Míster problemático

Capítulo 50

―¿Y bien? ―Allan pregunta.

Está de brazos cruzados y recostado sobre su escritorio, mirándome con actitud pedante, mientras yo me paseo por la casi desolada oficina, comprobando la razón de su pedido. Nada que ver con mi cómodo y elegante espacio de trabajo. Suspiro con fuerza.

Me vuelvo hacia él cruzándome también de brazos. Lo cierto es que no ha sido grato encontrar a esa chica aquí.

―Ven ―llama indicándolo con su dedo. Frunzo el ceño―. Acércate Luisi ―agrega.

Suspiro de nuevo antes de caminar hacia él hasta que me pongo en frente.

―Esperaba sorprenderte, pero ya veo que la sorprendida soy yo ―aduzco.

Allan curva s boca con una mueca de risa.

―¿Sigues celosa de Beth? ―pregunta burlón.

―¡Por supuesto que no!

Pongo los ojos en blanco, porque, aunque no debería afectarme, si me molestas.

¡Qué cuernos!

―¿Seguro? ―porfía enseriando el tono, y extendiendo su mano para agarrar el lazo que sobra del cinturón que llevo a la cintura.

―¿Por qué estaría celosa? ―increpo y él se echa a reír.

―Porque eso quiere decir que no deseas compartirme con nadie ―repone.

―¡De que vas!

―Me da ternura que te sientas esa inseguridad.

―¡Oye! ―farfullo cuando tira del lazo llevándome hacia él y luego abrazándome.

―Todavía no me dices por qué estás aquí, pero me ha hecho feliz que dejaras tu trabajo por venir a verme.

―No he hecho eso.

―La presencia de Dennis me confirma que sí.

―Él solo apareció porque parece que tiene sus propios intereses.

―¿Eso te preocupa?

―¡Por supuesto!

―¿Entonces a qué viniste? ―me cuestiona, alejándome para verme a la cara.

Quiero morderme la lengua para no hablar, pero no puedo.

―¡Bien! Solo pensé que al final sí podría ayudarte un poco con la decoración.

―Si viniste a cerciorarte para ofrecerme a tu decoradora, déjalo.

―Dije que puedo ayudarte ―refunfuño.

De inmediato Allan agarra mis mejillas y levanta mi cara.

―¿Tú Luisi? ―pregunta apretándome las mejillas.

―¿No es lo que querías?

―Ya me había resignado a que no lo hicieras, se supone que estás muy ocupada.

―¿Te resignas tan rápido? ―increpo.

Allan ladea su cara.

―No, nunca me rindo tan rápido, solo lo iba a obligarte.

―Pensé que era importante para ti.

―Lo es, pero más importante eres tú.

―Deja de adularme.

―No te estoy adulando, solo intento ser realista con la mujer que me tocó.

―Lo sé ―digo riendo de soslayo y tal vez un poco mortificada con esa realidad―, después de todo ninguno de los dos quería estar con el otro.

―No es lo que he dicho.

―¿Entonces que tratas de decir?

―Se trata de acoplamiento. También es igual para mí y aunque era algo que deseaba a la final me había dado por vencido.

―¿Por eso te fuiste? ―cuestiono.

Allan bufa una risa.

―¿Y para qué iba a quedarme? ¿Crees que le iba a servir de pajecito a mi hermano mientras veía cómo te casabas con él? Siempre me decías que no tenía corazón, pero la verdad es que si tengo uno y eras tú quien lo hacías latir ―expresa.

Trago con fuerza bajando mi rostro. Sus confesiones siempre me abruman haciendo que se me apriete el pecho.

―¿Estás admitiendo que hiciste todas aquellas tonterías para llamar mi atención? ―pregunto en hilo de voz.

―Fuiste, la única que no se dio cuenta, sin embargo, nadie iba a mencionarlo ni a darle importancia porque no importaba. Simplemente, estaba fuera de la rueda, y no había modo de entrar.

―Era así ―admito sintiendo un poco de alegría, al final esa rueda se ha descarrilado―, y supongo que ya entiendo tus razones para decir que esperas que me vuelva loca por ti.

―¿Y ya lo logré?, mi amorcito ―dice.

Frunzo mi ceño por su sarcasmo.

―No creo que tenga que llegar a ese extremo.

―Tienes razón, Louisiana siempre ha tenido sus propios intereses ―comenta, al tiempo que se mueve de su lugar y va hasta la ventana dándome la espalda―, así que puedo asegurar que ni siquiera sentías alguna clase de amor por Albert que no fuera interés ―añade llevando las manos a los bolsillos de su pantalón.

Por un momento sus palabras me enojan, pero luego reconozco que ni siquiera me puedo negar a mí misma que tengo algo de superficialidad. Observo su espalda y se le ve tan portentoso con su singular porte y altura, que ya no puedo dudar que me quitan el aliento.




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