Míster problemático

Capítulo 48

El pedido de Allan sigue dando vueltas en mi pensamiento. Resoplo con fuerza llevándome las manos a la cabeza, meditando en que no es algo que no haya hecho por él en el pasado, no mentía cuando dije que solía ayudarle en todo porque él lo sabe. En parte porque, aunque no lo deseara, siempre terminaba encontrando la forma de que me interesara por sus andanzas.

Decido detenerme y dejar de darle vueltas al asunto pensando que podría hacerlo; sin embargo, le he dicho que no, así que si quiero intentarlo tengo que buscar idear una manera para decírselo.

¡Al carajo!

Lo de mi sobrina es algo que he hecho ya y puedo manejarlo sin problemas. Tomo el teléfono y le escribo un mensaje. Quedé de almorzar con Suzanne hoy, pero no creo que se moleste si lo posponemos de nuevo.

“¿Almorzamos hoy?”.

Escribo mi excusa. Esperaba que contestara, aunque de inmediato, pero parece tomarse su tiempo. Medito si hubiera sido mejor llamarlo.

No puedo, estaré muy ocupado.

Contesta a las mil y quinientas y para el remate diciéndome que no. Eso me enerva porque ayer yo dije lo mismo y no le importó. Pensando en ello, tal vez le pague con la misma moneda.

Vale.

Escribo y cierro el chat, pero vuelve a llegar una notificación.

¿Te resignaste tan rápido?

¡Qué cuernos con Allan!

No, solo sé respetar los compromisos de los demás.

Me hace refunfuñar escribiendo cada palabra. Esta vez no lo guardo y espero su nueva respuesta, pero esta no llega y yo pongo los ojos en blanco. Lo que sí llega es un mensaje de Su para avisarme que pasa a recogerme en quince minutos. Medito en su aparecerme en su oficina, pero luego me digo que no soy tan arbitrario como él.

Contesto a mi amiga que estaré esperándola y en los minutos que me quedan voy hasta el baño y me arreglo un poco. A las doce en punto bajo hasta la recepción, luego de darle instrucciones a la secretaria para la tarde. Dos minutos después, el auto de Su está en la acera esperándome.

Ella no deja de sonreír hasta que subo al auto y me pongo el cinturón.

―¿Te ha pasado algo bueno hoy? ―le pregunto con sarcasmo.

―Sí, pero creo que a ti te han pasado mejores ―responde socarrona.

―Basta ―exclamo y ella ríe más―, además, debería estar enojada contigo porque cedes demasiado rápido a las intenciones de Allan.

―Vamos, deberías estar halagada del maridote que te mandas ―repone y yo arrugo la cara.

―Mejor vamos rápido que tengo que volver ―mascullo.

―No creo que te lo estés pasando tan mal, así que deja ser tan gruñona.

―Lo que digas ―espeto y ella se pone en marcha sin dejar de reírse.

El lugar al que vamos queda cerca, es una patisserie francesa llamada Gâteaux, especializada en pasteles horneados, dulces y salados. Muy saludables. Llegamos y, como ya ha reservado, nos llevan al segundo piso donde está nuestra mesa. Ordenamos pastelitos rellenos de pollo y espinaca luego de que nos acomodamos.

―¿Ya estás de mejor humor?

―No estoy enojada.

―Me parece que sí y no te entiendo. Sé que casarte, te tenía ansiosa, pero te has ganado la lotería y pareces molesta por eso. Además, si es por lo de ayer, Allan me dijo que quería pasar ese tiempo contigo, y no niego que me derritió, porque ya quiero uno también así de encantador.

―¿Terminaste?

―Sí ―responde con una mueca divertida en su boca.

―Allan siempre hace lo que le da la gana, así que no me sorprende.

―¿Y te parece mal? ―cuestiona.

Largo un suspiro.

―La verdad es que no, pero sigo sin acostumbrarme.

―A que no te acostumbras, ¿al matrimonio?

―No, a él.

―¿Cuál es el problema?, si ya le conoces.

―Conozco al Allan de mi pasado, pero no al reciente.

―¿Y qué tiene de diferente? Lo cierto es que me dicen que tengo que casarme con él y yo lo hago hasta sin pensar.

―Supongo que para ti todo es apariencia. No importa como sea, solo que sea bonito.

―Pero él no es solo bonito. Hemos dialogado un par de veces y es encantador.

―Siempre lo ha sido. Sabe cómo comportarse para conseguir lo que quiere.

―Bueno, parece que te quiere a ti, ¿tanto te cuesta disfrutarlo? ―comenta risueña haciendo que medite un poco en ello.

Sí, que me cuesta.

―Bien, tienes razón. No todo es tan malo.

―Ya decía yo que esa parte te iba a hacer cambiar de opinión.

―¡Su! Deja de mencionar eso.

―¿Y qué? La mejor parte es cuando las relaciones se consolidan.

―Sí, pero no siempre en la cama ―digo y luego me percato que eso es lo que Allan había dicho―. En fin, no es de eso de lo que íbamos a hablar.




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