Míster problemático

Capítulo 35

Alguien viene y no sería raro porque no es difícil perder la noción del tiempo cuando dejas que las pasiones desenfrenadas te arrasen. Aunque dudo que sea el abuelo y tal vez alguno de sus vigilantes que hacen ronda, sin embargo, a medida que se acerca la figura se va pareciendo más a él. De inmediato la adrenalina por ser descubiertos infraganti borra todo placer de tajo y de inmediato empiezo a arreglar mi ropa y a arreglar mi cabello y vuelvo a mi puesto.

Mientras yo estoy un poco eufórica, Allan es obvio que está disfrutándolo. Casi olvido encender la luz, pero ya no hay tiempo de volver a poner el auto en marcha y lo hago justo antes de que llegue la persona y se asome en la ventana del conductor. Como pronosticaba, es mi abuelo.

―¿Pasó algo con el auto? ―pregunta mirándonos a ambos de hito en hito.

―Justo se apagó cuando entrabamos, creo que es mi culpa, Allan había bebido así que no le dejé conducir. Espero no haberlo echado a perder ―explico luego de aclararme la voz.

Obvio es una mentira del tamaño de la isla, pero no creo que pueda ser sincera con eso, aunque sea evidente. El abuelo lo mira y él solo se alza de hombros.

―Le decía que no se preocupe ―habla.

―Tranquila, a mí también suele apagárseme subiendo la cuesta hacia la entrada. Seguro fue el embrague, pero recuerda siempre encender las luces, no apagarlas ―me dice y los colores se me suben a las mejillas ahora de vergüenza―, bajen y entremos, tu abuela estaba preocupada preguntándose por qué tardaban tanto en llegar.

Allan ladea su cara contra la ventana, y es obvio que se está riendo de mí.

―Sí, gracias abuelo, ha sido un día bastante largo ―digo haciendo como que me quito el cinturón porque no alcancé a abrocharlo de nuevo.

Allan sí tenía puesto el suyo.

―¿Está bien dejarlo allí? ―pregunto al abuelo devolviéndole las llaves.

―No le pasará nada. Mañana temprano llamaré al mecánico y lo dejará como nuevo, no te preocupes.

―Gracias, abuelo ―digo, pero en el fondo estoy preocupada de que se dé cuenta de que le he mentido porque el carro no tiene nada malo. La que está mal de la cabeza, soy yo, ¡cielos!

Caminamos con el abuelo de hasta la casa y la abuela estaba esperándonos en el recibidor.

―Luisi, me tenías preocupada ―dice la abuela y yo suspiro con fuerza.

Ahora mismo no deseo habar con ella, sino ir a la habitación y tomar una ducha.

―¿Vienes conmigo? Necesito ayuda con algo ―dice el abuelo llevándose a Allan y yo me quedo con ella.

―Siéntate, cariño, debes estar cansada ―menciona la abuela guiándome hasta la sala de estar del recibidor.

―Estoy bien, no te preocupes ―digo.

Lo cierto es que no tengo nada de cansancio porque entre más lo hacemos, creo que me estoy acostumbrando. Ni siquiera su tamaño me parece exorbitante, sino el adecuado para mí.

¡Rayos!

―¿Quieres hablar de algo?

―¿Qué pasó allá afuera?

―¿A qué te refieres?

―Vamos Luisi, ¿estabas peleando con Allan por esa mujer de la exposición?

―Dice tan de sopetón la abuela que abro los ojos.

―¿Por qué piensas eso?

―Porque no soy ciega.

―Ay, abuela, me pregunto si quieres que esto se acabe más pronto de lo que empezó.

―¿Y tú?

―No tengo nada que objetar, estoy haciendo lo que se me impuso, cumpliendo con mi parte.

―Siempre te ha gustado él, ¿verdad?

―¿De qué hablas?

―De la oveja negra de Allan Woods ―responde sin tapujos―, siempre se te decía que debías mantenerte lejos de él, pero por alguna razón hacías lo contrario aun si te hiciera la vida miserable.

―Podrías dejar de exagerar ―expreso resoplando un poco.

―Entonces dime la respuesta.

―Abuela…

―Sí, te gusta de verdad, no tendría sentido pedirte que lo dejes; pero si solo intentas forzarte como en el pasado, solo hará que salgas herida.

―Abuela, ya no somos críos, y estamos viviendo la vida de forma más adulta, como corresponde.

―¿En serio?

―Entonces dime que no te molestó la presencia de esa mujer.

―Creí que habías congeniado con ella.

―Solo porque parecía ir detrás de tu marido.

―Sí, crees que Allan me es infiel…

―Dices que ya no estamos en el pasado, pero hay partes de su vida que desconoces, ¿Qué te hace pensar que eso no será un problema más adelante? Cuando ya no puedas retractarte de lo que sientes.

―Es un consejo o un regaño. No te olvides que yo también siento y si me hubiera casado con Albert, esperaría lo mismo que no solo me adulara y apreciara por lo inteligente y bonita que soy, sino que también me amara.

―¿Y Allan te ama? ―pregunta sacándome de base.

Lo cierto es que eso no lo sé. Él dice y hace muchas cosas que me confunden, y la verdad es que no puedo basar su amor en los momentos que estamos juntos. Aunque es que es un instante de placer donde parece que nos entendemos y encajamos a la perfección, no dejan de ser solo encuentros íntimos y candentes.

―No lo sé, abuela, ¿pero no crees que él debe tener la misma duda? ―expongo y ella se queda mirándome por largo rato.

Después lanza una larga exhalación y se cruza de brazos.

―Tal vez solo se está anticipando a algo que quizás nunca suceda. A lo mejor y ese bribón era mejor apuesta que su hermano, el caballero galante.

―Allan no era galante, pero siempre ha sido sincero.

―¿Le sigues creyendo?

―Bueno, estamos casados ―respondo.

Tal vez es otra mentira de la noche; no obstante, es cierto, que a pesar de sus insurrecciones yo siempre creí que no era tan malo. Abuela deja su postura y viene hacia mí tomando mis manos.

―Prométeme que serás feliz.

―Abuela, eso…

―No hablo de que él te haga sentir feliz, porque es probable que te falle, sino de que tú lo seas sin importar lo que suceda. Siempre mantente firme y fuerte.

―Es extraño lo que pides.

―Yo sé por qué te lo pido.

―Bien, de acuerdo ―digo recordándome que toda mi vida me he sobrepuesto a todo.




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