar el error. En vista de eso, se debía elegir a un nuevo prometido para mí.
No sé si reír o llorar sobre esa decisión, por mi parte ya había aceptado que esto no se daría y que se baraje sobre la mesa que sí o sí, debo casarme en parte me molesta un poco.
―Estamos de acuerdo en ello, ¿George? ―Roland dirige su aguda pregunta a mi padre y este me mira a mí.
Quiero negar con mi cabeza para que sepa mi posición al respecto, pero no lo hago porque desde niña siempre me han enseñado a obedecer sus decisiones.
―Así es ―responde mi padre.
―Papá ―llamo su atención poniéndome en pie y él coloca su mano en mi hombro.
―Lou, hija mía, tú estás preparada para todo esto, pero quiero que sepas que, dado que esto es tan atípico, habrá garantías para ti.
―¿Qué clase de garantías? ―pregunto sin amilanarme.
―Las que siempre debió haber en esta clase de acuerdos.
Quien responde es Amadeus Woods, también poniéndose de pie, y esto deja a Roland, mi padre y él, casi que, enfrentándose, aunque, él mira con desdén a su hermano mayor. Como si por primera vez tuviera la suficiente confianza de triunfar frente a él. Eso es porque nosotros hacemos la diferencia sustancial entre los dos.
Eso me lleva a mirar en los dos extremos. Por un lado, a Allan y por el otro a Dariel. Si el plus de esto fuera elegir entre los dos, no dudo que sepa que elegiría a su hijo. Eso pienso mirando con resquemor a Allan, no obstante, a él le detesto y es un hecho con fundamentos, en cambio, a Dariel, no. Lo que sé de él es que es un hombre intachable, educado y exitoso, y, por tanto, el preferido de su padre.
―¿Qué es lo que trata de decir?
Tanteo un poco la situación.
―Que así le pese a mi hermano, esta vez puedes elegir ―responde Amadeus, sonriéndome.
―Diablos, esto parece un circo ―Allan habla y su padre le mira con el ceño fruncido.
―Louisiana tiene razón, solo sabes decir y hacer tonterías ―Dariel habla directo hacia él y el muy obtuso solo le da un “ok”, con su pulgar, además de guiñarle un ojo.
―¿Podrían dejar de comportarse como tarados? ―pregunta Roland con un negro humor.
―No creo que sea prudente que hables así de mi hijo, y deberías dar las gracias de que tienes esta oportunidad; sin embargo, estoy segura de que mi querida Lou sabrá elegir al correcto ―habla Anabella.
―Tu hijo no es mejor que él mío ―replica Camelia Woods, la madre de Dariel.
Pongo los ojos en blanco porque, aunque me pese, podría coincidir con el estúpido de Allan, de que esto parece un circo.
―¿Por qué no dejan que sea mi hija quien decida eso? Es ella a la que han agraviado.
¡Cielos! Mamá no debería hablar.
―Sonia tiene razón ―dice mi padre―, esa decisión es de Louisiana, ya no de ustedes ―añade y ambas se miran y luego a mí y me sonríe.
Anabella apenada, pero aún orgullosa de su lugar en la familia. No es una mujer propiamente adorable, pero puedo decir que nunca me la he llevado mal con ella, a pesar de su pizca de rigidez. En parte sé que defiende a Allan porque es de su familia, su hijo, así se comporte como un rebelde problemático que no está a la altura de los otros.
―Lo hará, eventualmente ―repone Roland a mis padres.
―Bien, querido hermano. Estamos reunidos para eso, ¿Por qué no dejamos que lo haga? ―expone Amadeus y todos abren los ojos, incluyéndome.