Míster problemático

Capítulo 46

―El señor Woods, acaba de llegar ―la señora Martens viene a avisarme.

Llegué mucho más temprano que él y me puse en la labor de hablar con el ama de llaves, lo que será el nuevo cronograma para los empleados de la casa. Increíblemente, terminé cediendo a sus imposiciones sobre quienes debían mantenerse bajo nuestro techo, aparte de los dos. Si bien, que la señora Martens se quede no nos obliga a permanecer juntos en la misma habitación, lo cierto es que es mejor hacerlo para evitar que vaya con rumores a mi madre.

A estas alturas no me preocupa que piense otra cosa. Además, que no es como si no lo hubiésemos hecho ya, por lo que debería hacerse a la idea de que esa parte la estamos llevando bien. Muerdo mi labio pensando que es imposible afirmar lo contrario, y mi raciocinio sería muy diferente si Allan me disgustara. Algo que no ocurre.

―Gracias por avisar ―digo, sacudiéndome de esos pensamientos. Apago mi tableta en la que estaba trabajando y me pongo luego en pie―, encárguese de la cena, yo seré quien le reciba ―agrego.

Ella asiente, y aunque parece algo inconforme, porque de seguro mi padre le dijo que se mostrara apática con Allan, jamás me llevará la contraria. Mientras se marcha a la cocina, yo bajo hasta el recibidor de la entrada justo cuando mi radiante marido abre la puerta con sus llaves.

Espero verle entrar todo arrogante, pero es raro notar que luce un poco sombrío y no con su habitual genio jocoso.

―Parece que la tarde no fue tan feliz como la mañana ―digo.

Allan hace una mueca de risa sarcástica y se acerca a donde estoy luego de cerrar la puerta, lo siguiente que hace es rodear mi cintura pegándome a él, confundiéndome un poco con su actuar. Le observo con cautela.

―Que lindo que vengas a recibirme con tu buen humor ―dice dándome un beso y pellizcándome el trasero.

―¡Oye!, ¿qué haces? ―mascullo porque me sorprende su nuevo accionar, y entonces me muestra todos sus dientes.

Arrugo la cara.

―¿Hiciste lo que te pedí? —pregunta volviendo a su estado petulante.

―¿De qué hablas?

―Sobre el personal ―responde ladino recordándome eso al tiempo que va a llevarme sobre la pared, y justo cuando aparece la señora Martens aclarándose la garganta―, ya veo, siempre se quedó la vieja ―añade susurrando las palabras en mi oído antes de soltarme y separarse.

―La cena estará servida a las ocho, desea que lo ayude en algo, señor Woods ―informa la mujer haciendo que Allan junte sus cejas y me mire escaqueado.

―No, mi mujercita se encargará de mí ―dice provocando que chille por dentro usando ese tipo de expresiones.

―Siendo así, me retiro ―continúa la mujer y luego de hacer una leve reverencia, se marcha.

―Cielos, deja de expresarte así ―le reclamo. Allan vuelve a reírse. Entonces me atrapa de nuevo y esta vez me aprieta el trasero―, ¿te pasa algo? ―pregunto porque aparenta y no, comportarse como es habitual.

―No, solo sigo comprobando que eres toda mía.

―Gracioso.

―Es lo que quiero que le recalque a tu madre, pero ya veo que la aleccionaste muy bien.

―Ya basta con eso ―barboto encaminándome hasta la sala, escapando de él.

―Vale, iré a darme un baño para estar listo para la cena ―dice socarrón cuando me alcanza y vemos a la señora Martens que está inspeccionando que las cortinas queden cerradas―. ¿No quieres acompañarme?

―Seguro que puedes bañarte tu solito —repongo entre dientes.

―Puedes echarme una mano, además, no será la primera vez que veas a tu marido en bolas ―continúa y alzando la voz para que lo escuche Martens a quien se le nota cómo tensa los hombros.

Resoplo con fuerza, mirándole con el ceño fruncido por su desfachatez, y solo para mortificar al ama de llaves. El condenado se ríe y luego se va muy orondo, escaleras arriba. Luego de que él desaparece, ella se acerca a mí con el semblante preocupado. Me hago muchas ideas de que va a decirme.

―Sé que me ha pedido que no me entrometa —empieza poniendo cara de circunstancia—, pero el señor Woods parece que ha empeorado su comportamiento ―agrega con voz sutil.

Su comentario me recuerda que Eugenia Martens trabajaba en nuestra casa desde hace mucho tiempo, y conoce muy bien el comportamiento del Allan del pasado. Es más, todos los conocen. Quiero enojarme por lo que comenta muy comedida, porque lo primero que le dije cuando le anuncié las nuevas reglas de la casa, es que no debía interferir ni opinar en nada y limitarse a su trabajo. Sin embargo, me contengo porque no dudo que todos buscan que yo dé muestras de lo mal que lo paso con Allan, y el infierno que supone vivir bajo el mismo techo con un arbitrario falto de normas y moral como él.

¡Qué cuernos!

No obstante, pese a todo lo estereotípico, no es como que esté malviviendo a su lado, porque de algún modo, jamás en mi vida fui a contracorriente y, por el contrario, me dejaba llevar por la fluidez de lo que se supone eran las buenas costumbres. Pero ya no más, porque este matrimonio es una puerta abierta para mí. Trago con fuerza antes de hablar.

―Y siga haciéndolo, señora Martens, limítese a lo que tiene que hacer y haga ojos ciegos y oídos sordos a lo que concierne a mi marido y a mí, ¿de acuerdo? —digo enfatizando en lo último, que es una advertencia que ya conoce.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.