Míster problemático

Capítulo 10

A la final, Allan no me ha dicho a donde demonios va a llevarme por lo que esto parece un viaje eterno; sin embargo, pese a mis reticencias con todo lo que propone, en el fondo tengo que admitir que ha sido como una nueva aventura en la que tengo que sostenerme con fuerza ―de él por supuesto―, porque en cada curva del camino que agarra parece que nos fuéramos a caer.

Lo cierto es que hacía mucho tiempo que había sentido tanta adrenalina. Por desgracia, siempre vuelvo al mismo patrón donde todas esas emociones son revividas por la misma persona.

―No sabes lo feliz que estoy de que te aferres a mí de ese modo, pero ya puedes soltarme ―dice luego de detener la moto frente a la entrada de una propiedad, que tiene al lado un taller de nombre Engels of the Road.

Le suelto de inmediato.

―¿Qué es este lugar? ―pregunto un poco inquieta.

El que Allan se hubiera vuelto un problemático, tenía sus hechos y fundamentos.

―Es el club de unos amigos ―responde mirando hacia arriba.

Dirijo mi mirada hacia dónde va la suya, veo que hay personas en lo que es la terraza y se ve que hay humo. No creo que sea un incendio, sino como que estuvieran cocinando o asando algo allí arriba.

―¿Qué clase de Club? ―prosigo bajándome de su moto y cuando lo hago siento mis piernas flojas.

Tengo los muslos entumecidos y cuando siento que voy a caerme Allan me rodea la cintura sosteniéndome contra él.

―¡Puedes dejarme! ―exclamo poniendo mis manos contra su pecho, que se siente duro, al igual que su espalda.

―Solo te sostengo para que no te caigas.

―¡No voy a caerme! ―espeto apartándole.

―Vale ―dice soltándome, pero al hacerlo tropiezo mi zapato con su bota y caigo al suelo―, te lo dije ―agrega alzándose de hombros y extendiéndome su mano para que me levante mientras yo refunfuño.

―Yo puedo sola ―digo poniéndome en pie.

Luego que me incorporo y me sacudo la tierra del vestido, procedo a soltar el bendito casco, pero no logro hacerlo.

―¿Te ayudo o puedes sola? ―pregunta haciendo que tuerza la mirada y resople.

Pero no tengo que ir hasta él porque se acerca y empieza a soltarlo hasta que lo suelta y saca esa cosa de mi cabeza sintiéndola liviana.

―Gracias ―mascullo entredientes. Busco mi bolso y me vuelvo hacia él―, bien, ya estamos aquí, por qué no entramos. Voy a necesitar un baño ―añado irritada.

La verdad es que ni siquiera es él, es todo este cambio repentino en mi vida que no quería y que él parece metérmelo a fuerza. No me gusta cuando las cosas se me salen de control, pero he de admitir que Allan siempre ha sido contrario a todo lo que siempre me impuse.

Para mí, lo primero es el deber de cumplir las reglas y para él, lo último.

―Bien, entremos, pero antes estacionaré por allí ―dice señalando el lugar donde hay otras motos, y unas muy distintas a las suyas, sin embargo, todas llamativas.

Al verlas no me extraña que sea algún club de moteros de esos que solían gustarle. Después de llevar su moto vuelve y me indica que vayamos hasta la puerta de una casa de tres pisos. Allí aguardamos hasta que alguien vega a abrirnos y mientras permanecemos junto al marco de la puerta no deja de mirarme con su mirada penetrante y burlona.

―¿¡Qué!? ―mascullo.

―No te recojas el cabello.

―¿Por qué tú lo dices? ―espeto la pregunta y él se encoge de hombros.

―¿Lo harías si te lo pido?

―¿No es lo que haces?

―Solo lo sugiero, pero podría pedírtelo. ¿Lo harías si lo hago?

―¿Hay alguna razón para que obedezca tus caprichos?

―No, pero Luisi siempre fue bien portada, haciendo todo lo que los demás le dicen ―repone y yo abro los ojos.

No obstante, no digo nada porque la puerta se abre y hombre gordo de barbas, tatuajes y cabello largo abre la puerta espantándome. Su bonachona presencia logra que me ponga del lado de Allan.

El viejo gordo se queda mirándole muy sorprendido.

―Así que es cierto que cumpliste tu palabra, muchacho ―dice el hombre y él le sonríe.

Lego hace alguna especie de saludo chocando sus manos varias veces y luego dándose un abrazo como si fuera un ritual.

¡Qué diantres!

―He vuelto ―dice Allan sin perder su animosidad.

―Y yo he perdido una apuesta ―añade el viejo, que luego me mira mientras yo estoy tratando, de esconderme en la espalda de Allan―, ¿y quién es esta linda gatita asustada? ―pregunta haciéndome resoplar.

Allan se ladea para mirarme con una expresión de burla en su cara, es obvio que le hizo gracia la expresión del viejo.

―Es Luisi, ¿no la recuerdas? ―le dice confundiéndome un poco porque yo no recuerdo haber visto a este viejo bonachón, nunca.

O eso creo, para mi sorpresa él abre los ojos.

―Vaya, vaya, la chiquilla asustada, pero parece que no ha cambiado nada.




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