―Entonces parece que todo marcha bien entre ustedes ―dice Anabella.
Sonrío nerviosa y un poco de soslayo porque no imaginaba que volver a compartir con ella se sintiera un poco agitado. Debería ser lo contrario, no trato con ella solo desde ahora, sino desde hace años, pero supongo que se debe al hecho de que ya soy su nuera. Sin embargo, en medio de lo que hemos conversado desde que nos reunimos para almorzar, el ambiente, aunque un poco acelerado, se siente diferente a cuando me encontré con Roland, diría, que menos cargado y tensionante.
―Tratamos de llevarnos bien ―emito.
―Yo creo que eso se nota, no conozco muy bien a mi hermano, pero por lo que escuché, creí que te haría pasar un infierno.
―¡Alanna! ―Anabella llama su atención.
Ella le hace un gesto de: “no he dicho nada malo”. No obstante, no dudo que ese haya sido el tema de conversación desde que se decidió la boda.
―También tenía mis reservas, pero ha salido mejor de lo que esperaba.
―Por lo menos, ese travieso lo está haciendo bien ―comenta mi suegra.
Y es extraño porque, aunque la conversación gira sobre lo bien o mal portado que es Allan, en ningún momento siento que quiera decirme lo que, si me dijo Roland, sobre divorciarme si así lo deseaba. A menos, que no quiera hacerlo frente a su hija.
Lo dudo, es cierto que era muy pequeña cuando Allan se fue, pero su fantasma no dejó de estar presente en la familia, y en todos nosotros. Bajo un poco la cabeza, porque mentiría si afirmara que no.
―Ahí donde la ves, mamá, apostó con papá a que no te divorciarías de Allan.
―Alanna ―murmura Anabella.
―Vamos, eso pasó cuando supieron que irían a esa isla a pasar sus últimos días de luna miel ―continúa mi cuñada, a pesar de las protestas de su madre.
En medio de todo me hace gracia porque madre e hija siempre se han llevado bien, y pese a que Anabella siempre ha sido de un férreo semblante serio, no deja de ser maternal, e incluso con Allan.
Mi madre nunca ha sido así. No niego que solíamos tener una buena relación dentro de lo que cabe el maternalismo, pero por lo general siempre estaba exigiéndome más de lo que me daba.
―¿Por qué no vas a mirar tu teléfono? Seguro que te mueres, por ello ―le dice y ella arruga la cara.
Luego mira con ansia su aparato que lo ha dejado con la pantalla bocabajo sobre la mesa y es evidente que muere por hacerlo, sobre todo después de que le dejaran tener una página donde sube fotos y videos de forma activa.
―Está bien, quiero ver cuántos han comentado la última foto que subí, pero antes ―dice y se detiene poniéndose entre las dos.
De improviso nos toma una selfi diciendo que estaba pasando un buen tiempo con su cuñada y su adorable madre. Anabella le gruñe y ella se marcha de allí.
―Mi hija es una payasa con esas cosas ―repone cuando quedamos solas.
Estamos en el tiempo del postre, y mientras Alanna disfrutaba un crème brûlée, porque hemos venido a un restaurante francés, las dos tomamos té a base de camelia, leche y limón.
―Ella es joven, es normal que se decante por esas cosas.
―Tú también lo eres y no te veo morirte, porque nadie ha comentado tus fotos.
―Bueno, eso es porque no soy amante a las redes. Las que tengo las maneja mi secretaria y no es para subir selfis espontáneas.
―Ella debería aprender a ser así, pero dudo que quiera un futuro más estricto.
―Ahora que se ha ido, ¿quieres que hablemos sobre su relación con Dennis?
―Por supuesto que no, es sobre la tuya con Allan lo que me interesa saber. Ella y Dennis aún tienen tiempo para pensar bien las cosas.
―Tiene razón.
―No la tengo siempre, pero esta vez le he dicho a Roland que no se apresure. Además, como están las cosas, no creo que a tu padre le interese mantener su palabra.
―¿Piensa que Amadeus lograra su objetivo? ―pregunto sin tapujos, porque, a estas alturas, ya sabe la marea que está por envolver a su lado de la familia.
―Espero que no, pero no porque crea, que no tiene derechos, es por su ambición. Tampoco es algo que haya fraguado de la noche a la mañana. Así que antes de que llegue de nuevo la ruidosa de mi hija, tengo que pedirte un favor.
―¿A mí?
―Y a Allan.
―¿De qué se trata? ―inquiero.
Después me preparo para escuchar su petición que ya suena como disco rayado.
―Pídele que ayude a su padre.
―¿Qué?
―Eso…
De verdad que me sorprende.
―Roland no lo harás, es muy orgulloso para solicitarlo el mismo, dado que Allan ha hecho las cosas a su manera.
―No entiendo.
―Es obvio que el bufete estará de lado de Amadeus, él se ha encargado de ello. Le he dicho que convoque uno externo, pero se niega y más a pedírselo a Allan.
―Pero… no sé si él esté interesado en ayudarle.