Míster problemático

Capítulo 56

―¿Segura? ―pregunta engreído luego de romper el beso porque me estaba quedando sin aire y yo arrugo la cara achinando los ojos―, contigo nunca se sabe ―agrega ladino.

―Contigo tampoco ―repongo alzándome de hombros.

Allan sonríe apretando los labios.

―Así es mejor, sería muy aburrido que seamos predecibles ―aduce rozando mis labios, luego me da un besito, después otro y otro volvemos a besarnos.

Mientras me apalanco entre él y la pared, suelta mi cabello haciendo que se desparrame a mis costados. Después me observa.

―Siempre amé que llevaras el cabello suelto, además de su color natural. Te hacía ver más fresita y altiva de lo que eras.

Hace rato que no voy al estilista por lo que no había notado que estaba bastante largo. No es tan rubio, es más castaño claro.

―Quiero que esto funcione ―digo, poniendo el tema sobre la mesa y él entorna la mirada con gesto confuso.

Quizás sorprendido.

―¿Esta noche? ―pregunta presionándome contra la pared, provocando que entreabra la boca con un jadeo.

Ya veo que no lo capta.

―¡N-No me refiero a esto! ―exclamo abriendo los ojos espantados.

―¿Entonces?

―¡Hablo de nuestra situación! ―pregunta con tanta calma y seriedad impostada que me saca de quicio.

―¿Cómo pareja?

―¡Como esposos! ―chillo y él se echa a reír, pero antes de que le replique, me calla con su boca.

Esta vez no es un beso pasivo, sino uno furtivo y tan abrasador que me aflojan las piernas cuando siento su lengua, haciendo crecer la excitación en mi interior. Me aferro a sus caderas con fuerza.

―Hagamos que funcione, entonces ―murmura contra mis labios.

―Sí, pero eso implica que debes mantenerte alejado de Saddie, la hija de ese amigo tuyo y sobre todo esa Rebeca ―expongo y él sonríe.

―Lo dices como si fuera un mujeriego, aunque no me he metido con ninguna.

―En el pasado sí.

―Bien, pero saca a Beth de esa ecuación.

―¿Cómo sé que nunca tuvieron algo?

―¡Por Dios! Casi que la he visto crecer.

―Vale, ¿pero qué hay de las otras?

―Saddie nunca ha significado nada para mí, solo la usaba como excusa.

―Pero lo hiciste con ella ―emito abrumada.

―No, y si lo que quieres es saber con quién me acosté por primera vez, no fue con ella, fue con Becka ―contesta haciendo que trague con fuerza y me llene de zozobra.

―Bájame ―digo removiéndome. Esas palabras resultan demasiado para mí. Allan no se mueve―, ¿qué esperabas? ¿Qué me convirtiera en un monje célibe?

―Dije que me bajes ―gruño las palabras. Allan suspira hondo y luego hace lo que le pido. Resbala mi espalda un poco por la pared hasta que me pone en pie―. Tengo sed ―prosigo girándome para ir al minibar por algo de tomar.

Allan se abraza a mi espalda, impidiéndomelo.

―Me pregunto si hablas en serio cuando dices que quieres que esto funcione ―masculla en mi oído. Trago con fuerza de nuevo, sintiendo su respiración en mi nuca; sin embargo, no huyo, sino que me quedo quieta―. Ves por qué era mejor que no lo supieras, pero no sabes cuánto me alegra que eso te enoje.

Aprieto mis labios con enojo. Más conmigo misma, porque no es algo que pudiera impedir, yo tenía un destino marcado, y él podía construir el suyo a su antojo. Me sacudo con fuerza, volviéndome hacia él.

―Tienes razón, me enoja porque no quiero que seas de nadie más, sino solo mío ―espeto y Allan abre los ojos.

―Eres Luisi, ¿verdad?

Frunzo la boca y el ceño y, por instinto, le abofeteo en la mejilla, aunque no con fuerza. Él no se amilana, sino que rodea mi cintura y me lleva hacia él, apretándome con fuerza.

―No te burles.

―Créeme, no lo hago porque la verdad es que hasta que conocía a Rebeca no concebía la idea de estar con alguien que no fueras tú, incluso la primera noche que estuvimos juntos estaba borracho.

―¡Cállate! ―chillo tapándole la boca

―Al día siguiente no quería recordar nada ―continúa hablando por entre las hendijas de mis dedos.

―¡Te dije que te calles!

―¿Sabes por qué? ―prosigue a pesar de mi exigencia. Le miro y más que rabia, siento tristeza, porque siento que va a decir algo que hará acelerar mi corazón―, porque siempre te he amado a ti. A ti Louisiana, así no tuviera ninguna esperanza ―declara y me quedo sin habla observándole con los ojos bien abiertos―, ahora puedes darme otra bofetada porque en el fondo no he sido más que un tonto por haberme aferrado a ese sentimiento. Tanto que cuando ocurrió esta posibilidad, no podía creer que en serio podía tenerte para mí.

Me quedo sin habla y sigo presionando mi mano en su boca mientras nos miramos. Lo cierto es que lo que ha dicho me pone tan feliz que causa una confusión en mi cerebro.

―¿Siempre? ―repito.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.