Míster problemático

Capítulo 47

Mientras la señora Martens termina de servir la mesa Allan me mira con una expresión divertida en su mirada. Resoplo por lo bajo porque es indudable que en lo que respecta a la vida conyugal, su desempeño no me deja poner ninguna queja. Además, no creo que haya alguien más con quien quiera verme así de impudorosa, loca y desenfrenada; no obstante, me pregunto si piensa lo mismo.

¿Será capaz hacer eso a otra mujer con el mismo descarado apasionamiento?

«Ya lo ha hecho», me recuerdo reverberando en mi cabeza la imagen que vi de esa mujer. Tomo la copa de agua y bebo un poco, rememorarlo me deja la boca seca.

―Es todo, ¿desean algo más? ―dice cuando ya ha puesto todo.

No di instrucciones de que debía preparar la cocinera, por lo que es una sorpresa para ambos; sin embargo, lo que hizo se ve delicioso.

―Que se vaya a descansar ―Allan le responde.

Ella le mira entornando un poco la mirada, es obvio que se ha percatado del deje de sarcasmo en sus palabras.

―Puedes retirarte, la veo mañana señora Martens ―le digo con amabilidad.

Sé que le encantaría replicarle, pero obedece y se marcha.

―Viste su expresión mientras colocaba todo, seguro que nos escuchó, sobre todo tus gritos de gatita cachonda ―comenta luego que empezamos a comer.

―Allan ―exclamo apretando los dientes porque ella apenas y está alcanzando el umbral de la entrada de la sala.

Arrugo la cara y él se burla haciendo un gesto de cierre en su boca con sus dedos.

―Dijiste que conversaríamos durante la cena.

―Así es ―confirmo degustando un pedazo de pernil jugoso.

―Podemos hablar de lo bien que nos compenetramos. No soy abogado de litigios conyugales, pero la mayoría de los divorcios se dan por el mal desempeño en la cama por parte del cónyuge masculino. Allan me hace resoplar con sus deducciones―. ¿No es eso sobre lo que vamos a hablar? ―pregunta con una expresión de niño bueno en su cara.

―No ―mascullo―, es sobre nuestro acuerdo.

―¿Quieres hablarlo aquí? Las paredes puede que tengan oídos.

―Sí que los tienen, pero tú y yo somos muy inteligentes, ¿no? ―rechisto.

―No ―acota sorprendiéndome un poco―, la inteligente siempre has sido tú ―agrega haciendo que ponga los ojos en blanco.

―Solo lo dices para burlarte de mí.

―Es lo que crees que hago, pero no. No es algo que haya dejado de pensar.

―Es difícil de creer que lo pienses. Solías decir que no tomaba buenas decisiones.

―Supongo que era porque estaba celoso de Albert.

―¿Celoso?

―Así es, y de alguna forma tenía que llamar tu atención.

―Siempre tuviste mi atención ―le recalco.

―Tal vez, pero tu devoción no era para conmigo. Era para Albert.

―Te recuerdo que yo no hice las reglas.

―Sí, pero siempre podías ir contra ellas ―repone sacándome un bufido.

Trago lo que tengo en la boca con un poco de vino y dejo los cubiertos a un lado.

―Ese siempre ha sido el problema, ¿verdad?

―Tal cual, y me pregunto si algún día serás capaz de romperlas.

―No es tonto que lo preguntes.

―La verdad no, porque, aunque te hayas casado conmigo, ellas siguen su curso.

―No entiendo a donde quieres llegar.

―A que si se diera el caso en que debas elegir de qué lado estarás, ¿decidirías quedarte conmigo?

―No veo que tenga que elegir, ya estoy a tu lado.

―¿Es así Louisiana?

―¿Cuál es tu punto?

―Ninguno, de momento ―responde creándome una incógnita con esta rara conversación, que no era lo que tenía planeado―, y cambiando de tema, voy a necesitar que me ayudes con algo.

―¿Mi ayuda? ―pregunto reticente.

―Sí, ¿tiene algo de malo que te pida ayuda?

―No, pero me extraña que la requieras.

―¿Por qué? Ya olvidaste que en el pasado siempre estabas haciéndolo.

―Es porque eras un desastre, y Anabella decía que solo yo podía ayudarte ―manifiesto.

Y es imposible evitar que esos recuerdos acudan a mi cabeza.

―También mamá me obligaba a pagarte los favores.

―No sé si a lo que hacías se le podía llamar así cuando solo te dedicabas a fastidiarme.

―Era cierto, por eso todos decían que yo me comportaba como un simio contigo ―se jacta haciéndome enojar―, pero solo eran tonterías de adolescentes, las cosas malas nunca las contaste ―aduce.

―¿A qué te refieres? Siempre dije todo.

―No todo. Omitías hablar de las veces que te arrastraba conmigo a esos lugares peligrosos ―Allan dice, y lo cierto es que no esperaba que hablara de esos temas o que se hubiera dado cuenta de ello.




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