Míster problemático

Capítulo 44

La salida a almorzar no ha estado tan mal, y a pesar de lo alejado el lugar es muy agradable. No se siente el atosigamiento de las miradas a tu alrededor. No soy una figura pública, pero él si lo es, aunque se lo tome a broma, y no me pasan por alto las cabezas que voltean a mirar cuando él está presente.

Mi forma de destacar es diferente y se debe más al prestigio que tiene el negocio que une a nuestras familias. De allí que siempre haga lo imposible por mantener mi compostura. Quizás tiene razón en que soy algo rígida y acartonada, pero toda mi vida me preparé para ser alguien que reflejara prestigio y sobre todo respeto.

Dos cosas que a Allan le han resbalado desde siempre. Sin embargo, no desconoce el significado.

―Volveremos a este lugar ―pregunta colocando sus codos sobre la mesa y el mentón en sus manos.

Hago una mueca.

―Puede ser.

―Es bueno ser tú misma, ¿no crees?

―Siempre soy yo misma ―expongo alzándome de hombros.

Enseguida tomo el vaso de té bebiendo lo último que queda. Es el segundo que pedí para acompañar la carne de ternera a la parrilla que ordenamos. El plato principal del restaurante y que básicamente me indujo a probarlo. Lo cierto es que nunca había comido nada a la parrilla, porque soy de comidas más elaboradas, pero no estuvo tan mal.

―Y yo tengo la suerte de ser quien lo vea. Es algo que nunca he olvidado ―repone enderezándose de su posición y tendiéndome la mano―, esta vez pago yo, y sin objeciones ―agrega con arrogancia.

―Bien ―rechisto dándole la mía―, pero antes necesito ir al baño ―continúo cuando ambos nos hemos puesto de pie.

―Al fondo a la derecha ―dice y señalando el camino con un gesto de su boca.

―Asumo que has estado aquí antes y por eso lo sabes.

―Para nada, allí lo dice ―indica sobre el letrero encima del umbral que conduce hacia los baños.

Pongo los ojos en blanco antes de agarrar mi bolso e ir hacia allá. Al entrar saco mi teléfono y encuentro un mensaje de Su disculpándose porque no pudo resistirse al ruego de Allan para llevarme a comer. Me río porque no cree que le haya rogado mucho y solo la convenció sonriéndole como niño bueno. Y me dice que sin falta almorzamos mañana porque ha encontrado información que me interesa sobre la tal Becka Houston, también para que le cuente todo por qué muere por saber cómo han sido mis primeros días de casada.

Suspiro con fuerza, no obstante, medito con una sonrisa que todo ha sido tan diferente a como lo había imaginado. Tanto que se saldría de cualquier protocolo o cronograma que hubiera hecho. Supongo que puedo hacerlo con los empleados como bien me halaga, pero no con él, porque Allan siempre ha sido impredecible.

Sacudo mi cabeza y me enfoco en hacer lo que vine a hacer al baño. Luego de terminar me arreglo un poco el cabello que se me había desordenado el peinado por el casco, la ropa y retoco mi labial y salgo. Allan me espera cerca a la entrada del pasillo.

―¿Vamos?

―Sí, aunque preferiría no volver en esa moto.

―¿Por qué?

―¿Y lo preguntas? Empecemos porque este atuendo no es el adecuado.

―No lo veo tan mal, la falda es amplia y te permite abrirte bien de piernas…

―¡Oye! ―exclamo espantada.

Allan se ríe a sus anchas y yo arrugo el ceño mirándole furiosa.

―En ese caso, podrías intentar usar pantalones.

―No son de mi estilo, tampoco me quedan bien.

―Yo creo que sí, lo que te pusiste el otro día no te quedaba tan mal.

―Solo quería variar, y no eran cualquier clase de pantalones.

―Da igual, me encantaría verte puestos unos lindos y apretados vaqueros.

Allan me hace resoplar sin remedio. Jamás he usado vaqueros, pero antes de que se lo recuerde en su cabeza dura agarra mi mano y me saca de allí. Sin más remedio me subo a su moto y regresamos a la ciudad. Para el viaje de vuelta no hace sus maniobras de loco y va a una velocidad moderada, una que permite que vaya sin tanto susto y aprecie mejor el paisaje.

Al llegar estaciona en la entrada del edificio y aunque quiero irme de allí corriendo, esta vez me contengo y le veo mejor el lado positivo.

―¿Qué harás en la tarde? ―pregunta petulante haciéndome bufar.

―Trabajar, por supuesto.

―Igual yo.

―¿En serio?

―¿Quieres comprobarlo?

―No, confiaré en tu palabra.

―Entonces, cuando quieras puedes pasarte por el Center Mills, en las plantas nueve y diez, allí estoy empezando mi propio bufete ―dice bastante engreído.

Frunzo el ceño porque conozco ese lugar que ofrece oficinas de alquiler de lujo por su buena ubicación, y no propiamente porque lo haya visitado, sino porque sé quién es el dueño de ese negocio.

―Debe ser broma, si mal no estoy ese edificio queda cerca de aquí.

―Así es cariño ―confirma.




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