Míster problemático

Capítulo 11

―¿A dónde vas? ―pregunta mientras su brazo sigue rodeando mi cintura y yo lucho por liberarme de ese contacto.

―¡He dicho que me voy de este lugar! ―exclamo y espero que le quede claro que no quiero estar allí.

No quiero, no es mi mundo. Tal vez el suyo sí, porque desde siempre Allan se ha caracterizado por meterse en lugares así.

―¿Eres consciente de que casi te caes y te matas? ―me increpa sorprendiéndome con la expresión enojada en su rostro.

¿Es en serio?

Debería estar feliz de que quiera irme y le deje aquí.

―¿Y tú de que sería tu culpa? ―le reclamo―, ¿por qué me has traído aquí? Es obvio que es tu lugar, no el mío. Si lo haces para molestarme, lo estás consiguiendo ―sigo reclamándole.

―Ella tiene razón, no encaja para nada aquí, ¿por qué la has traído? ―habla la chica desde arriba de las escaleras, acentuando sus palabras con un encogimiento de hombros.

Es la chica con la que tropecé hace rato y con la que se saludó tan feliz.

―Louisiana es mi chica, obvio tenía que traerla ―responde el muy descarado.

Resoplo con fuerza por lo que dice; sin embargo, me contengo un poco porque a la chica no parece hacerle mucha gracia su declaración, y me odio porque eso me alegra. ¿Pero en serio puede decirle eso cuando antes parece que se la llevaban de maravilla?

¿A qué juega Allan?

―No digas tonterías ―murmuro bajo recogiendo un poco de mi dignidad.

―Y tú no las hagas ―arguye, y antes de que pueda protestar me echa sobre su hombro haciéndome sentir vértigo, y sube de vuelta hasta llegar conmigo a cuestas donde está la chica―. ¿Dónde está el baño? Luisi necesita hacer pipí.

―¡Oye! ―chillo con fuerza.

―Puedes bajarla, los guiaré.

―Prefiero llevarla ―dice él.

Desde donde estoy con la cabeza abajo contra su espalda baja, veo como ella se da la vuelta y lo guía hasta una habitación en el segundo piso.

―Allí hay uno ―señala una puerta.

No sé qué expresión tiene él en la cara, pero no se mueve hasta que la chica camina de vuelta hasta la entrada.

―Bien, los dejaré ―dice saliendo y cerrando la puerta.

―Ya puedes bajarme ―espeto pataleando y golpeándole la espalda hasta que me pone en el piso.

La plancha fría de la madera hace mella en la planta de mis pies porque se me han caído los tacones. Corro hasta la puerta, pero él se atraviesa en ella como una gran muralla.

―Apártate, déjame salir, me quiero ir de aquí.

―¿Tan mal te lo pasas, Luisi?

Esto es el colmo.

―¿¡Y lo preguntas!?

―Bien, querías un baño, allí está ―señala la puerta con un gesto de su boca, cruzándose de brazos como un grandulón de bar.

―No, quiero ir por mis tacones. Me quiero ir de aquí y no me harás cambiar de parecer.

―¿Y por qué te quieres ir? Apenas y acabamos de llegar. ¿No es de mala educación abandonar un lugar al que apenas has llegado de visita?

―¿Eres tonto o te haces? ―rechisto con mi pregunta y él hace una mueca de aburrimiento―, además, por qué insistes si estoy segura de que esa chica de afuera estaría feliz de tenerte solo para ti ―agrego.

Sus cejas se juntan y su ceño se frunce con un gesto que se me antoja podría ser de preocupación.

―¿Estás celosa de Beth, Luisi?

―¡Qué!

―Es una buena amiga, no tienes que preocuparte por ella. Soy todo tuyo mientras estamos en esto.

―Vete al cuerno, Allan ―espeto dándole la espalda.

Me odio por mil por siquiera pensar que eso que ha dicho me ha alegrado.

―¿En serio no estás celosa? ―pregunta a mis espaldas e inclinándose sobre mi oído, provocando que se me envare toda la columna.

Doy un saltito alejándome de él.

―¿Qué pretendes?

―Solo mostrarte a mis amigos.

―No dudo que lo sean ―repongo volviendo a mirarle de frente para señalar el tatuaje en su brazo.

―¿Te gusta? ―se ufana mostrándomelo.

―Ni de coña.

―Supongo que estás pensando que soy menos que Dariel porque me relaciono con personas que no están a tu altura y me hice un tatuaje.

―Podría ser, y no crees que es una muestra de que tú y yo, no tenemos nada que hacer juntos ―expongo y aunque lo he dicho de forma cruel, Allan no parece amilanarse.

―Para nada ―aduce alzándose de hombros―, ¿has escuchado ese dicho que dice que los polos opuestos se atraen?

―Puede, pero aquí no aplica ni un mínimo.

―Yo creo que sí, porque qué aburrido sería estar con alguien que piensa y se comporta igual que tú. ¿No es más emocionante cuando te llevan la contraria? ―emite y luego va hacia la puerta―, iré por tus zapatos, así que tómate tu tiempo ―añade antes de salir y cerrar la puerta.




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