Míster problemático✓

Extra especial

Siempre he sido temeraria y cuando me empeño en aprender algo, no importa cuánto me cueste, lo domino. No es algo que traiga impreso desde mi nacimiento; lo he adquirido con el tiempo, especialmente cuando apareció alguien frente a mí que representaba un reto: Allan.

Sí, Allan Woods. Él siempre ha sido un desafío para mí porque, desde el momento en que nos conocimos, se convirtió en una espina clavada en mi orgullo. Cada vez que íbamos a una reunión familiar en su casa, él trataba de hacerse notar con alguna travesura, empezando por presentarse como un desadaptado, vistiendo lo peor que tenía en su armario y desaliñado, como si fuera un chico de la calle al que no le importara nada.

Lo siento, mi hijo parece un pobre huérfano, decía Anabella cada vez que se disculpaba por sus travesuras; no obstante, yo era la única que se daba cuenta de que él lo hacía a propósito y ella solo trataba de escudar a su pobre diablillo. Así fue como decidí encararlo, amenazándolo con delatarlo, y eso fue la gasolina suficiente para que empezara a comportarse como un bribón conmigo.

Sin embargo, tengo que admitir que, lejos de amedrentarme, empecé a interesarme por él. Así fue como muchas de las cosas que me impuse aprender me las enseñó él. Aprender a montar en bicicleta fue una de ellas. Cuando mi madre se enteró, puso el grito en el cielo. Alaska, que ya estaba de novia con Arnie, me animó diciéndome que, en el fondo, Allan era bueno.

Sabía que eso no era cierto, y en una parte de mí, tal vez un poco masoquista, quería demostrar que no le tenía miedo. Así pasamos por muchas experiencias no tan buenas a medida que crecíamos juntos, hasta que llegó ese día en el que Roland y papá celebraron una reunión para formalizar mi compromiso con Albert.

Mi madre estuvo feliz porque eso marcaba un cambio radical en nuestras vidas, y vaya que lo causó. Desde ese momento, Allan pasó a ser malvado e indiferente conmigo. Quizás eso fue lo que me impulsó a no dejar de verlo, y a él a comportarse mucho peor que antes, empezando por enredarse con las chicas.

—¿En qué tanto piensas? —pregunta Allan. Me sacudo para mirarlo. Trae dos cascos en las manos y me lanza uno.

—Color rosita fresita, como lo querías —agrega.

Arrugo la cara al agarrarlo.

—Muy gracioso.

—No me has respondido.

—Pensaba en lo idiota que eras en el pasado —digo, y él se echa a reír.

—Supongo que desde antes ya era tu idiota favorito —dice haciendo que lance un bufido.

—La verdad es que realmente te odiaba, pero jamás iba a dejar que te mostraras superior.

—Lo sé, por eso me encantaba molestarte —aduce, haciendo un gesto para que vayamos al garaje.

El lugar en el que vivimos ahora es una casa, pero no tan grande como la anterior, y tiene el espacio adecuado y necesario para los dos. Cuando pasamos por la habitación que aún está vacía, se detiene y me abraza, estrechándome contra su pecho.

—Oye, ¿qué haces?

—¿Qué has pensado sobre la mini Luisi? —pregunta, haciéndome resoplar.

—¿De qué hablas?

—Sabes de qué hablo —responde.

Pongo los ojos en blanco.

—Todo a su tiempo, tonto —digo, dándole un leve codazo y él se encoge, fingiendo que le he golpeado fuerte.

—Bien, solo preguntaba —repone sonriendo.

Niego con la cabeza, riendo a desgano, pero lo cierto es que, después de un año y medio de matrimonio, se podría decir que es un tema que ya podemos hablar. No obstante, debo admitir que no soy tan despreocupada como Alaska, que simplemente ha dicho que tendrá todos los hijos que Dios le dé. Me hace pensar que esa fe aterra un poco, pero parece que ya les dio los necesarios con los tres que tiene.

Llegamos al garaje y Allan va por su moto.

—¿Tenemos que ir en eso?

—¿Tienes algún impedimento? —pregunta, jocoso.

—¡Claro que no! —exclamo, y él vuelve a reír.

—Anda, sube, los chicos deben estar ansiosos esperándonos —declara sobre el lugar al que iremos.

Eso también me trae recuerdos. En ese momento estábamos inmersos en todo el tejemaneje de elegir marido y él me llevó allí. Recuerdo a Brush, pero no voy a admitirlo porque sería como aceptar que tengo buenos recuerdos del pasado.

—Lo dudo mucho, sobre todo de esa Beth.

—¿Sigues celosa de ella?

—¡Por supuesto que no! —chillo, colocándome el casco en la cabeza.

Allan se acerca y me lo ata bajo la barbilla porque nunca logro hacerlo de la forma correcta.

—Eres la única para mí, no lo olvides —dice, guiñándome un ojo cuando termina.

—Más te vale, tonto.

Él se ríe divertido y luego se sube a la moto, la trae hasta donde estoy y me hace un gesto con su cabeza para que me suba a la parte de atrás. Cuando lo hago, me toma las manos y las aferra a su cintura.

—Agárrate fuerte —avisa justo cuando empieza a hacer rugir el motor, encendiéndolo.

Una vez está encendida, presiona el botón para que se abra el portón y rueda hasta que estamos fuera; apenas le da a cerrar, vuelve a tomar los manubrios y nos ponemos en marcha.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.