―Deja de intentar adularme, que así no vas a convencerme ―digo para poner un alto a todos esos pensamientos
―¿Eso crees?
―¿Qué otra cosa podría ser? ―expongo tomando otro sorbo de la copa.
Allan sonríe e inclinándose hacia adelante, apoya el mentón en su mano, poniendo una expresión confianzuda.
―Tal vez ―repone con la misma parsimonia y volviendo a enderezarse.
―¡Bien! Al punto.
―Entonces, cásate conmigo.
―¿Así de fácil?
―Por qué no.
Diantres, se podría decir que la única que se descoloca soy yo; pero sin duda es el efecto que siempre ha tenido sobre mí. Él simplemente me vuelve loca.
―Es extraño que insistas en eso. Ya olvidaste todo el tiempo que desapareciste.
No es algo que quería mencionarle, y lo cierto es que cuando dejé de verle casi que, de la noche a la mañana, me juré a mí misma que nunca le preguntaría a nadie sobre su decisión porque nunca me dijo que se iría. Además, que luego que Allan se fue a vivir y estudiar en el extranjero, sus padres no lo volvieron a mencionar y casi que me insinuaban que era lo mejor, ya que por ese entonces ya había empezado a odiarle.
―Bueno, no es obvio que en ese entonces no había un lugar para mí ―dice causando que trague con fuerza el nuevo sorbo de vino.
―¿Y ahora si lo hay?
―Eso es obvio ―contesta jocoso.
―¿Y si nada hubiera cambiado? ―inquiero y esta vez su expresión se torna algo seria, recargando su ancha espalda sobre el respaldar de la silla.
―Supongo que no tendríamos esta conversación y tú estarías muy radiante planeando tu próxima boda con Albert ―responde.
Por alguna razón no me hace gracia su respuesta. No sé si estaría radiante y creo que él lo sabe; sin embargo, su expresión ufana me hace sentir como si yo solo fuera una conforme. En cierto modo era así; no obstante, ya no.
Los platos que pedimos que llegan y mientras el mesero y su ayudante acomodan todo Allan solo se dedica a mirarme. De chicos solíamos tener ese tipo de duelo de miradas donde yo me mantenía impertérrita y él trataba de perturbarme luego de lograr cabrearme. Yo solía mirarle con una expresión de enojo con la que me hubiera encantado matarle por todo el coraje que lograba sacarme; pero al final, él siempre sonreía y me cabreaba aún más que se mostrara inocente y superior.
―No está mal ―dice sobre la elección del menú, rompiendo mi concentración―, adelante ―indica tomando sus cubiertos y empezando a comer.
Me quedo mirándole cuando empieza a partir la carne y empezar a comer como un cosaco. Allan siempre fue desmandado en la mesa y nunca solía quedar conforme. Siempre decía que necesitaba comer más que sus hermanos y su madre le regañaba por ser un tragón con mala educación. Eso lo presenciaba cada que íbamos a cenar a casa de los Woods, sobre todo en la época en que Alaska y Arnie estaba saliendo.
Anabella solía decirle que era la desgracia sin modales de la familia; sin embargo, cuando aparecía su padre por extraño que pareciera, solía transformarse.
―¿Por qué dos años? ―pregunto empezando también a comer.
―¿Quieres que lo extendamos a más tiempo?
―¡No he dicho eso!
―Sería solo una prueba.
―¿Crees que el matrimonio es una prueba?
―En realidad tengo un concepto propio sobre el matrimonio, pero ahora me gustaría saber que es para ti. ¿Una obligación realmente, o, un deseo?
―¿No crees que nos estamos yendo del tema?
―Solo responde, para eso te educaron, ¿no?
Allan me deja con la boca entreabierta.
―¿Vuelves a ser el mismo grosero de antaño?
―Quizás, pero ahora que eres una adulta, por qué no respondes.
Resoplo con fuerza.
―Siempre has pensado eso, pero no es así. También puedo pensar por mí misma, además, dices eso, ¿pero qué hay de ti? Al final, no has vuelto como un borrego a hacer lo que tus padres te dicen ―arguyo, mostrándome altiva.
―Supongo que puede verse de ese modo ―aduce tomando un trago de su copa―, pero mi situación es otra.
―Obvio, al final jamás vas a dejar de ser un Woods que también tiene que hacer lo que su padre le diga ―prosigo sonriente.
―Puede que sea al contrario con la deserción de Albert. Lo sabes, bien. Esto cambia de forma drástica la ejecución en el cronograma, y créeme, no he tenido nada que ver en ello, y ten por seguro que ninguno recurriría a mí si no fuera necesario.
―Así que es por eso por lo que lo quieres conseguir a cualquier costo.
―Y tú eres ese costo.
―Dijiste que me odiabas ―expreso con algo de rencor todavía.
―Y todavía lo hago ―repone y tan tranquilo que me descoloca y me hace abrir los ojos.
―¿Y si aún me odias, entonces por qué sacrificarte? ―increpo molesta.
―Porque va a ser un sacrificio muy divertido.