Míster problemático

Capítulo 31

―Anoche estuve alerta ―menciona la abuela, ahora que nos hemos instalado en el mirador que tiene una vista maravillosa de la playa.

―¿Por qué? ―pregunto.

Agarro el vaso de jugo. Está helado y es muy propicio para el día soleado que está haciendo. Me hago un poco la desinteresada, pero voy percibiendo de que está hablando.

―Ya sabes, esperaba que te sintieras incómoda y fueras a pedirme que arreglara otra habitación para ti.

―Ay, abuela.

―No me digas que te sientes a gusto durmiendo con él ―repone agudizando la mirada bajo su gracioso sombrero de paja, y yo abro los ojos.

A mi mente viene parte de la conversación que recuerdo mientras no estábamos en eso. El resto es borroso. Sacudo mi cabeza para no atraer esas imágenes.

―Ya deberían estar tranquilos con eso, independiente de que sea un acuerdo, los dos debemos hacer que funciones.

Bebo otro gran sorbo de mi delicioso jugo.

―Reconozco que Allan tiene buena cara, pero que no te engañe.

―Ya basta, Albert no solo tenía buena cara sino una mejor apariencia y mira lo que me hizo ―expongo frunciendo la boca y ella me mira comprensiva.

―Es cierto, y no voy a defenderlo.

―Tampoco deberías atacar a Allan, algunas cosas simplemente forman parte del pasado. Su viejo yo, incluso el mío. Ahora somos adultos y creo que sabemos cómo sobrellevar este asunto.

―¿Quieres que dure para toda la vida? ―me pregunta tan de repente que me sorprende.

―¿Esperas que responda que sí? ―pregunto con cautela.

―No, pero sí que lo intentarás.

―Eso no va con tus prejuicios con Allan.

―No, pero si mi niña consentida apuesta por ello entonces no quedará más que apoyarla, e incluye a tu abuelo ―aduce, y eso me recuerda que él llamó a Allan muy temprano en la mañana y luego se fueron al pueblo.

Aún no regresan.

―¿Crees que el abuelo estará de acuerdo contigo?

―No lo dudo, porque ese niñato parece que ya le ha comprado.

―No creo que se venda tan fácil.

―Háblale de puros y ya lo tienes en el bolsillo.

Abuela me hace reír, pero sé que es el único vicio que no ha podido dejar. De alguna manera ella ha domesticado al abuelo, pero a veces hay cosas que por más que lo intentes son imposibles de corregir en la otra persona y solo te queda conciliar.

¡Diantres!

Eso me lleva a pensar sobre esa rara conversación sobre los instintos primarios en el ser humano. Uno de ellos es la supervivencia y el otro, la reproducción. No puedo evitar reír por lo bajo mientras abuela me mira con extrañeza.

―Hay algo que no puedo pasar por alto en toda esta situación.

―¿Malo o bueno?

―Depende de ti.

―¿Por qué?

―Porque es lo que reflejas y de alguna manera, ese tonto parece estar haciendo muy bien su trabajo.

―Abuela ―murmuro cohibida.

―Al final no soy nadie para prohibirte que disfrutes de los placeres del matrimonio.

―Basta ―bufo risueña y ella se carcajea.

Ninguna de las dos es tonta para saber de qué estamos hablando, y no tengo queja de ello. Me pongo en pie de la poltrona y camino hasta la baranda, suspiro bajo meditando que esa no sería la razón para separarme de Allan.

―Ahí vienen ―avisa acercándose a mi lado.

Desde aquí podemos ver la entrada de la propiedad, y el jeep del abuelo entrando por la explanada.

―¿Sabes a qué fueron al pueblo?

―Algunos suministros, ya sabes que a tu abuelo le gusta que todo sobre y no que escasee.

―Es precavido.

―Sin duda ―aduce. Ella se mueve para ir hacia la casa y yo también―, quédate aquí y sigue disfrutando de la vista. Es mejor cuando ellos son quienes quieren alcanzarte ―agrega despistándome un poco.

Sin embargo, le hago caso y aguardo allí recostada sobre la baranda, observando como la abuela baja hasta encontrarse con ellos. Allan mira en dirección de donde estoy cuando ella le dice algo y de inmediato sube hasta el mirador.

―Es una buena vista ―dice halagador, apenas llega.

―Lo es ―admito con un encogimiento de hombros.

―No lo decía por eso, sino por ti ―comenta yendo a servirse un poco de jugo de la jarra, y luego acercándose a mi lado. Arrugo un poco la cara―, ¿despertaste bien?

―Mejor de lo que esperaba ―digo, mostrándome un poco indiferente.

―Eso es bueno, porque creí que no ibas a poder levantarte luego de lo de anoche ―murmura en mi oído, provocando que la piel de mi cuello y de los brazos se erice, dando un respingo.

Me vuelvo hacia él abriendo los ojos, y el condenado solo se ríe bebiéndose el jugo.

―No soy tan debilucha como crees.




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